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2010/04/22

EDH- La muerte de los maestros

Escrito por Marvin Galeas. 22 de Abril. Tomado de El Diario de Hoy.

Era un lunes y caía la tarde, esa hora rara cuando las sombras comienzan a vencer a la luz. Fue entonces cuando interceptaron a los maestros. Se los llevaron a la quebrada. Los obligaron a tirarse al suelo boca abajo. Y les dispararon en la cabeza. Los encontraron a la mañana siguiente. Mataron a los maestros… se regó la noticia, que sembró el estupor y el miedo en Opico y sus alrededores.

Cuando ayer miércoles vi las fotografías de Felipa Audelia Barillas de Murcia, de 45 años; su hermana Marlene Barillas de Quijada de 38, y de Tomás Antonio Gómez de 40, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Recordé a mis queridas maestras de la primaria, a los amigos muertos en la guerra y, por la forma, a los asesinados padres jesuitas…. Y hasta el café que tomaba me supo a muerte.

Y no es que no importen las otras víctimas de esta incontrolable violencia que sufrimos, no. Lo que pasa es que los maestros tenían rostro, nombre e historia. Cuando se dice que hay más de 12 homicidios diarios, es una estadística, pero cuando algunos sabemos los nombres e historia de algunos de esos muertos, la estadística se convierte en tragedia.

Y es que también hay distintas formas de morir. Una cosa es que de pronto te dé un fulminante ataque al corazón, o que te atropelle un temerario, o morir en combate con toda la adrenalina quemándote la cara. Otra cosa es que te agarren y te lleven a matarte a otro lugar. Es como cuando un avión comienza el veloz descenso hacia el desastre.

Entonces es cuando estando vivo tenés la certeza total que en los próximos minutos vas a morir. ¿Qué pasa por la mente cuando el avión va derrapando o cuando vas caminando hacia la quebrada fatal y te dicen que te pongás boca abajo? Dicen los que se han salvado de manera inesperada en el último segundo, que los ateos se convierten, se piensa en los seres queridos, que se seca la garganta, el corazón se acelera y que se aflojan las rodillas.

Hace años cuando allá en el pueblo donde viví siendo niño, mataban a alguien conocido a tiros o a machetazos, cosa que ocurría una o dos veces al año, el día se ponía como gris, todo el mundo andaba cariacontecido, nada se movía y hasta los perros ladraban con melancolía. Al día siguiente el redoble de las campanas y el llanto terrible de los parientes nos taladraban los oídos y el alma.

Aquellos escasos asesinatos, eran por pleitos de herencia, honras ofendidas o riñas de guaro. Hoy más de 12 personas son asesinadas todos los días por cualquier cosa: no pagar la renta, el robo de un celular, un altercado con un motorista de bus, un pleito por un espacio de parqueo, por un satánico rito de iniciación, por gusto, porque sí. Y lo triste es que nos estamos acostumbrando o ya nos acostumbramos.

Casi nadie va preso por matar. Un periódico, como todos sabemos, publicó una dramática secuencia fotográfica de un asesinato. La jueza contrario a toda lógica la emprendió contra el medio por haber violado los derechos del victimario.

¿Qué clase de ley es esa que favorece a los criminales? ¿Es que acaso una persona asesinada por un criminal de 17 años para abajo, queda menos muerta que los asesinados por mayores? Que me perdonen los jueces pero lo que se está enviando es un mensaje de impunidad, un estímulo para que se siga con este desprecio a la vida. Es un chorro de sangre que ya no se aguanta.

Esta inseguridad, este gusto por la muerte, es también el resultado del envilecimiento de la institucionalidad, que de por sí nunca ha sido tan fuerte en nuestra historia, por aquellos que hicieron y hacen de la política el más rentable de los negocios.

Debemos reflexionar sobre lo que nos está pasando como sociedad. No podemos acostumbrarnos a vivir con el crimen y la muerte respirándonos en la nuca. Mi solidaridad con los familiares de los maestros injustamente asesinados.

(PD, aquellos que ofrecieron ayudar a la mamá de Carlos, el joven apuñalado hace unas semanas, y los que quieran sumarse a esta causa, pueden escribirme y yo, por este mismo medio les diré cómo hacerlo).

elsalvador.com :.: La muerte de los maestros

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