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2010/04/07

Co Latino-Democracia de juguete (1) | 07 de Abril de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

Escrito por René Martínez Pineda(renemartezpi@yahoo.com). 08 de Abril. Tomado de Diario Co Latino.
(Coordinador General del M-PROUES)


La sociología crítica enseña -y enseña bien, incluso a quienes aprendemos mal- que en lo gubernamental (a diferencia de lo económico) lo importante no es cómo hacer las cosas, sino para quién hacerlas, porque lo estratégico de los países son las masas vulnerables y sus anhelos, no las encuestas... tan simple como eso; tan difícil como eso, debido a que se necesitan las virtudes de un líder histórico: el valor y el honor. De no planteárselo así, se corre el riesgo de andar rebotando de modelo en modelo, los que en esencia sólo varían en pequeñeces (sueño burgués del sociólogo funcionalista y del político oportunista, quienes defienden “el orden y el progreso”, siempre y cuando el que progrese sea el orden); o sea que se corre el riesgo de confinar la democracia a un híper mall (no a un centro comercial) tan luminoso como obsceno, cuyas vitrinas nos amenazan con que, si no compramos esta mercancía o aquella, no seremos salvos en el reino de la moda y seremos unos “don nadie”, y, en el capitalismo, quien dice “don nadie” dice maldito.
También, se corre el riesgo de convertirla en un juguete a control remoto que, al lucir mal ante los ojos de los otros niños, se debe cambiar por otro (generalmente más complejo, llamativo y caro, pero juguete al fin) tanto en su valor de uso como en quien lo fabrica y comercia.
Que la democracia esté en un híper mall (membresía pecuniaria y ropaje ritual, incluidos, para tener derecho a la contemplación), o que sea un juguete a control remoto -tan desechable como la pila que lo mueve- se debe a que, hoy, la democracia se produce en la fábrica política, gemela de aquella que, en el límite filibustero, nos hace pagar muchos dólares más si queremos contar con una garantía vigente, como quien dice que nosotros, los tristes consumidores, debemos pagar por sus errores, debido a que las “restricciones aplican”.
Esa afirmación de que la democracia es un juguete, implica que es, primero, una cosa (no una relación sociopolítica) que sirve para entretener, no para trascender; y, segundo, el que sea a control remoto revela, por acá, que sólo algunos pudientes pueden jugar con ella; y, por allá, que se pierde el contacto o manipulación directa, de modo que es el juguete el que, al pervertirse, juega con el niño. La brusca asociación que hago entre democracia y juguete me hace retroceder a mi infancia, entonces digo cuarenta años como quien dice cuaresma burocrática.
En esos días gloriosos –cosa que parecerá inverosímil para quienes recién salen de esa etapa- nuestros juguetes eran -más que una cosa o una moda efímera- una estable relación sentimental; un punto de aprendizaje de la solidaridad social y la identidad cultural; un amigo personal que no podíamos desechar ni dañar; un contacto tan directo e íntimo que nos permitía identificar a cada uno de nosotros: el antipático con dinero que, cuando perdía su equipo o le hacíamos un “túnel” humillante, se llevaba su pelota, como quien hoy nos dice: “pues me llevo mi inversión y los dejo sin empleos, si no me dejan seguir robando”; el ladronzuelo taimado que hacía desaparecer las chibolas y trompos con sólo pasar cerca, como quien hoy dice: “si pude robar, robé… y qué”, o: “he formado un nuevo partido político por el pueblo”; el marrullero verbal que, con hinchadas de pecho, buscaba pleito con los más pequeños, hasta que uno de ellos “le rompía el hocico” al primer golpe, o le torcía el brazo en el primer amago.
En fin, nuestros juguetes eran un diálogo con la creatividad que, tal como haríamos con la utopía en la juventud, reparábamos nosotros mismos, porque eran algo tan serio y propio como la vida. No es absurdo afirmar que cuando los juguetes se convirtieron en una moda desechable a presumir frente a los demás, y en una relación virtual que pervierte, la democracia hizo lo mismo, se convirtió en lo mismo, y como adultos empezamos a jugar con ella (sabiendo que el dueño de la pelota es quien hace la alineación) si es que “tenemos” para las pilas.
Convertir la democracia en un juguete a control remoto ha sido, por mucho, el descubrimiento genial de la burguesía moderna, más genial que el invento de los tres poderes del Estado. ¿Será que cuando las cosas son sólo para el entretenimiento y no implican una relación, cara a cara, que les permita a los humanos tener el control, no se valoran en su real dimensión y, por tanto, nos da lo mismo lo que les pase?
En ese marco de cosificación de las relaciones sociales es que se deben valorar, por un lado, las acciones impulsadas por los gobiernos, en el sentido de saber si se juega a la democracia o si se habla en serio; y, por otro, la protesta social que, como termómetro de la justicia, siempre está presente en el presente, pues, ello nos indica la profundidad y el talante de la susodicha. Siendo así, los gobernantes deben evaluar su gestión teniendo como referente quiénes son los que protestan y por qué lo hacen; y en función de quiénes (y cuántos) son los beneficiarios de sus acciones.
Los doctorados intelectuales de ahora, sin embargo, le hacen mala cara a los juicios expresados, y consideran que quienes los defendemos –que generalmente somos los de ayer, los de la lucha sin cuartel contra la dictadura militar- somos una especie de dinosaurios que deberían haberse extinguido. Un colega graduado en la UCA –a quien me encontré en un partido de fútbol de la Liga de Oro- me dijo, poniendo cara de ofendido, que pedir la nacionalización de la energía eléctrica, o la eliminación de la tarifa básica de la telefonía fija, o el encarcelamiento de los corruptos, pasados y presentes, era algo jurásico.
Por más que le dé vueltas al asunto, aún no alcanzo a descubrir cuándo y cómo fue que las ideas, la democracia y el cambio social sucumbieron a “lo desechable” como estilo de vida y, en ese rubro, quien dice desechable dice que sólo nos sirven para un rato, pues esa es una forma de evitar que florezcan las utopías libertarias, las identidades culturales férreas y, por supuesto, las transformaciones sociales de largo aliento, debido a que “lo desechable” sustenta, para felicidad del capitalista, el “yo tengo”, no el “yo soy”; y deifica el momento satanizando la historia.

Democracia de juguete (1) | 07 de Abril de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

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