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2010/04/21

Co Latino-El espejo de mi casa (1) | 21 de Abril de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

Escrito por René Martínez Pineda.21 de Abril. Tomado de Diario Co Latino. 
(Coordinador General del M-PROUES)*

Por aquello de la costumbre, los olores fuertes y el pan compartido, es tan difícil no nacer en el lugar que se nació; es tan difícil pedir la nacionalización en el consulado de un lugar que ya no existe, y que, sin embargo, es tan palpable en el recuerdo que se confunde con el sitio en que en verdad hemos vivido, lo que en términos sociológicos es construir la realidad particular (que denomino como mundo civil cotidiano) a partir de combinar la historia y los sueños de forma antojadiza, hasta el punto en que no se puede diferenciar la una de los otros, y por eso somos capaces de darle una coartada a la injusticia y la tristeza, sin sentir que cometemos perjurio y sin saber que estamos en una caverna llena de sombras. Por ejemplo, allí está el lugar que me asiló en sus entrañas cuando niño; mi cuna de madera roída que parecía un pozo de silencios, porque lo malo de la sociedad no cabía en su geografía; allí están mis calles, mis secretos de magia liberando al gorrión que quedó enredado en el alambrado de los Portillo, los riquillos de Ciudad Delgado; mi mano limpiando la niebla en los bordes del río, la que, por densa, hacía de la brújula que me regaló el tío Virgilio una rueda de caballitos.
Y entonces recuerdo, o imagino que recuerdo, cómo atravesaba por las tardes el muro de la escuela Edelmira Molina, para conquistar el territorio de aquella infancia breve en la última loma que resguardaba al río, de la que se colgaba la casita que nos mandó a construir mi bisabuela, doña Elisa Valle Gamero, cuyo nombre resonaba en la charla nocturna de los colonos por haber colaborado en la huelga de brazos caídos de 1944. De esa casita, me atraían sus paredes de adobe rústico erguidas con milagros, y el rumor marítimo del río -sin muertos indocumentados- rebotando en ellas. En sus brazos ilógicamente fuertes, puse un pie en las tentaciones de piel como Armstrong en su luna, sin saber que serían fiebres crónicas, y mientras daba más de esos pasos, alguien me ponía una taza de chocolate vaporoso a un lado de la mesa para que me acostara temprano, pero yo no me acostaba.
Años después, los buses de las excursiones pobres y el amorío con la oxidada estación de un tren sentenciado -que me llevó a países cuyas naguas empezaban a seis horas del primer pitazo- me vuelven a cobijar en la bruma que miraba por la ventanilla y que insolentaba mi calor… pero, ahí estaban las mangueras de la colonia de más de seis salarios mínimos enrolladas como culebras de agua, listas, opulentas, buenas samaritanas, que lavaban mi sed y los despojos de la luna, en mis días de juego; y que lavarían las aceras de las masacres urbanas, en mis años de juventud, como repitiendo el misterio del lavatorio de pies. Las fotografías mentales de la sangre lavada se quedaron en mi almario, como en una caja fuerte cuya combinación sólo yo puedo descifrar, debido a que soy el único especialista en mí mismo. Fuera de mí, nadie me conoce, nadie sabe lo que quiero y qué no quiero; nadie descifra por qué lo literario somete a lo académico en mis palabras, aunque con ello no me gane el respeto de nadie. Al regresar de mi destierro, treinta años después, me topé con que ya nadie recuerda esas tétricas lavadas, porque las vallas publicitarias lo colonizaron todo; con que las aceras están ocupadas con los trastos viejos de los sembradores de maíz, para quienes la crisis económica no es un año, sino la vida; con que el adobe rústico es un transgénico; con que la casita murió asfixiada por el progreso hipotecario… me topé con que ya nadie recuerda o no ha oído hablar de doña Elisa Valle. Quizá por eso es que sueño con haber nacido en otro lugar, donde las mangueras sólo lavan la sed y el sudor lúdico, porque no saben de las extorsiones de la exclusión social; donde las constantes históricas no son la impunidad y la corrupción, sino el honor y la justicia.
El espejo que me saluda por las mañanas, tampoco sabe nada de mí, ya que soy, por razones inconfesables, un hombre de pocas palabras. Con torpeza de político y moho acumulado, el maldito se concentra en mi frente (que se depreda más rápido que la Amazonía), mis ojeras, mis arrugas, ignorando las miles de sombras sin rostro que, quién sabe cómo, se meten en su recuadro, justo detrás de mi reflejo. Sé que no hay en este mundo un ser más impertinente -¿más sincero?- que mi espejo. En mis ojos pequeños, ocupados por el ejército de los años, aparte de culos de botella hay cien mil mártires fríos, mil cuatrocientas noventa y dos mujeres ardientes, un enemigo vitalicio desde el día en que la niña más bonita de la escuela me hizo caso, y un mezquino enemigo a muerte que no se apiada de mi escasez neuronal y de mi falta de estudios; hay abogados policiales sin cara y no sé cuántos reos con ausencia burocrática, pero ningún abogado defensor, por falta de pago o por incompatibilidad ideológica… debe ser por lo último; hay hondas ratoneras sin ratones; hay valientes jueces que le temen a la falta de dinero y al delincuente de cuello blanco; hay ministros de justicia y fiscales generales tan habladores y sinceros como vendedores de autos usados… y los hay con padres múltiples o desconocidos que anhelan ser verdugos.
Hay en mis ojos caras perennes y efímeras, eso depende de qué lado tienen el corazón; hay siluetas insignificantes y vitales, eso depende de si parten en mil pedazos la tortilla a pesar del hambre; hay pericos entrañables, tortugas libertinas, ardillas azulgrana y perritos alegres que se creen gente, desfilando todos juntos; hay fotos del Barcelona, del Boca, del Che Guevara, de Marx y de Fidel, conviviendo en paz sobre el último libro de Saramago y la biografía de García Márquez, para recordarme que soy un hombre tan mundano como utópico… y un cura colorado que puso el cielo en la tierra, lo que explica por qué puedo oír al mismo tiempo “Hoy mi deber era” y “More than a feeling”. Y claro está que mi espejo no sabe nada de esas cosas, y por eso el pendejito no puede descifrar el por qué lo miro con odio o con aburrimiento suicidal.

*renemartezpi@yahoo.com

El espejo de mi casa (1) | 21 de Abril de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

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