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2010/07/16

LPG-Las distintas caras de la inseguridad

 Podríamos señalar al menos cinco tipos de inseguridad en acción: la inseguridad institucional, la inseguridad jurídica, la inseguridad ciudadana, la inseguridad política y la inseguridad de futuro. Todo este fenómeno tan erosivo de la vida nacional tiene, desde luego, profundas raíces en el tiempo.

Escrito por David Escobar Galindo.17 de Julio. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

Cuando se habla de inseguridad, la tendencia es a identificar el fenómeno con una especie de lámina turbulenta, que no tiene fin. En realidad, la inseguridad es un poliedro en constante movimiento, que gira alrededor de nosotros, los ciudadanos, haciéndonos sentir el vértigo de lo incontrolable, y, por consiguiente, de lo insoportable. Lo que más asusta y desasosiega es, desde luego, la inseguridad derivada del auge delincuencial, porque por ella están en peligro, de manera directa y cotidiana, con hechos que se suceden en forma creciente y lacerante, la vida, la integridad, la tranquilidad y la propiedad de las personas, en todos los ámbitos y niveles socieconómicos; pero, con ser lo que es esta forma tan angustiosa de inseguridad, no agota el mal que padecemos.

Podríamos señalar al menos cinco tipos de inseguridad en acción: la inseguridad institucional, la inseguridad jurídica, la inseguridad ciudadana, la inseguridad política y la inseguridad de futuro. Todo este fenómeno tan erosivo de la vida nacional tiene, desde luego, profundas raíces en el tiempo. Y no hay que confundirse: si en el pasado parecía que había más seguridad en todos esos campos no era porque las cosas anduvieran bien, sino porque las armaduras del poder se hallaban fuertemente empotradas sobre la realidad, y ocultaban o disimulaban los desajustes de la realidad misma. Cuando empezó el destape democrático, las cosas tal como son empezaron a ser visibles. Y a eso se han agregado los variados “truenes” de posguerra.

La inseguridad institucional deriva de la obsolescencia y de la inoperancia de buena parte del aparato estatal en funciones. Recuérdese que venimos de una larga época en la cual la institucional era simple y llanamente el instrumento de control orgánico utilizado por el poder establecido para su perpetuación. No es de extrañar, entonces, que vicios como la arbitrariedad y el abuso fueran asumidos por el sistema como algo prácticamente natural. Ahora, cuando la democracia en avance requiere de una institucionalidad transparente, eficiente por sí misma e imparcial frente a los poderes en juego, ya no es posible mantener un esquema institucional caracterizado por las penumbras, los desagües y los laberintos calculados.

De la inseguridad jurídica se habla con frecuencia, pero más en plan de retórica que de compromiso. Hay dos fuentes principales de inseguridad jurídica en el país, en estos momentos: la falta de una real y suficiente cultura de legalidad, que vuelva normal el hecho de que todos cumplamos con la ley, en forma espontánea; y la escasa credibilidad que merece en el ambiente el funcionamiento del régimen de justicia imperante. Desde el poder, desde el Estado, y por consiguiente entre la ciudadanía, la ley tiende a verse como una camisa de fuerza, de la que hay que soltarse en cuanto se pueda. El aparato de justicia pareciera seriamente contaminado por esa percepción perversa. Y la inseguridad jurídica deja al sistema inerme ante sus propios vicios.

Estamos todos atosigados de inseguridad ciudadana. Ni en los lugares públicos ni en los espacios privados se puede estar tranquilo. Las empresas gastan inmensas cantidades de dinero en “seguridad”. El ciudadano común vive a la buena de Dios. La institucionalidad, en medio, mira hacia un lado y hacia otro, sin hallar el rumbo. Entre la angustia y el despiste, ¿quién podrá defendernos? Ni modo que el Chapulín Colorado. La temática es endiabladamente compleja, y así hay que asumirla y enfrentarla. Este tiene que ser —se ha dicho de mil manera, aun desde las instancias estatales competentes— un proyecto interactivo de todas las fuerzas nacionales: políticas, económicas, educativas, sociales, espirituales. Sólo falta que se emprenda ya.

Vamos ahora a uno de los focos de inseguridad más sensibles: la inseguridad política. En la democracia, nunca hay seguridades definitivas sobre quién estará al frente o estará en la llanura, políticamente hablando; pero aquí hablamos de otra cosa: de la indefinición ideológica y estratégica de los principales partidos en la competitividad por la conducción del país. El ser el nuestro un régimen presidencialista agudiza las incertidumbres al respecto. Para el caso, el ejemplo emblemático de esta inseguridad hoy sería el siguiente: Para 2014, ¿se arropará el FMLN en un candidato de “hueso duro” o no? ¿Y si lo hace, querrá entrar en fase socialista agresiva, o no? Interrogantes como ésas no perturbarían el ánimo nacional si los partidos fueran ya lo que deben ser.

De la inseguridad de futuro no se habla, cuando es la fuente principal del trastorno en las vidas de niños y jóvenes, sobre todo de aquéllos en situación de riesgo. Si en el país hubiéramos contado desde siempre con un sistema de oportunidades verdaderamente funcional y abarcador, de seguro muchos de los males actuales se habrían evitado. Y no se trata de armar un sistema de beneficencia, sino de estructurar una política orgánica de estímulo al talento y a la autorrealización personal. Si un niño o una niña, allá en el remoto cantón X, tiene capacidad y voluntad de desarrollar su vocación, sea cual fuere, tendría que haber mecanismos de conducción hacia el futuro, con los apoyos debidos. No es cuestión de actividades de domingo, sino de rutas de formación.

De seguro no se agotan aquí las caras gesticulantes de la inseguridad que nos acecha a cada paso. El desafío de revertirla es, pues, una tarea múltiple en todo sentido, y que en ningún caso podría tener soluciones fáciles o repentinas. Pretender que lo sean es una de las trampas más comunes en el ambiente. Una trampa en la que irremediablemente acaban cayendo, sofocados e inermes, los que buscan enterrar o semienterrar su responsabilidad. La misma fuerza avasalladora de los hechos está haciendo que ninguna excusa funcione y que ningún pretexto sea concretable. El paquete de la inseguridad ya no admite arrastres improvisados: hay que asumir sin reservas la carga que está sobre los hombros del país, y, por ende, sobre los hombros de cada uno de nosotros.

Las distintas caras de la inseguridad

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