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2011/02/21

LPG-La juventud como nuevo motor de la historia

Un fantasma recorre el mundo —y ahora el mundo árabe—, y ese fantasma se llama libertad. El hecho genera acontecimientos detonantes, que se vuelven correntadas de noticias principalmente en las novedosas rutas de la comunicación virtual; pero la verdad de la realidad nunca es simple. Vemos sucesos, vemos resultados, pero lo que no podemos ver de inmediato son las consecuencias proyectivas de lo que pasa. Esto siempre ha sido así, pero lo original de este momento es la globalización de la incertidumbre. ¿Qué influencia tendrá lo que está ocurriendo, por ejemplo en Egipto, sobre el desenvolvimiento de la suerte de la libertad en el mundo? Hoy, más que nunca, es inapelable la conclusión del filósofo presocrático Heráclito de Éfeso: Panta rei, Todo cambia, Todo se transforma, Nada permanece inmóvil.

Escrito por David Escobar Galindo.21 de Febrero. Tomado de La Prensa Gráfica.

Estamos viendo, por todas partes, signos variados de la realidad que se transfigura ante nuestros ojos. No es el “cambio” vertical, sino la transformación horizontal.

Los aires de la libertad nunca han dejado de soplar a lo largo de la historia. A veces son silbidos entre murallas, a veces son racimos de ráfagas insurrectas, a veces son resuellos subterráneos, a veces son alientos ventiladores y vivificantes normales. La eterna tensión entre la opresión y la libertad nunca ha dejado de existir y de seguro nunca dejará de acompañar al proceso de la evolución humana. Sólo hay momentos y momentos. ¿En qué momento estamos hoy? Esta es primera pregunta clave que todos tendríamos que hacernos en este mismo instante y en todas partes. Estamos en un momento en el que parecen estar haciendo clic eléctrico tres energías irresistibles: globalización, democracia, libertad. No es que la realidad y las realidades vayan a cambiar por arte de magia: es sólo que esas energías están en combustión, y se siente.

Esto no podría estarse dando sin que hubiera un brote generalizado de impulso juvenil, que ya no es extravagante como el que se dio allá en los legendarios años sesenta –Woodstock y París, para sólo citar dos símbolos—, sino que viene a ser perfectamente concordante con la racionalidad del momento evolutivo. La juventud, ahora, encarna un reto de ciudadanía, y esto augura transformaciones políticas sustantivas. Ya no se trata de expresiones psicodélicas o de arrebatos revolucionarios, sino del posicionamiento de la juventud como fuerza democratizadora. Este es un efecto de la ventilación global que el mundo está experimentando, en un momento en que los viejos idearios y las anquilosadas estructuras que se han creído monumentos se enfrentan a su propia crisis de insostenibilidad.

Durante decenios, la “revolución” se autoerigió como la fórmula de avance de la historia, y reclutó juventudes sucesivas en nombre de la utopía, vestida con ropajes ideológicos; esa versión carnavalesca de la utopía le hizo a esta un daño histórico muy grande, del cual es necesario que se reponga cuanto antes. Hoy —lo que hubiera sido objeto de denuestos y persecución por parte de las “fuerzas progresistas” de entonces— es en la evolución donde está la vanguardia. Y se trata de una evolución democratizadora. Eso es lo que claman las juventudes rebeldes de nuestro tiempo. Y todo hace sentir que se trata de un movimiento que tiene su mejor aliado en el dinamismo globalizador. Las viejas estructuras están en crisis, en todas partes. Y no sólo las estructuras políticas y socioeconómicas sino, en primer término, las estructuras mentales.

Si nosotros, en El Salvador, les hubiéramos hecho caso oportuno a las señales pacificadoras y evolutivas que, cada cierto tiempo, se han dado en el ambiente, otros amaneceres mucho más despejados habrían anunciado los gallos del devenir. No oímos el mensaje de don Alberto Masferrer, y más bien dejamos que lo sacrificaran los extremistas de uno y otro bando. Y en 1944, cuando un movimiento de resistencia civil, ejemplarmente pacífico, acabó con la dictadura del General Maximiliano Hernández Martínez, no se dio la estructuración ciudadana que le hubiera podido dar continuidad orgánica nacional a aquel movimiento, y la democracia tuvo que esperar otros 40 años, ya cuando el colapso del régimen la hizo inevitable. La organización de seguimiento fue indispensable en El Salvador de los años cuarenta, y lo es en el Egipto en estos días.

Estamos viendo, por todas partes, signos variados de la realidad que se transfigura ante nuestros ojos. No es el “cambio” vertical, sino la transformación horizontal. Parece estar sonando, desde diferentes rumbos, y con diversas modulaciones y ecos, la hora del ciudadano. El momento podría frustrarse, si no se asumen los signos augurales como compromisos regeneradores. En la historia nunca se tiene seguridad de nada, y ni siquiera del pasado, porque éste sólo lo conocemos desde las interpretaciones que del mismo se hacen en los distintos presentes. Lo único cierto es lo que hacemos en el día a día, y por ello resulta tan determinante realizar lecturas lo más fieles que sea posible de los hechos, de sus causas y de sus eventuales consecuencias, a cada instante. Esa es tarea que merece la máxima dedicación y la más fina inteligencia.

La juventud como nuevo motor de la historia

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