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2011/02/28

LPG-Relatividad, responsabilidad, interacción

 En el país, se vive —y se ha vivido siempre— en un ambiente de incertidumbres variadas, que provienen de todos los ámbitos de la realidad: el político, el socioeconómico y el psicocultural. Es como si los salvadoreños estuviéramos marcados por el sino de la inseguridad. Pero, desde luego, eso no es una fatalidad que venga de nuestra propia naturaleza, lo cual sería depender de una idea determinista del destino, sino consecuencia derivada de nunca haber emprendido a tiempo las tareas de modernización que el mismo proceso del acontecer nacional le va poniendo a la sociedad en los momentos sucesivos del devenir. Resistirse a la evolución fomenta lo irreal, que en nuestro caso fue esa tensión que se volvió permanente entre inmovilismo y revolución. La experiencia bélica y su solución hicieron posible el paso a otro plano de realidades.

Escrito por David Escobar Galindo. / Escritor 28 de Febrero.Tomado de La Prensa Gráfica.

 

Estamos inmersos hoy en una reconstrucción correctiva de posguerra que significa a la vez una prenormalidad democrática permanente. Hemos pasado a una etapa nueva.

Estamos inmersos hoy en una reconstrucción correctiva de posguerra que significa a la vez una prenormalidad democrática permanente. Hemos pasado a una etapa nueva. Lo que ya no se puede es seguir queriendo interpretar los fenómenos actuales según las imágenes de la etapa anterior. Y esto es aplicable y exigible a todos, particularmente la derecha y la izquierda. En el país, se requiere configurar un pensamiento de derecha y redefinir un pensamiento de izquierda, conforme a lo que los tiempos permiten y demandan. En general, la derecha nunca tuvo un pensamiento estructurado, y la izquierda copió a la letra una ilusión ideológica diz que universal. Nada de eso vale en los tiempos que corren; y dicha falta de validez tiene ahora mismo dimensiones globales, como está visto en las diversas latitudes del mapamundi.

Pero no es posible asegurar una sana evolución en tal sentido si los actores políticos no reconocen y asumen sin reservas la lógica natural de la democracia, cuyo ejercicio se basa en la vigencia normal de algunos conceptos fundamentales, que no son teóricos sino eminentemente prácticos. Señalamos aquí tres de esos conceptos, que no son evadibles de ninguna manera, y, antes bien, responden a la espontaneidad de la democracia en acción: relatividad, responsabilidad, interacción. Se trata de conceptos eslabonados entre sí. La relatividad del poder dentro del ejercicio democrático implica responsabilidad en cada uno de los actores sectoriales y sociales; y de la relatividad responsable deriva la necesidad de que entre todos se generen mecanismos de interacción que hagan posible el desenvolvimiento de la dinámica evolutiva de la sociedad en su conjunto.

¿Qué significa relatividad, tal como ésta se vive en la cotidianidad de la democracia? Significa que la democracia, cuando es verdaderamente tal, nunca concede o permite poderes absolutos. Por el sentido propio de la competencia democrática, los verbos “ganar” y “perder” son de carácter eminentemente relativo. Las elecciones, sean las que fueren, nunca le dan el poder total a nadie: siempre hay un reparto de poderes; y, por consecuencia directa, un reparto de responsabilidades. En el ambiente nacional, buena cantidad de las ansiedades y ñáñaras que andan circulando derivan de que los liderazgos se rigen aún más por las imágenes heredadas del autoritarismo que por las que corresponden a la vigencia democrática. La compulsión de “ganar” y el terror a “perder” deben ser desactivados, para poner las cosas en su verdadera dimensión.

¿Qué significa responsabilidad, cuando se hace recuento de roles y de compromisos en el hacer democrático del día a día? Significa que nadie está por encima ni por debajo de función básica de crear y garantizar equilibrios que aseguren la estabilidad, propicien la prosperidad y potencien el desarrollo en todos los órdenes. De nuevo, la supervivencia de los reflejos autoritarios hace alianza con el abuso de los intereses y desordena el balance de las responsabilidades. Eso sólo puede mantenerse cuando la legalidad es débil y la arbitrariedad es fuerte. Hay, pues, que consolidar el Estado de Responsabilidad, que es la base del Estado de Derecho. Se trata de pasar de la formalidad democrática a la funcionalidad democrática. Estamos en esa ruta, pero los rodeos constantes hacen que prolifere la confusión sobre lo que puede venir a cada vuelta del camino.

Ni la relatividad normaliza el flujo de los hechos ni la responsabilidad organiza el quehacer del fenómeno real si no hay energías convergentes que muevan la maquinaria de ese ente integrador que llamamos nación. Y tales energías sólo puede proveerlas la interacción política, económica y social. Cuando hablamos de interacción no nos referimos a una especie de sociabilidad más o menos cordial entre fuerzas, sino a algo mucho más estructurado y consistente. La interacción tal como debe ser implica un conjunto de factores activos, como la voluntad orientada al bien común, la distensión de ánimos y de actitudes, el respeto mutuo y el reconocimiento de la misión compartida. En la democracia, interactuar es tan natural como respirar. No entenderlo o querer desconocerlo es ir en contra de la corriente espontánea de los hechos.

Relatividad, responsabilidad, interacción

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