Manuel Hinds.25 de Febrero. Tomado de El Diario de Hoy.
El crecimiento es un proceso largo y doloroso en el que las cosas van cambiando de forma día a día, pedacito por pedacito, de modo que un día de pronto realizamos que las realidades que confrontamos en el pasado lejano se han transformado en otras muy distintas, y que algunas cosas, temas o retos que antes fueron cruciales de pronto han desaparecido, sustituidos por otros muy diferentes. Pocos han expresado este proceso de una manera tan elocuente como Lucrecio, filósofo y poeta romano del siglo anterior al nacimiento de Cristo, que escribió: "Nada permanece, todo fluye / partícula con partícula se aferra; de esta manera las cosas crecen hasta que las conocemos y las nombramos. Pero entonces, por grados, se disuelven, y no son ya las cosas que conocemos".
Los últimos treinta o cuarenta años han sido testigos de un proceso así, que ha cambiado radicalmente las realidades, las amenazas y las oportunidades que confronta el país. Hay enormes segmentos de la sociedad que no se han dado cuenta de esos cambios, y siguen luchando y confrontándose por temas que se referían a un pasado que ya quedó sepultado en el siglo anterior.
En los años ochenta el país se desgarró en una lucha muy compleja, en la que se enfrentaban tres fuerzas elementales: los que querían mantener el status quo del país, los que querían transformarlo en un país democrático y liberal, y los que querían convertirlo en una dictadura comunista similar a Cuba. La guerra terminó como terminó porque la mayor parte de la población rechazó el marxismo y abrazó la democracia y las libertades individuales.
Después de la guerra, el pueblo demostró muy rápidamente que no aprobaba los extremismos y que iba a votar siempre por un candidato moderado para la presidencia. La derecha, y principalmente ARENA, pensó que eso significaba que se iba a mantener para siempre en el poder porque el único partido que podía competir con ARENA era el FMLN, que siempre tiraría un candidato radical. Esta malhadada confianza tuvo dos consecuencias igualmente calamitosas. Primero, la población que había dado fuerza a ARENA abandonó toda participación en política a los políticos. Segundo, la confianza excesiva dio pie a la creencia de algunos políticos de derecha de que podían hacer cualquier cosa que les diera la gana en el poder (incluyendo ineficiencias, falta de transparencia, pretensiones de perpetuarse en el poder), y que el pueblo los seguiría eligiendo siempre para evitar que el país cayera en el comunismo.
Así fue como el país cayó en el primer chantaje, que venía de políticos de la derecha: aguántenme cualquier abuso porque si yo no soy el presidente, ganará el comunismo. Este chantaje fracasó cuando el FMLN decidió tirar un candidato con imagen de moderado, que ganó en 2009.
Pero ahora el país ha caído en otro chantaje. El actual gobierno pide que el pueblo le aguante todas sus ineficiencias y su falta de transparencia y todavía se sienta feliz porque la alternativa sería abandonar el poder total en las manos del FMLN, que ya está en el gobierno pero pretende no controlarlo. Esta es la versión izquierdista del mismo chantaje que la derecha hizo en los últimos años.
Esta ya no es la realidad que conocíamos. Por enfocarse sólo en la línea izquierda-derecha el electorado ha caído en un peligro nuevo, el presentado por los chantajistas de izquierda y derecha que viven de mantener viva la amenaza del comunismo para poder decir: "Tienen que aguantarme porque si no soy yo, es el comunismo".
Al mismo tiempo, el FMLN mismo ha cambiado también, convirtiéndose de un partido marxista a un partido mercantilista asociado con empresas que le generan millones de dólares de ingresos y que utiliza el marxismo como un instrumento de poder político para asegurarse el acceso privilegiado al poder económico. De esta forma, la amenaza a la democracia ha cambiado del marxismo al chantaje basado en la amenaza del marxismo. En este nuevo mundo, un chantajista de derecha es tan malo como uno de izquierda, y ninguno de los dos tiene el más mínimo empacho en entregar el país al comunismo o a cualquiera que les llene sus ambiciones personales de poder económico y político. La línea divisoria no está entre la izquierda y la derecha sino entre los que buscan este poder absoluto y los que quieren democracia y libertades.
Enfrentar esta amenaza no requiere lo que antes se requería, una unión de todas las derechas contra las izquierdas (o de todas las izquierdas contra las derechas, si usted es un izquierdista), sino una unión de todos los que quieren democracia, libertades y transparencias (tanto en la izquierda como en la derecha), contra los que no las quieren y miran al Estado como un instrumento para mejorar su condición económica.
Esta es la unión que el pueblo salvadoreño necesita para vencer el reto de estos días. Es una unión que no pasa por ideologías sino por decencias.
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