Carlos Mayora Re.26 de Febrero.Tomado de El Diario de Hoy.
Nos hemos acostumbrado a viajar por carretera como si se tratara de un juego de vida o muerte. Sin exagerar. Sin importar si uno se transporta en un vehículo particular o en un medio colectivo. Los medios de comunicación nos dicen reiterativamente que el número de accidentes mortales crece cada año, lo vemos cada vez que salimos a las carreteras, pero no reaccionamos.
Lo más grave no es que las autoridades no hagan más de lo que están haciendo, sino que las personas particulares nos hayamos habituado al peligro constante, y que precisamente por ese acostumbramiento, no hagamos nada para solucionar un problema del cual también somos parte, y no sólo por la imprudencia al conducir o el irrespeto a las leyes, sino por la indiferencia crónica para reclamar unos derechos de los que ni siquiera somos conscientes.
Todos tenemos responsabilidad en los cuatro accidentes mortales de esta semana. Es inconcebible que los choferes involucrados tuvieran licencias de conducir vencidas, multas sin pagar, y algunos de ellos fueran reconocidos por sus pasajeros habituales como temerarios…
Pero me parece más increíble que sus patronos, empresarios del transporte colectivo les gusta llamarse, miraran a otro lado a la hora de contratarlos e ignoraran la situación de sus empleados. No porque fuera ilegal, para empezar por lo menos, sino porque tener más de veinte infracciones por exceso de velocidad no se gana por conducir con prudencia.
Me parece increíble que nadie, hasta donde consta en las informaciones que sirven los medios de comunicación, llame al 911 para denunciar un autobús repleto de pasajeros circulando a más de ciento veinte kilómetros por hora. Ningún pasajero, ningún conductor que se ve sobrepasado por esos bólidos.
Si sirve de mea culpa, puedo testimoniar que todos los días me encontraba con el bus de la ruta doscientos dos que terminó empotrado en un árbol el lunes pasado, y nunca se me pasó por la cabeza advertir a las autoridades su temeraria forma de conducir. ¿Para evitarme problemas? ¿Por suposición de la inutilidad de mi llamada? ¿Por el simple vive y deja vivir al que poco a poco nos vamos acostumbrando?
El historial de accidentes de autobuses en las carreteras del país es suficientemente abundante como para que no sigamos igual. Dejemos de lado la maldita costumbre de echar culpas a otros por nuestros errores: como el representante de una gremial de transportes que habla de sabotaje o "mano peluda", como explicación de los accidentes de esta semana.
A la gente ordinaria no compete decir a la policía, a las autoridades del Viceministerio de Transporte, a los empresarios de autobuses, qué tienen que hacer. Pero sí podemos hablar con nuestros votos, crear opinión, respetar las leyes y después pedir que sean respetadas.
Las carreteras del país son una lotería: más de la mitad de camiones circulan sin luces traseras por las noches, bastantes autobuses se paran donde les da la gana sin salirse al hombro de la carretera, los retornos ilegales son parte del paisaje y nadie hace nada por cerrarlos. ¿Es que somos malvados? Pienso que no, simplemente somos ignorantes, y por lo mismo, irresponsables, indiferentes y fatalistas.
La situación de esta semana recién pasada ha sido, sin duda, excepcional. Pero lo que más debe preocupar es lo ordinario, lo de todos los días: el irrespeto a unas leyes que no se conocen, la actitud generalizada de saltarse la autoridad de quienes intentan aplicarlas, el fatalismo de las víctimas que terminan por pensar que esos accidentes mortales son solamente "cosas que pasan", y por lo mismo, a no poner ningún medio para evitar que sigan pasando.
*Columnista de El Diario de Hoy. carlos@mayora.org
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