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2011/02/15

LPG-El primer renovador en la guerrilla (y 3)

Escrito por Geovani Galeas.15 de Febrero. Tomado de La Prensa Gráfica.
geovanigaleas@hotmail.com

La discusión entre Cayetano Carpio y Felipe Peña era intensa, y al mismo tiempo que el primero se iba quedando sin argumentos consistentes, el segundo iba sumando apoyos internos. La salud de Carpio comenzó a resentirse a mediados de 1974, hasta que ya muy enfermo salió del país a finales de ese año. Felipe Peña se quedó a cargo de la organización y envió a muchos de sus cuadros clandestinos más experimentados al trabajo político abierto entre las masas.

Algunos sacerdotes y seminaristas jesuitas, con los que Peña se reunía en secreto, habían llegado a la conclusión de que el compromiso cristiano con los pobres pasaba por asumir no solo el acompañamiento espiritual, sino también por sumarse a la lucha revolucionaria “para construir el reino de Dios en la tierra”.

Esos religiosos habían desarrollado un intenso trabajo en la Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños, FECCAS, y pusieron esa populosa organización al servicio de las FPL, a la cual se también se integraron ellos mismos. Eso, sumado al trabajo organizativo en el gremio magisterial, y en las asociaciones estudiantiles de secundaria y universitarias, marcaría el relanzamiento exitoso de las FPL.

Ese esfuerzo se vio aún más potenciado debido a un gravísimo problema interno ocurrido en el ERP en mayo de 1975: el asesinato de Roque Dalton bajo la infundada acusación de traición, y la consecuente división de esa organización, lo que dejó en el aire a su frentes de masas. Las FPL supieron pescar en río revuelto. Muy pronto un enorme contingente de maestros, estudiantes, campesinos y cristianos engrosaron sus filas.

Todo eso fue posible porque, en ausencia de Carpio, Felipe Peña desmontó la extrema rigidez ideológica de su organización. Así, el 6 de agosto de 1975 surgió el Bloque Popular Revolucionario, BPR, el poderoso frente de masas de las FPL. Pero Felipe Peña murió en combate diez días después.

Sin embargo, la cabeza del movimiento popular ya no sería Cayetano Carpio sino su segunda al mando: Mélida Anaya Montes y su equipo, que no eran obreros sino maestros y estudiantes de capas medias. Ellos tendrían la conducción directa de la red masiva. Pero Carpio mantendría el férreo control del pequeño aparato militar clandestino. Por alguna razón la incorporación del sector obrero a las FPL, nido y nudo de la revolución según Carpio, era raquítica en comparación con los otros sectores.

En el aparato militar, y particularmente en el círculo de los encargados de la seguridad interna de la organización, y de la seguridad personal de Carpio, casi todos habían mitificado la figura del viejo dirigente obrero y comunista, y se consideraban los guardianes de la moral proletaria, dispuestos a combatir hasta “con odio implacable”, según se decía literalmente, no solo al enemigo de clase sino también las desviaciones pequeñoburguesas que pudieran germinar dentro de la misma organización.

Felipe Peña había abierto la batalla entre los renovadores y los ortodoxos dentro de la izquierda revolucionaria salvadoreña. Ahí comenzó a gestarse el camino hacia una tragedia futura en las FPL, y hacia posteriores pugnas y cismas dentro del FMLN. Es un hecho que con la renovación impulsada por Felipe Peña, las FPL crecieron y ganaron mayor incidencia política y militar, pero también es un hecho que al mismo tiempo perdieron su sello distintivo de origen: su identidad de clase, proletaria, y su pureza ideológica.

La disyuntiva para los revolucionarios siempre ha sido entre crecer y avanzar por medio de alianzas amplias, que obligan a la flexibilización del programa, o sostener a toda costa la identidad y el odio de clase, preservando así la pureza ideológica aunque sea en la estrecha, oscura y asfixiante catacumba sectaria. Polvos de aquellos lodos vuelven a levantarse una y otra vez.

El primer renovador en la guerrilla (y 3)

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