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2011/02/08

LPG-El primer renovador en la guerrilla (2/3)

 Los acercamientos entre el ERP y las FPL, en 1973 y 1974, para elaborar una estrategia conjunta de lucha de masas, se rompieron cuando Carpio rechazó el planteamiento de amplitud del ERP. Su propuesta era distinta: primero la vanguardia marxista leninista como garantía ideológica, después la alianza obrero campesina con hegemonía proletaria, y solo al final un frente que admitiría a los sectores democráticos y progresistas.

Escrito por Geovani Galeas.08 de Febrero.Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

“Estábamos convencidos de que en los esquemas de frentes amplios que se habían configurado con anterioridad, los trabajadores habían sido relegados en sus intereses por la sencilla razón de que no habían consolidado su propio campo de fuerzas, que la alianza revolucionaria no estaba bien articulada y fogueada y, por eso, otros sectores no revolucionarios a menudo se comían el mandado”, recuerda Gerson Martínez en el libro “Con la mirada en alto”.

Esa era la idea de Carpio, pero estaba basada en su experiencia en los años cuarenta y cincuenta, nada que ver con los nuevos liderazgos surgidos en su propia organización en los años setenta. Así lo confirma Gerson Martínez: “Era una línea marcada por los reveses de un pasado muy anterior, y que de cara al proceso que nosotros mismos estábamos contribuyendo a desencadenar, esa política y esa mentalidad se volvía estrecha y sectaria”.

En todo caso, Carpio y Felipe Peña siguieron discutiendo sobre la línea de masas. Entre ambos había una distancia no solo generacional (Carpio pasaba de los cincuenta años y Peña no llegaba aún a los veinticinco), sino también de estilo y pensamiento. Gerson Martínez describe así a Peña: “Felipe descollaba como el principal jefe militar de las FPL, pero tenía algo especial: su irreverencia frente a los formalismos y a toda la liturgia dogmática que reinaba en la organización. En medio de aquella severidad de los colectivos, él ironizaba todas las solemnidades”. Lo contrario a Cayetano Carpio.

Por otra parte, el marxismo que Carpio había estudiado en Moscú, en los años cincuenta, era una simplificación superficial de hechos a la medida de la pequeña estatura intelectual de José Stalin, en tanto que Felipe Peña había estudiado un marxismo crítico actualizado por los filósofos europeos de los años sesenta, entre ellos Louis Althusser, Herbert Marcuse y Nikos Poulantzas.

La pureza ideológica propugnada por Carpio había hecho posible la mística combativa de los primeros dirigentes de las FPL, pero sectarizaba a la organización y obstaculizaba su crecimiento. Un detalle ilustra esa situación: aunque en el país todos eran católicos o evangélicos, no se podía ser cristiano y miembro de las FPL al mismo tiempo. En el libro citado Lorena Peña señala: “Yo dejé la religión porque según las FPL había que ser ateo. Te daban un librito de filosofía marxista que criticaba el idealismo y defendía el ateísmo científico”.

De todos modos, el fraude electoral de 1972 y la toma militar de la Universidad Nacional ese mismo año, así como la agudización de la represión política en los años siguientes, generaron una creciente resistencia popular cada vez más y mejor organizada. El ERP captó a su favor el descontento social y en 1974 se adelantó en la conformación del frente de masas, el FAPU.

La salud de Carpio se resintió por esos días y Felipe Peña tomó el control de la organización. Luego de una serie de reuniones secretas con un grupo de jesuitas publicó la “Carta de las FPL a los cristianos”, en la que, pese a las reservas de Carpio, afirmaba que no había contradicción entre la revolución y el cristianismo. Lo que el joven ideólogo había vislumbrado, en términos estratégicos, era el enorme filón que la ligazón con las populosas comunidades eclesiales de base le daría a las FPL.

El primer renovador en la guerrilla (2/3)

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