En 1975 las FPL vivieron una primavera de apertura y flexibilización. Ese florecimiento, que duró apenas seis meses, le imprimió un reimpulso estratégico a la organización y se extinguió abruptamente con la muerte en combate de Felipe Peña, un joven talentoso como ideólogo y valiente como jefe militar, nada dogmático ni sectario.
Escrito por Geovani Galeas.01 de Febrero. Tomado de La Prensa Gráfica.
En sus primeros años, las FPL eran una extensión refleja de las virtudes y los defectos de su fundador y máximo comandante, Cayetano Carpio. Sus combatientes eran tenaces, austeros, abnegados, dogmáticos y sectarios. Eran obreros o habían pasado por un duro proceso de proletarización en su estilo de vida y en su pensamiento.
Vivían en mesones de los barrios pobres, como si de aquellos primeros cristianos de las catacumbas se tratara, y como aquellos mismos practicaban un ritual disciplinario que tenía por centro el ideal proletario, cuya viva encarnación era Cayetano Carpio. Algo comenzó a cambiar cuando los fundadores fueron cayendo en combate. Los dirigentes que los relevaron eran maestros y estudiantes de clase media. Muchos de ellos ni siquiera conocían personalmente a Carpio, dada la compartimentación que imponía la clandestinidad.
Cuando la organización comenzó a crecer y consolidó su aparato militar, la complejidad de las operaciones requirió de una infraestructura acorde, por ejemplo una flotilla de automóviles no de lujo pero sí en perfectas condiciones, y no se podía vivir en mesones miserables y a la vez tener esos autos. A finales de 1973 los guerrilleros se habían trasladado a residencias de clase media, y era preciso completar con ropa adecuada y otros recursos la cobertura. Ese solo hecho alteraba el estilo de vida de los militantes, y no en beneficio de la austeridad proletaria predicada obsesivamente por Carpio.
El aparato militar se había construido bajo la conducción y la vigilancia directa del viejo dirigente obrero; pero el instrumento armado, aun siendo el principal, era solo uno de los dos componentes estratégicos de la concepción original de las FPL. El otro instrumento era político: el frente de masas.
Los fundadores lo habían previsto, pero inicialmente se habían concentrado en la tarea militar. Cuando Felipe Peña se convirtió en el segundo al mando en las FPL, a finales de 1973, reactualizó la cuestión de la línea política, apoyado por la doctora Mélida Anaya Montes.
En ese momento el ERP también estaba forjando su propio frente de masas, que en 1974 se concretó en el Frente Amplio Popular Unificado. Felipe Peña estaba interesado en ese experimento, pero Carpio desconfiaba de los dirigentes del ERP por considerarlos socialcristianos pequeñoburgueses, no proletarios ni marxistas leninistas.
Sin embargo, Felipe Peña había sido amigo y compañero de estudios de dos dirigentes del ERP, Rafael Arce y Joaquín Villalobos, con quienes había militado en el socialcristianismo universitario, de modo que discutió con ellos la conveniencia de construir unidos el frente de masas. Ese acercamiento produjo la publicación de comunicados conjuntos y la posibilidad de cooperación política y militar entre ambas organizaciones.
Pero si aquella aproximación fue tolerada por Carpio en un primer momento, se rompió por su intransigencia ideológica. El ERP planteaba un frente amplio en el que cupieran todos los sectores, incluyendo empresarios y militares progresistas, y por tanto su bandera de lucha debía ser la democracia. Carpio argumentaba en cambio que la única alianza consecuente era la obrero-campesina, y que la meta explícita debía ser el establecimiento de la dictadura del proletariado.
El debate llegó a punto muerto, diluyéndose aquella primera intentona de unificar a la izquierda. Pero Felipe Peña y Mélida Anaya Montes continuaron elaborando e impulsando, al interior de las FPL, la estrategia para vincular la guerrilla clandestina al movimiento de masas que, justo por entonces, comenzaba a reactivarse en campos y ciudades.
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