“(…) Pero los nuevos arreglos institucionales encerraban también la promesa de ir construyendo realidades económicas más justas y equitativas, en un clima de diálogo político y armonía social.
Escrito por Joaquín Samayoa.09 de Febrero. Tomado de La Prensa Gráfica.
La semana pasada, una encuesta publicada en el periódico digital El Faro reveló resultados muy preocupantes pero poco sorprendentes. Una gran cantidad de salvadoreños estarían dispuestos a sacrificar la democracia por un régimen que pueda enfrentar con eficacia los grandes problemas que nos aquejan.
Por la plena validez de aquellas reflexiones en el momento actual, me he concedido licencia para construir esta columna hilvanando fragmentos textuales de una conferencia magistral que dicté en San José, Costa Rica, en septiembre de 2006, en el marco del XXIV Curso Interdisciplinario en Derechos Humanos:
“Los años noventa trajeron una infusión de esperanza a todos los países de la región que habían vivido (…) en guerras fratricidas o subyugados por regímenes represivos en los que la violación de los derechos humanos más fundamentales era la norma y no la excepción. Los regímenes autoritarios cedieron finalmente ante presiones internas e internacionales y se abrió la posibilidad de nuevos pactos políticos que reflejaban las aspiraciones de paz y desarrollo de los pueblos.”
“(…) Pero los nuevos arreglos institucionales encerraban también la promesa de ir construyendo realidades económicas más justas y equitativas, en un clima de diálogo político y armonía social. Se sabía que esa no sería una tarea fácil. Había que cargar con el pesado lastre de tantas décadas de exclusión social que inhabilitaban virtualmente a grandes masas de la población para una participación ciudadana eficaz. Había que seguir cargando con el lastre del egoísmo y de la codicia, los cuales no pueden ser desterrados, por decreto, de los corazones humanos. Había que reformar las economías nacionales en un contexto mundial nada propicio, si es que no abiertamente opuesto, a valores como la justicia social y la igualdad de oportunidades.”
“(…) Los años han ido transcurriendo y no vemos señales muy convincentes de que vamos por el buen camino. Aunque muchos países exhiben cifras macroeconómicas que parecen aceptables, la pobreza y las brechas económicas y sociales, en vez de disminuir, han aumentado. Esta sigue siendo una de las grandes deudas de las democracias latinoamericanas.”
“Otras deudas notables radican en la ineficacia de las instituciones estatales para establecer el imperio de la ley (…) Prevalece la corrupción en una considerable cantidad de instituciones estatales. Prevalece también la impunidad de quienes violan las leyes y agreden a la sociedad de muy diversas maneras.”
“En varios países de la región, la criminalidad crece exponencialmente, con un altísimo costo en vidas humanas, en calidad de vida, y también en competitividad de las empresas que son víctimas de robos, extorsiones, secuestros y asesinatos. El fenómeno de las pandillas alcanza niveles alarmantes en algunos países y pone a prueba la eficacia de la legislación y de las instituciones para superarlo, planteando una vez más la tentación de volver a enfoques autoritarios.”
“(…) A medida que crecen las frustraciones de unos o se ven amenazados los privilegios de otros, las reacciones sociales y políticas tienden a ser más negativas. (…) Nuestros pueblos se van haciendo cada vez más vulnerables a la seducción del populismo demagógico y de las nuevas formas de autoritarismo.”
“(…) La persistencia de estos males (…) debe verse como una amenaza real, mayor o menor, más o menos inminente en cada uno de los países de la región. Aquellos en los que los problemas son más apremiantes y las instituciones más inoperantes están ya planteando, de una u otra forma, la gran interrogante: ¿Vamos a continuar esforzándonos por construir mejores realidades en el marco de sistemas democráticos o vamos a abandonarnos al desaliento, abrazando, por desesperación, las soluciones autoritarias?”
“Nunca he creído que la historia tenga leyes inexorables. La historia la hacemos las personas y los pueblos. La conducimos en una o en otra dirección según la hagamos con esperanza o con desaliento; con entendimiento de las realidades y de las posibilidades o con ignorancia y fatalismo; con lucidez o con estupidez; con egoísmo o con generosidad; con individualismo o con solidaridad; con coraje o con falta de carácter; con capacidad para innovar y para adaptarnos o con rigidez e incompetencia. Estos son los polos entre los cuales se plantean todas nuestras opciones, tanto a nivel personal y familiar, como a escala social (…)”
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