Como venimos de largas épocas en las que prevalecía el inmovilismo, todavía a muchos se les dificulta aceptar que la democracia es permanente en su esquema básico pero cambiante en su energía evolutiva.
Escrito por Editorial.02 de Febrero. Tomado de La Prensa Gráfica.
En un esfuerzo democratizador que avanza en el tiempo, como es nuestro caso, todas las fuerzas que interactúan en el escenario de la vida nacional deben ir reconociendo de manera natural que dicha dinámica es un proceso, que se eslabona y desarrolla constantemente. Como venimos de largas épocas en las que prevalecía el inmovilismo, todavía a muchos se les dificulta aceptar que la democracia es permanente en su esquema básico pero cambiante en su energía evolutiva. Afortunadamente, la realidad va imponiendo irremisiblemente su propia lógica, y eso es lo que hemos venido viendo a lo largo de esta prolongada posguerra, que ya entró en fase de normalidad estable, pese a todos los problemas que persisten en el ambiente.
Ayer se produjo en la Asamblea Legislativa un relevo en la presidencia de dicho órgano fundamental del Gobierno, como efecto de un acuerdo partidario que repartía dicho cargo en dos períodos a lo largo del presente ciclo legislativo, que concluye el 30 de abril de 2012. En esta segunda parte, la presidencia le ha correspondido a un diputado perteneciente a la bancada del partido FMLN, lo cual ocurre por primera vez. El hecho, por consiguiente, tiene una significación especial, ya que reconoce un hecho normal dentro del juego de los entendimientos partidarios, que son el día a día dentro de un cuerpo colegiado como la Asamblea, que es el ámbito más expresivo del pluralismo político que vivimos.
La llegada del nuevo presidente del comúnmente llamado primer órgano del Estado estuvo precedida por algunos movimientos de resistencia, generados en buena medida porque los que han estado por mucho tiempo en ciertas posiciones –sean personas o grupos– se aferran a permanecer. Pero al final las cosas se dieron como se habían acordado, y ahora lo importante es calibrar comportamientos y contabilizar resultados. En la dinámica política, la alternancia es casi siempre depuradora por sí, ya que el que llega se ve impelido a comprometerse a ser mejor y los que salen se ven compelidos a reconsiderar sus propias estrategias y posiciones. Con la ventaja de que irse y llegar en la democracia nunca tiene carácter absoluto.
El nuevo presidente a la Asamblea promete transparencia, diálogo y credibilidad en el desempeño de su función, que tiene un componente administrativo de relieve pero que, sobre todo, constituye un desafío de carácter político. Esa función básica es la de ser promotor e integrador de iniciativas que lleven dos componentes: el interés nacional como objetivo y la convergencia de voluntades partidarias como vehículo.
En el pasado, aun el muy reciente, la Asamblea ha estado limitada y desenfocada por muchas prácticas indeseables, que usaron la componenda amañada para obtener mayorías artificiales, aun en temas fundamentales de nación. Hay que pasar de la componenda oscura a los entendimientos transparentes. Y para ello sería vital que los dos partidos con más peso no sólo de representación sino de representatividad –es decir, el FMLN y ARENA— pasaran a una etapa de seriedad interactiva, dejando atrás el predominio de las pequeñas disputas intrascendentes, como si siempre estuvieran en contienda de esquina. La misma complejidad de la problemática nacional empuja, cada vez con más apremio, a que las fuerzas políticas actúen como lo que verdaderamente son: representantes del sistema y no manipuladoras del mismo.
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