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2011/02/02

LPG-El difunto y el sucesor

 Ese es precisamente el primer desafío para el nuevo presidente, revisar y modificar el reglamento vigente y hacerlo de manera abierta.

Escrito por Joaquín Samayoa.02 de Febrero. Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

Ciro Cruz Zepeda no ha muerto. Sigue ahí fuerte y saludable. Tampoco se puede decir que ha muerto políticamente; solo ha bajado un corto peldaño en la jerarquía de la Asamblea Legislativa. Si me refiero a él como el difunto es porque normalmente uno tiene que haber estirado ya los hules para que la gente diga tantas cosas maravillosas de su persona, como las están diciendo de Ciro, en vida, sus colegas diputados. Y no solo ellos. Ayer se sumó al coro de alabanzas el ex presidente Toni Saca, quien, a diferencia de los diputados, puso de su propia bolsa los miles de dólares que hacen falta para pagar una página completa a colores en los principales medios de prensa escrita.

Qué bueno que se digan todas esas cosas, porque de otra forma los ciudadanos que hemos observado las actuaciones de Ciro, a diario y por años, no nos habríamos dado cuenta de su enorme contribución a la patria, a la gobernabilidad, al fortalecimiento de la institucionalidad democrática.

No nos habríamos dado cuenta porque la mayoría de ciudadanos quizás estamos un poco confundidos y juzgamos las actuaciones políticas con otros parámetros. Sin embargo, pensándolo bien, hay que reconocer que Ciro desempeñó muy bien su papel de procurador de prebendas y gestor de pactos secretos, enfriando los pleitos entre diputados de fracciones rivales y evitando que el gobierno estuviera permanentemente paralizado por falta de acuerdos.

La forma como logró hacerlo es bastante objetable, pero en este punto también hay que decir que su estilo y sus valores siempre fueron enteramente congruentes con la cultura institucional del órgano legislativo. Ciro fue el presidente ideal para la Asamblea que tenemos. De todas las faltas o errores que puedan imputársele, han sido cómplices plenamente conscientes y sonrientes casi todos sus colegas. Por eso están ahora tan satisfechos y tan agradecidos.

Ahora le toca, por fin, el turno a su flamante sucesor, quien a lo largo de varios meses ha venido preparándose y remozando su figura para asumir con suma dignidad tan elevada responsabilidad en representación y al servicio del sufrido pueblo de El Salvador. Desde ya le deseo muchos éxitos, aunque tanto él como el resto de ciudadanos debemos moderar nuestras expectativas, porque los poderes formales del presidente del Órgano Legislativo tienen alcances bastante limitados; no están regulados por la ley, sino por un reglamento interno que siempre resulta de componendas poco transparentes entre las cúpulas de los partidos dominantes.

Ese es precisamente el primer desafío para el nuevo presidente, revisar y modificar el reglamento vigente y hacerlo de manera abierta, a la vista de todos los ciudadanos. No sería mala idea empezar con una muestra de sensatez y austeridad, eliminando todas las posiciones innecesarias en la Junta Directiva de la Asamblea o eliminando, al menos, los privilegios adicionales que se conceden injustificadamente a los directivos (sobresueldos, vehículos de lujo, choferes, asesores, etc.)

En una entrevista publicada esta semana por el periódico digital El Faro, el nuevo presidente de la Asamblea se maneja culpando a la derecha por los errores del pasado y echando balones fuera en lo que concierne al futuro. La mayoría de sus respuestas son evasivas y proyectan un débil compromiso para cambiar sustancialmente el modus operandi del primer Órgano del Estado. Sin embargo, en esa entrevista Sigfrido Reyes hace algunos planteamientos que me parecen muy lúcidos y esperanzadores. Asume el compromiso de que, bajo su conducción, la Asamblea no tenga nada qué ocultar. Con solo eso que lograra, habríamos avanzado bastante, porque entonces ninguna de las decisiones administrativas o políticas estaría reñida con la ética o sería contraria a los intereses y derechos de los ciudadanos.

Pero el nuevo presidente llega aún más lejos y hace una afirmación muy profunda y atinada. Explica que no busca protagonismos, sino rescatar la esencia de la Asamblea y de la presidencia. La esencia, es decir, su verdadera naturaleza, su razón de ser. Esto sí que sería un paso gigantesco hacia la consolidación de la institucionalidad democrática; porque la razón de ser de la Asamblea Legislativa no es la conveniencia de personas o agrupaciones políticas sino la fiel representación de las ideas e intereses de todos los salvadoreños.

El difunto y el sucesor

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