Si los problemas se dejan estar y el aferrarse a que las cosas sigan igual se vuelve norma de vida, ahí se tiene la receta perfecta para estimular la violencia en todas sus formas.
Escrito por Editorial.01 de Febrero. Tomado de La Prensa Gráfica.
En un mundo que está en acelerado proceso de transformaciones, que son parte de la misma dinámica histórica y no efecto de ninguna ideología en particular, es urgente en todas partes hacer replanteamientos serios y profundos sobre los contenidos y las formas de la realidad actual. Esto lo vemos en casos muy concretos y del momento, como es la crisis emergente en el mundo árabe, donde hay ya una lucha abierta, de carácter civil y popular, contra regímenes autoritarios de larga data. La primera reacción autodefensiva de dichos regímenes es la violencia, que ahí mismo está demostrando que sirve menos que nunca para detener un proceso que tiene fondo democratizador. Esto nos demuestra, una vez más, que estamos en una nueva época, en la que hay que desmontar imágenes, prejuicios, dogmatismos, fanatismos y esquemas obsoletos de toda índole.
El movimiento global hacia el redimensionamiento de lo humano en el escenario abierto del presente encuentra al mundo sin un orden internacional que pueda funcionar de veras como tal. Inmediatamente después del fin de la Segunda Guerra Mundial, allá en 1945, es decir, hace casi 66 años, se estableció una institucionalidad internacional política y financiera que es la que sigue existiendo, con crecientes signos de decrepitud. Después de 1989, cuando se desfondó la bipolaridad Estados Unidos-Unión Soviética, empezaron a dibujarse en el terreno los dinamismos de la globalización; pero hasta la fecha no hay un esfuerzo efectivo hacia la creación de ese nuevo orden, que permita enfrentar desafíos y acompañar evoluciones conforme se van dando en la actualidad, con miras hacia el futuro.
Cada país y cada sociedad tienen ahora mismo el deber imperioso de analizar con claridad sus propias situaciones, en función de establecer estructuras, mecanismos y políticas que permitan evolucionar con un mínimo de conflictividades. La violencia es una amenaza siempre presente, y hay que conjurarla de manera metódica y eficiente. Si los problemas se dejan estar y el aferrarse a que las cosas sigan igual se vuelve norma de vida, ahí se tiene la receta perfecta para estimular la violencia en todas sus formas. En nuestro país, por ejemplo, haber dejado estar al crimen organizado y no haberse ocupado a tiempo del problema eminentemente social de las pandillas fueron detonantes de la situación actual, que institucional y socialmente se ha ido de las manos.
Hay que generar y poner a funcionar antídotos contra todas las formas de violencia, que no sólo tiene expresiones delincuenciales. La toma de conciencia real de la problemática es la base; y de ahí hay que levantar estrategias para fortalecer la convivencia pacífica, fomentar valores y generar verdaderas oportunidades de autorrealización ciudadana, perfeccionar la institucionalidad y limpiarla de todos sus vicios históricos tan arraigados.
La tarea, como decíamos al principio, es global; y por eso mismo tiene que partir de lo personal e ir abarcando lo familiar, lo social, lo cultural, lo económico y lo político. Esta es una era en la que todo apunta a que el centro sea el individuo, ya que las concepciones ideológicas o políticas que han olvidado o querido obviar el fundamento de la estabilidad y del progreso, que es la libertad individual, se han roto en pedazos, como juguetes inútiles. En nuestro caso, tenemos que preservar y potenciar nuestro régimen de libertades, como garantía de que la convivencia pacífica modernizadora continuará consolidando un país mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.