No estoy seguro si en los momentos actuales valdrá la pena debatir sobre los esquemas de interpretación y supuestos teóricos conductistas, cognitivos o constructivos que configuran los paradigmas actuales de la educación, o definir mejor qué tipo de escuela y de maestro (a) tenemos o necesitamos para lograr las confusas y perplejas expectativas educativas globales. Ambos ejercicios son por demás complejos, y lo peor, en estos temas todos opinan y tienen algo que decir, pues cualquier ciudadano ha tenido una experiencia educativa y tiene un punto de vista.
Escrito por Óscar Picardo Joao.23 de Febrero. Tomado de La Prensa Gráfica.
Más allá de la filosofía educativa que ha inspirado a los grandes modelos curriculares de Montessori, Fröebel, Rousseau, Agazzi, Decroly o Pestalozzi, hoy por hoy no hay mucha claridad sobre qué, cómo y bajo qué condiciones se está enseñando y aprendiendo. Ni siquiera tenemos claro qué tipos de ciudadanos se están formando en escuelas públicas o colegios privados... ¿dos clases de ciudadanos?
Los partes estadísticos de la educación apenas nos indican tasas de cobertura, repitencia, extraedad, deserción y, en el mejor de los casos, algunas cifras difusas en torno a calidad que pueden ser distantes de realización y felicidad... ¿Qué significa un 10 hoy? No estoy seguro si será inteligencia, capacidad de adaptación, viveza, “copy and paste” o casualidad...
En la sociedad actual de la información y el conocimiento, los proyectos educativos cada vez son más relevantes; la incertidumbre, el riesgo y la falta de confianza en las instituciones indican que lo único seguro es lo que está en el cerebro. Nos preocupamos por la educación, invertimos y nos esforzamos por alcanzar el mayor nivel académico en la mejor institución posible para tener cierta certeza. Y a pesar de que Bill Gates y Steve Jobs abandonaron la universidad y siguieron su instinto, la educación sigue siendo el ancla para no naufragar en las encrespadas aguas globales.
No podemos cuestionar –junto al fin teleológico de la vida– ¿estudiar, para qué?, y también ¿qué estudiar? Da la impresión de que mucha gente, cuando piensa en educación más que en una realización profesional y un crecimiento humano, piensa en hacer dinero; y hacerlo rápido y fácil, buscando así atajos universitarios y carreras que generen un retorno rápido. Ya el profesor de la escuela de Negocios de Harvard, Rakesh Khurana, cuestionaba a las escuelas top de negocios de Estados Unidos que habían perdido el sentido de su misión original de formar líderes que puedan ayudar a la sociedades y economías a ser mejores, más humanas. Hoy, los graduados –anota Khurana– tienen una obsesión casi grotesca de recuperar la inversión en sus estudios y de maximizar el valor para los accionistas. Esta es la base de la crisis ética que vivió la economía en Estados Unidos.
Ahora dejemos la teoría y demos un vistazo a nuestro sistema educativo, ¿qué encontramos en la realidad? A nivel macro, el cortoplacismo gubernamental y electoral acompañado del reparto de uniformes; a nivel meso, la incertidumbre académica y ciudadana que no sabe el rumbo de la navegación; y a nivel micro, en la escuela y el aula, algunos programas pilotos, los mismos problemas, los mismos docentes, el dictado, la implacable pizarra, algo de tecnología dispersa, y un entorno de terror y de inseguridad (la sociedad educadora). La evidencia de esta percepción o interpretación: los resultados de la PAES y los indicadores socioeconómicos de país. Ya llevamos 20 años en este ir y venir de reformas, la escuela está igual y las implementadoras mejor... nada nuevo bajo el sol... Ayer lo importante fue educación básica, hoy educación inicial o educación media; sigamos probando hasta que los préstamos y las arcas de Estado aguanten.
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