A la gente ya no le interesan las imágenes tradicionales, como se vio de manera irrefutable en la campaña de 2009, que fue un anacronismo revelador. Ahora se espera creatividad y soltura de ofertas en función de futuro.
Escrito por David Escobar Galindo.05 de Febrero.Tomado de La Prensa Gráfica.
En octubre de 1979 se oficializó, mediante un Golpe de Estado que sería el último de una larga época, el colapso del esquema autoritario formal de gobierno en el país. Desde 1932, la gerencia del sistema político venía siendo ejercida por la Fuerza Armada. Y hasta tal punto llegó a instalarse dicho esquema que el sólo hecho de pensar en la posibilidad de un Presidente civil era visto como un peligro subversivo. Pero llegó 1979, y, aunque su relación con el estamento militar se había vuelto crecientemente recelosa e insegura, la derecha nacional quedó expuesta a una repentina orfandad política, sin posibilidad de regreso. La única solución era construir cuanto antes un instrumento político propio. Así se gestó el surgimiento del partido ARENA, bajo la conducción de un militar de 36 años, de graduación intermedia e insospechadamente carismático.
La creación del partido ARENA fue uno de los hechos más reveladores de que en el país se estaba configurando el elenco necesario para asegurar la puesta en escena del drama de la competitividad democrática. Ocurrió en 1981, y ya en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1982 dicho partido mostró su fuerza representativa. En aquellos días, la izquierda estaba sustitutivamente representada por la Democracia Cristiana, que ganó las presidenciales de 1984 con la potente personalidad de José Napoleón Duarte. Al proceso le convino que Duarte ganara entonces, porque D´Aubuisson hubiera sido demasiado traumático en aquel momento; y así pudo llegar naturalmente el momento de ARENA en 1989, ya para hacer factible un verdadero esfuerzo de entendimiento político que condujera hacia la paz.
La posguerra normalizadora se instaló de inmediato. En otros países, España por ejemplo, se necesitaron 36 años para reencontrar el rumbo. En nuestro caso, no se tuvo que esperar ni un solo día después del Día D, 1 de febrero de 1992. El FMLN se convirtió en partido según lo acordado. En las elecciones presidenciales de 1994, ARENA volvió a ganar, como era previsible, pero tuvo que hacerlo en segunda vuelta. El candidato del Frente era Rubén Zamora Rivas, un político civil de larga trayectoria. Lo esperable era que en 1999 se diera la alternancia; pero el FMLN regresó a sus viejos moldes, y tanto en 1999 como en 2004 puso a antiguos comandantes como candidatos. ARENA ganó así dos veces más, ya cuando conforme a la dinámica normal de la democracia no le tocaba. Y quien más caro pagó tal desfase desgastante fue el mismo partido ARENA.
En la democracia, lo natural no es la permanencia, sino la alternancia, porque el sano juego competitivo así lo requiere. Los 20 años de ARENA fueron un lastre muy difícil de cargar, y el total desconcierto de la campaña presidencial 2008-2009 lo demuestra. ARENA pasó a la oposición con abundantes moretones y heridas. Tanto, que hasta hoy no ha podido aprovechar las oportunidades reconstructivas de ser oposición. Y lo que más le falta es recuperar la audacia de sus inicios políticos. Por más que se diga lo contrario, en dicho partido es notorio, y quizás se percibe mejor desde afuera, el temor a los liderazgos nuevos. Y sólo habría que hacerse una pregunta: ¿Qué experiencia política tenían figuras como Roberto D´Aubuisson o Alfredo Cristiani cuando asumieron sus respectivas responsabilidades, mucho más desafiantes que las de ahora?
En la dinámica democrática, lo que más les conviene a los partidos, especialmente a los que están en la competencia principal, es alternar entre el gobierno y la oposición. Es una dinámica depuradora, en contraste con lo que produce la permanencia: estímulo a las dejadeces y los vicios. El partido ARENA, que es hoy la fuerza partidaria alternante, debería aprovechar la condición opositora actual para reconstituirse, no sólo a partir de la dura experiencia que vivió a la luz de su atolondrada miopía en el más reciente proceso electoral, sino en función de renovar de veras su propuesta política, en contenidos y en figuras. Es lo que la misma lógica del proceso democrático en marcha le está demandando, para asegurar la normalidad del avance modernizador del país. No un jueguito más de pequeños poderes internos, sino la asunción del juego histórico nacional.
Para ninguno de los dos partidos en competencia por las plazas fuertes se trata sólo de un desafío de revalidación de sus implantaciones territoriales, aunque desde luego esto siempre hay que atenderlo: el verdadero reto está en posicionarse frente a las aspiraciones de la ciudadanía, tal como son en 2012 y en 2014. A la gente ya no le interesan las imágenes tradicionales, como se vio de manera irrefutable en la campaña de 2009, que fue un anacronismo revelador. Ahora se espera creatividad y soltura de ofertas en función de futuro. El que mejor lo haga saldrá favorecido.
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