Este mundo física y socialmente cibernético, crecientemente conectado en redes sociales, empuja y demanda un socialismo auténticamente democrático.
Escrito por Roberto Rubio-Fabián.07 de Febrero.Tomado de La Prensa Gráfica.
Anonymous es una red de ciberactivistas, sobre todo de base europea. Un movimiento ciudadano de cultura digital, sin líderes ni voceros. Pero de potente voz. Detrás de la cual se esconden cientos de personas con máscaras del anarquista revolucionario de la novela gráfica V de Vendetta de Alan Moore, y que inspiró una conocida película del mismo nombre. A principios de enero se dejaron escuchar: colapsaron las webs del gobierno tunecino en el marco del levantamiento ciudadano que lo hizo caer, lanzaron sus ataques cibernéticos hacia la web del partido Fine Gael de Irlanda y a las de los partidos políticos españoles como protesta ante la ley antidescarga, arremetieron contra los sitios de Visa, Mastercard, PayPal por haber actuado contra WikiLeaks.
A pesar de la falta de claridad de su horizonte y de ciertos rasgos anarquistas, se trata ante todo de un ejército de jóvenes deseosos de transparencia, libertad de expresión, honestidad y respeto a los derechos humanos. Como lo señala Joseba Elola, “es el perfecto reflejo del nuevo mundo en el que vivimos, de la nueva sociedad que está naciendo a raíz de la revolución digital” (El País, 16/1/2011). No profesan una ideología definida, y les ofende que los traten de ubicar en la categorización simplista del ser de derecha, centro o de izquierda.
Al sur del Viejo Continente, en el mundo árabe del Magreb y del Oriente Medio, también palpita el entusiasmo por esas reivindicaciones de libertad, democracia, transparencia, bienestar económico, lucha contra la corrupción y el autoritarismo. Asistimos a una ola revolucionaria, sobre todo impulsada por una nueva generación de jóvenes informados y virtualmente conectados a las redes sociales, que lejos del arcaico islamismo y de los mausoleos de la izquierda tradicional, están cansados del autoritarismo y corrupción de sus petrificados gobernantes y formas de gobernar.
Así lo define un analista de La Sorbona de París: “Lo notable de esas revueltas es que las consignas que movilizan a miles de personas en Túnez y Egipto son los derechos humanos y civiles, la democracia social y la justicia económica. Se trata de un programa democrático no ideológico” (Salem, Paul, Revista Estrategia y Negocios, 1/2/2011).
¿Nos compete lo que sucede tan lejos de nuestro país? Ciertamente nos compete. Anonymous y la revuelta árabe no están lejos de nosotros. Es verdad que no somos ni de cerca una monarquía autoritaria o un régimen despótico. Pero nuestro proceso democrático no está del todo consolidado, tiene importantes desperfectos, y es frágil. Todavía merodean los autoritarismos, la falta de transparencia aparca con frecuencia en los asuntos de Estado, la corrupción se pasea entre la clase política, se manosean instituciones y leyes, voluntades políticas se doblegan fácilmente ante el dinero, etcétera.
Lo que nuestros dirigentes políticos y funcionarios públicos deben aprender de Anonymous y WikiLeaks es que la sed de información y transparencia va en crecimiento exponencial en esta era digital, que los escondites son cada vez menos, y que tarde o temprano algo o todo se sabrá. A todos, especialmente a nuestros dirigentes y funcionarios, nos compete lo que dijo otro analista de La Sorbona en la revista antes citada: “Se rebelan contra dirigentes corruptos y arrogantes, acusados de administrar el Estado como una propiedad personal” (Ghalioune).
Asimismo, la que ahora está más cerca de la posibilidad de gobernar, la izquierda partidaria, le debe competer el hecho que es cada vez mayor la sed de democracia y libertad y cada vez menor el espacio para los autoritarismos, ya sean abiertos, o encubiertos con ropaje democrático como en Nicaragua o Venezuela. No se puede construir el socialismo en base de petrodólares y compra de voluntades. El socialismo se edifica con las pasiones por la justicia, libertad, solidaridad y democracia. Ante todo democracia representativa y con alto contenido participativo. Este mundo física y socialmente cibernético, crecientemente conectado en redes sociales, empuja y demanda un socialismo auténticamente democrático. Es hora de ir saliendo de los sarcófagos de la ortodoxia.
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