Federico Hernández Aguilar.02 de Febrero. Tomado de El Diario de Hoy.
El pasado 24 de enero, en el acto de develación del monumento a Schafik Hándal en Mejicanos, el señor vicepresidente de la República estimuló las capacidades analíticas de los periodistas que cubrían el evento, al aclararles que las palabras que acababa de pronunciar no constituían una flagrante y descarada violación al primer decreto ejecutivo firmado este año por el presidente Mauricio Funes.
¿Por qué se vio este notable funcionario en la imperiosa necesidad de hacer semejante aclaración, puesto que la aludida disposición es inequívoca al prohibir la participación de miembros del actual gabinete de gobierno en actos proselitistas? Para entenderlo, leamos íntegras las palabras que había usado el vicepresidente en el referido acto partidario:
"(…) Por ello es que no debemos de permitir que regrese ARENA al gobierno, ese es el compromiso que hacemos ahora ante Schafik. Vamos a trabajar para que este monumento ilumine a todo el país, ilumine a nuestro partido, ilumine a nuestra dirección y nos dé la sabiduría para saber conducir a nuestro pueblo y dar las orientaciones claras y precisas que este momento requiere. Ese es el llamado que les hago… Están las elecciones de alcaldes y diputados próximas. Tenemos que trabajar. Y están las elecciones presidenciales… Yo no estoy llamando a votar, ¿oyen, señores de la prensa? [Aplausos]. Estoy hablando de la realidad. El regreso de ARENA es nefasto para El Salvador: yo creo que nadie lo va a permitir".
Cualquiera podría creer que el también ministro de Educación ha trazado una nueva frontera entre la realidad y lo que perciben nuestros sentidos. En su opinión, hacer proselitismo equivale única y exclusivamente a pedir el voto por el propio partido. Las referencias directas al adversario, instando a la gente a no permitir que vuelva al gobierno, o las diáfanas invitaciones al trabajo partidario, de cara a las elecciones próximas, no forman parte del listado de acciones que el vicepresidente de la República codifica en su mente como "hacer proselitismo".
Las aclaraciones que desde la palestra dirige a los periodistas Salvador Sánchez Cerén, sumadas a las que otros funcionarios de gobierno han hecho en las últimas semanas, revelan que las sutilezas están a la orden del día cuando de interpretar los decretos de Mauricio Funes se trata. Y a tal grado de estiramiento parecen estar llegando estas anchas interpretaciones, que muy pronto habrá que pedirle al FMLN que nos defina qué entiende por "gobierno", qué significa para ellos "acto político" y qué exactamente querían decir, como opositores, cuando sin vacilar criticaban el doble papel que varios miembros de la anterior dirigencia de ARENA cumplían dentro del gabinete Saca.
Porque sólo quien tenga afición extrema por los juegos de palabras podría negar el proselitismo, abundante y florido, que rezuman las siguientes frases, extraídas del mismo discurso del señor vicepresidente en Mejicanos:
"Desmontar el neoliberalismo en El Salvador es tarea de los revolucionarios, es tarea del FMLN". "Las aspiraciones del pueblo sólo las puede resolver este partido". "Ahora el gran temor de la derecha es que el FMLN va a llegar al gobierno ¡y que va a llegar un presidente del FMLN!".
¿Será necesario agregar que este alto funcionario gubernamental, en el colmo de la delicadeza, terminó su alocución con un sonoro "¡Que viva el FMLN!", consigna que no ha dejado de repetir al final de casi todos sus discursos, en su triple rol de vicepresidente, ministro de Educación y alto dirigente partidario?
El presidente Funes, desde luego, es libre de aceptar como legítimas las lecturas autocomplacientes que hacen sus funcionarios de la prohibición que él mismo les giró a principios de año. Lo que ya no puede hacer el mandatario es apelar a su autoridad como si se tratara de algo absolutamente probado. Llegados a ese punto, las cuentas claras que el presidente le exige a su equipo se enturbian en el justo momento en que se publican, y ese es motivo más que suficiente para que alberguemos serias dudas: o del liderazgo que Funes pretende que le reconozcamos en la conducción del gobierno, o de su voluntad real para mantener dentro del redil a sus febriles y altamente partidistas funcionarios.
Las calenturas electorales, como era previsible, están comenzando a disparar todos los termómetros. Desde ambos extremos del escenario político nacional, las ansiedades construyen dinámicas cada vez más agresivas alrededor de las banderas y los eslóganes. Se acercan los tiempos en que la tensión social adquiere las expresiones –a veces dramáticas, a veces superficiales, pero siempre inquietantes– de la polaridad partidaria.
El presidente de la República, a juzgar por las declaraciones que anteayer brindó a una televisora, parece estar plenamente consciente de lo que esta vorágine de angustias y nerviosismo podría acarrearle al país. Y somos muchos los que queremos creerle cuando nos reafirma que él desea establecer nuevas reglas en torno a la cultura electoral salvadoreña, empezando por el partido que gracias a su candidatura llegó, por fin, a ser gobierno.
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