Alejandro Alle.01 de Febrero. Tomado de El Diario de Hoy.
"Cuando los gangsters se reúnen para dividir el territorio y 'cocinar' nuevos esquemas para controlar al público, las autoridades hablan de una conspiración. Cuando los CEOs, banqueros de inversión y los políticos se reúnen para hacer lo mismo, el nombre que le dan es Foro Económico Mundial de Davos".
La ironía no pertenece a ninguno de esos personajes de la política que proliferan en nuestros barrios latinos, sino que es el primer párrafo de un artículo publicado la semana pasada en el Wall Street Journal. Nada menos.
Su autor, bajo el título de "En Davos, el fino arte de cubrirse de nieve", hacía referencia al elegante encuentro que todos los años, a fines de enero, se celebra en el corazón de los Alpes suizos. Con la asistencia de mentes brillantes. Y de Bono.
Seguramente ya varios políticos populistas, de esos que se honran de serlo, no sólo estarán recitando como propio el citado párrafo, sino que también creerán que les sirve de argumento para taparse los oídos ante cualquier otra referencia a Davos, tal como el Indice de Competitividad Global (ICG), la valiosa herramienta comparativa que el Foro Económico Mundial elabora durante el resto del año. Cuando las mentes brillantes se fueron. Y Bono también.
Son los mismos que quieren ignorar (en verdad, ignoran), que Adam Smith, padre de la economía y referente del mercado libre, ya mostraba en 1776 una enorme desconfianza ante cualquier tipo de recomendación que sobre política económica proviniera del sector empresarial.
En efecto, el escocés expresó por entonces, con suma claridad, su preocupación por la "conspiración contra el público", que tales recomendaciones siempre terminan siendo (The Wealth of Nations, Modern Library, pág. 128), destacando que cuando los empresarios se involucran en actividades de lobby se olvidan de los intereses del consumidor, "el único fin y propósito de toda producción" (Ibid, pág. 625). Algunos distraídos se enteran de sus escritos con más de 200 años de atraso. O se los atribuyen a otros. Perdónelos, Smith.
El problema no es que los políticos vernáculos se tapen los oídos ante las declaraciones que a fines de cada enero hace desde Suiza el jet-set corporativo mundial, usualmente mucho más cargadas de intereses y de egos que de sanos fundamentos económicos. Adam Smith también ignoraría tales parloteos.
Lo preocupante es que sigan haciéndose los sordos ante las publicaciones del ICG, que consiste en una minuciosa evaluación de las fortalezas y debilidades de las economías de 139 países, que permite identificar las razones por las cuales tantos países siguen sumidos en el subdesarrollo, sirviendo también de referencia para las autoridades de cualquier país.
El ICG define doce pilares de la competitividad, agrupados a su vez en tres categorías: a) Requerimientos básicos, b) Promotores de eficiencia, y c) Promotores de sofistificación. No hace falta tener el mejor puesto en todos los pilares para ocupar el primer lugar del ranking, tal como muestra el caso de Suiza: la clave es tener buena calificación en todos. ¿El Salvador? ocupa el puesto 82, hecho que demuestra que la tarea pendiente es grande.
El reporte del ICG incluye una oportuna definición de "competitividad": es el "conjunto de instituciones, políticas, y factores que determinan el nivel de productividad de un país". En pocas palabras, competitividad es sinónimo de productividad.
Son, asimismo, muy abrumadoras las evidencias sobre la correlación existente entre la productividad de una sociedad y el nivel de prosperidad de sus habitantes. De todos sus habitantes. Los intentos por negarlo sólo pueden provenir de la necedad.
Elevados niveles de productividad, a su vez, favorecen la rentabilidad de las inversiones efectuadas en el seno de una sociedad. Y considerando que la rentabilidad es un formidable impulsor del crecimiento económico, se cierra el círculo virtuoso: competitividad/ productividad, prosperidad personal, rentabilidad, crecimiento sostenible.
Todo muy fácil de entender. Excepto, claro, para quienes están en el negocio del "subdesarrollo sostenible". Del cual, por cierto, viven muy bien.
Hasta la próxima.
*Ingeniero. Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires). Columnista de El Diario de Hoy. alejandro_alle@yahoo.com
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