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2011/02/03

LPG-Visita a la casa de Farabundo

 “Ayer cumplió un año de muerto Agustín Farabundo Martí. Queremos dedicar a su memoria estas breves líneas; primero, porque fue nuestro amigo y varias veces estuvimos a solas conversando de las cosas del espíritu, cosas que han movido nuestras naves, cada una por su ruta”. Quien escribe estas palabras es Salarrué, aquel gigantón de ojos azules, pintor, poeta y narrador, amigo de los viajes astrales, y a quien nadie se atrevería a señalar como un hombre violento.

Escrito por Miguel Huezo Mixco.03 de Febrero. Tomado de La Prensa Gráfica. 

Como nada, se cumplieron 78 años del fusilamiento de Martí y de los estudiantes Alfonso Luna y Mario Zapata, ocurrido un día 1.º de febrero, en uno de los costados del Cementerio General de San Salvador. 78 años y en El Salvador la sola mención de su nombre todavía levanta polvo. No es algo que nos deba extrañar. Nuestro libro de historia se ha cosido a balazos, a menudo frente a un pelotón de fusileros. Si no, allí están para probarlo Francisco Morazán, Gerardo Barrios y Víctor Marín, el héroe del levantamiento de 1944 contra Martínez.

Más allá de las circunstancias específicas en que ocurrieron, y de las intrigas y decisiones políticas que las provocaron, aquellas muertes elevaron a sus víctimas a la categoría de héroes; héroes polémicos, desde luego, como debe ser.

Al acercarse la efeméride, a sugerencia de un par de amigos, fui a conocer la casa de Martí. El viajero solo necesita tomar la carretera del Litoral en el puerto de La Libertad y avanzar hacia occidente. Después del tercer túnel, al llegar a la playa La Perla, podrá leer el rótulo que indica, en dirección norte, el desvío a Teotepeque.

Se asciende por una calle en buen estado que serpentea entre colinas y árboles centenarios. Teotepeque está enclavado en medio de la Cordillera del Bálsamo, a más de 500 metros sobre el nivel del mar. La casa de Martí está a un lado del parque principal. Imposible perderse. Es un caserón de madera ennegrecida por el tiempo. Además, al frente hay un busto de Martí. Algún bromista (o adversario) le arrancó a golpes la mitad de la nariz, lo que le otorga un aire entre ridículo y sufriente. Eso, y nada más. Parece otra de esas operaciones de olvido, a la salvadoreña.

En ese lugar nació, el 5 de mayo de 1893, Agustín Farabundo, hijo de Pedro Martí y Socorro Rodríguez. Al llegar a la adolescencia abandonó la casa, primero, para estudiar en el colegio salesiano Santa Cecilia, y luego en la Universidad de El Salvador. Después vinieron la cárcel, los exilios, la guerrilla de Augusto C. Sandino, el regreso y el paredón.

“El sembrador desconocido”, lo llamó Salarrué en aquel texto olvidado, que debió redactar un año después de su fusilamiento, en medio de la cacería de brujas que siguió al alzamiento y la matanza de 1932. Salarrué tenía entonces 35 años y aun no había publicado sus célebres “Cuentos de barro” (1934). Su franco retrato de Martí nos dejar ver a un personaje distinto a la imagen de demonio rojo promovida por sus adversarios, y también distinto de los clichés utilizados por quienes se reconocen como sus seguidores. “Martí, por su calidad de hombre de ideal, de renunciador, de héroe, no por sus ideas, sino por su entereza e inegoísmo para sostenerlas, se merece la admiración de todo hombre bueno”, dejó dicho Salarrué.

Me acerqué y toqué la puerta. Por supuesto, nadie abrió. Hicimos las fotos de rigor, dimos una vuelta por el pueblo y nos encaminamos de regreso a la carretera.

(Vea imágenes en http://talpajocote.blogspot.com/)

Visita a la casa de Farabundo

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