Me interesa la historia y me obsesionan algunos de sus pasajes puntuales. Hace varios años, por ejemplo, comencé a indagar lo que ocurrió en el Ejército Revolucionario del Pueblo en mayo de 1975. Más allá de las especulaciones, sobre aquellos sucesos trágicos existen numerosas versiones testimoniales o investigativas más o menos consistentes. Creo conocerlas casi todas, además de haber entrevistado a los principales protagonistas sobrevivientes.
Escrito por Geovani Galeas.22 de Febrero.Tomado de La Prensa Gráfica.
Durante un tiempo creí que la verdad estaba oculta en algún documento inédito o en la memoria de alguien. Cuando hablé de esto con mi ya fallecido amigo Leonel Gómez, que era un investigador experto, me dijo lo siguiente: “Pierdes el tiempo si lo que intentas es averiguar el dónde, el cómo y sobre todo el quién en ese caso. Primero tienes que comprender el porqué. Estudia el contexto de los hechos y las ideas que estuvieron en juego”.
Las dificultades se multiplican cuando todo ocurre en una organización clandestina con un funcionamiento rigurosamente compartimentado. “No es un capricho que en el espionaje, o en las conspiraciones, el saber de cuantos participan en una misión o en una maquinación o en un golpe (en lo clandestino, en lo solapado), sea difuso y fragmentario, que cada uno esté al tanto de su cometido pero no del conjunto ni del propósito último”, se lee en una novela de Javier Marías. Eso es verdad.
Hay dos versiones oficiales y contradictorias: una fue consignada por la Resistencia Nacional, en 1976, en la edición número 25 de Por la causa proletaria, cuya redacción se atribuye a Lil Milagro Ramírez; la otra está en el Balance histórico del ERP, publicado en 1977 y probablemente escrito por Joaquín Villalobos. No son crónicas objetivas de los hechos, sino interpretaciones políticas y parcializadas de los mismos. Pero ambas coinciden en un punto: la responsabilidad mayor de lo acontecido recae en Alejando Rivas Mira.
Pero Rivas Mira se esfumó. Es el único que no ha dicho aún su palabra. Para entonces tenía treinta años y era considerado por el gobierno el enemigo número uno. Había fundado y hecho crecer la guerrilla bajo su mando desde 1971. Todo indica que poseía valentía, astucia y un adecuado sentido de la preservación, en tanto que la jefatura estratégica de un grupo revolucionario clandestino está obligada a protegerse, e incluso debe ser protegida por toda la organización.
Mientras que para Cayetano Carpio la clandestinidad era la escuela que con sus rigores templaba la contextura ideológica de los militantes, para Rivas Mira la clandestinidad no era nada menos pero tampoco nada más que una mera técnica de supervivencia en riesgo permanente. Por eso nunca dejaba ni dejó huellas. Una cosa es cierta: lo que el ERP llegó a ser posteriormente se debe en gran medida a las virtudes y los defectos de Rivas Mira.
Sin embargo, aparte de su convicción de que el pragmatismo es la mejor defensa de los principios, y que en consecuencia quien aceptara los fines tiende a aceptar los medios, en realidad se sabe poco de él. Estoy convencido de que para comprender lo que ocurrió en mayo de 1975, es preciso saber más de su vida y su pensamiento. Lo que hasta ahora se ha hecho es caricaturizarlo como un personaje siniestro y aun cobarde y tonto. Eso es una simplificación inaceptable.
Sé que se graduó como bachiller con las más altas calificaciones, hacia 1962, en el Liceo Salvadoreño; ingresó al año siguiente a la Facultad de Derecho de la UES; ganó una beca para estudiar ciencias políticas en la universidad de Göttingen, Alemania, entre 1967 y 1969, y ese último año recibió en Cuba un curso de guerrilla urbana. Luego se sumergió en la clandestinidad... ¿Alguno de mis lectores sabe algo más al respecto?
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