De nuevo, el Gobierno, por ser a quien le corresponde asegurar la armonía social y la buena marcha del proceso nacional, tiene asignada la tarea indelegable de crear condiciones para construir confianza, gobernabilidad, seguridad y desarrollo.
Escrito por Editorial.22 de Febrero.Tomado de La Prensa Gráfica.
Estamos en una coyuntura nacional de grandes ansiedades, en el que, por la misma complejidad y urgencia de los problemas que nos agobian, se van generando crispaciones a cada paso. No tenemos en el país una cultura de prevención de situaciones críticas ni suficiente aprendizaje de la práctica de los entendimientos intersectoriales; y por todo ello la atmósfera se va viendo y sintiendo periódicamente congestionada, con todos los efectos negativos y adversos que eso acarrea. En estos momentos, la prediscusión de un eventual nuevo paquete de impuestos ha generado aún más trastorno, sin que se adviertan señales de racionalidad que pudieran tranquilizar el ambiente, ubicar la cuestión en un plano de consideraciones realistas y entrar en una discusión abierta, respetuosa y consistente.
Nos hallamos inmersos, pues, en primer término, en una disputa de ansiedades. El Gobierno necesita más ingresos, y eso le produce una angustia que muy fácilmente se le vuelve reacción colérica ante las dificultades que debe enfrentar. Por parte de los sectores empresariales, el temor a entrar en más problemas financieros si hay una subida significativa de impuestos provoca reacciones autodefensivas. Y al final de cuentas no se sabe qué va a resultar, aunque es de temer, porque experiencias pasadas avalan esa “salida”, que el punto pasará al plano de los arreglos partidarios, donde, como ya se sabe, cualquier cosa puede pasar.
En su más reciente comparecencia dominical, el Arzobispo metropolitano ha hecho una exhortación a que se dé, al respecto, una discusión “profunda y respetuosa” entre el Gobierno y el sector privado. De esto se trata, justamente: de que los grandes temas nacionales –y éste es sin duda uno de ellos– se puedan tratar en una atmósfera de altura, sin cartas escondidas bajo la manga y dentro de los plazos que la propia naturaleza de lo tratado demande. En este caso, se lanzó la idea de un “pacto fiscal” sin preparar los adecuados escenarios para ello, y eso ahora ha hecho crisis, en la forma menos favorable para allanar el camino de los posibles entendimientos.
El punto clave no es tanto dónde se dé la discusión, sino cómo se haga y con qué actitudes se encare. Al Gobierno, por ser el conductor principal de la política nacional, le toca establecer las bases iniciales de una sana interacción. Y no debe ser obstáculo impeditivo insalvable el que haya diferencias, aun de fondo, o desconfianzas mutuas evidentes. Precisamente cuando más se necesita interactuar y concertar es cuando se trata de hallar puntos de entendimiento entre grupos diferentes y aun fuerzas contrapuestas. La confianza se construye, y para ello es preciso trabajar en serio e ir superando, en el trabajo, resistencias y recelos.
A lo que no podemos conformarnos y mucho menos resignarnos es a vivir encerrados en los espacios cada vez más asfixiantes de la desconfianza. De nuevo, el Gobierno, por ser a quien le corresponde asegurar la armonía social y la buena marcha del proceso nacional, tiene asignada la tarea indelegable de crear condiciones para construir confianza, gobernabilidad, seguridad y desarrollo. Y eso requiere voluntad, determinación y paciencia. Con exabruptos no se llega ni a la esquina. Estamos, en casi todos los sentidos, en fase crucial. Todos tenemos la responsabilidad de concretar lo que nos compete para hacer de este momento una oportunidad de ir de veras hacia adelante, para no seguir en el nefasto estancamiento.
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