No hay país del mundo que haya logrado entrar de veras en la ruta del desarrollo sin dedicarle un esfuerzo consistente y eficaz a la temática educativa en su conjunto, desde la parvularia hasta la formación superior.
Escrito por Editorial.16 de Febrero. Tomado La Prensa Gráfica.
Se ha iniciado la implementación del esquema de “nuclearización”, que busca que el sistema educativo público funcione en el terreno en forma de núcleos que permitan optimizar el uso de los recursos disponibles, contrarrestar la dispersión de centros escolares con muy escasas condiciones para ofrecer una formación adecuada, ofrecer más opciones de formación escolar y mejorar las condiciones administrativas de la educación en el día a día. Como todo proyecto nuevo, la verdadera relevancia de este nuevo experimento se medirá en el campo de los hechos, y ojalá que dé resultados efectivos, en lo que le corresponda, porque si hay un déficit verdaderamente lastrante en el país es el que genera la inoperancia básica del sistema educativo, especialmente en sus primeros niveles y en las distintas áreas periféricas del territorio nacional.
Venimos teniendo “reformas educativas” desde hace mucho tiempo. Algunas, como la de 1968, aspiraron a ser integrales; otras han sido sólo de ciertos aspectos de la función educativa; pero lo cierto es que, hasta la fecha, no se ha hallado un rumbo definitivo, que no sólo ponga a la educación en la ruta de los tiempos, conforme a nuestras propias condiciones, aspiraciones y necesidades nacionales, sino que permita generar verdaderas opciones de futuro para la gran mayoría de nuestra población.
No hay país del mundo que haya logrado entrar de veras en la ruta del desarrollo sin dedicarle un esfuerzo consistente y eficaz a la temática educativa en su conjunto, desde la parvularia hasta la formación superior. Y para ello viene a ser indispensable tener perfecta claridad compartida dentro de la sociedad sobre lo que se busca lograr con la educación. Esto tiene, desde luego, un componente teórico, pero sobre todo exige un compromiso con la realidad, como se vive y como se quisiera que se viviera. La educación no es una mera función institucional: es, en primer lugar, una función de vida, que debe estar acorde con lo que es y quiere ser cada sociedad.
En toda esta compleja y desafiante temática hay cuestiones que son básicas e insoslayables. Insistimos aquí, y lo seguiremos haciendo cuantas veces sea oportuno, en el rol estelar que tiene el maestro dentro del drama educativo. Sin que se asegure, de la manera más universal posible en el ambiente, que los maestros y maestras tienen la capacidad, la voluntad y los estímulos necesarios para volverse inspiradores y motivadores del conocimiento, todo lo demás se quedará en las superficies de siempre. La calidad comienza en el alma y en el intelecto del maestro y se concreta en el intelecto y en el alma del alumno.
En nuestro país, el Estado prácticamente se ha desentendido de la formación docente; además, ha hecho muy poco por superar los enormes desniveles de calidad en la dimensión territorial de la educación. A estas alturas, si queremos progresar en serio, hay que tomar el toro por los cuernos, e ir al fondo de los problemas, sin intentar buscar veredas alternativas que nunca llevan al punto. Esto implica un rediseño integral de la educación, a partir de la consideración fundamental sobre qué tipo de salvadoreño se está en la obligación histórica de formar, para ir a buscarlo en todas partes, desde los más remotos cantones hasta los grandes centros urbanos.
Replantearnos entre todos el desafío educativo y asumirlo entre todos como lo que es, constituye una premisa mayor para entrar a resolver, en perspectiva sostenible, todos nuestros otros problemas.
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