Escrito por Marvin Aguilar.09 de Febrero. Tomado de La Página.
Joachim esperaba el cadáver de Mateusz en el aeropuerto Tegel de Berlín. Estaba ansioso, desesperado. ¿Qué sabía? lo que el consejero de la embajada alemana en San Salvador le había dicho: asesinaron a su amigo y novia: una joven salvadoreña, en su apartamento de la Residencial Riverside, a 137 kilómetros de la capital. Desconcertado se decía: ¿Cómo era posible? En Berlín con lo más peligroso que pueden herirte es con el filo de una hoja de árbol.
Fue durante las visitas los jueves al club de jóvenes inconformes con el estado del mundo actual, en la universidad de Humboldt que comenzó a interesarse por viajar a Centro América. Primero, el documental sobre esa extraña historia de la dinastía del Jaguar Fumador; de los diecinueve Reyes de Copán; del hijo del Jaguar Fumador: Serpiente Fumadora, del hijo de este último: Conejo y, cómo se convirtió en un protector de las artes; de su descendiente: Mono Fumador y luego Concha Fumadora; la pasión por construir una gran ciudad en Copán. La grandeza de esta raza, un tiempo pasado de vida en armonía con la naturaleza, herencia cultural, cautivaron su cabeza de joven internacionalista.
Después vendría el Film “La Hija del Puma” rodado por unos Noruegos en Guatemala que instalaría la determinación de retirarse un año sabático a El Salvador. Llegó a San Salvador, encontró un empleo en una distribuidora de productos alimenticios alemanes para Centro América, que poseía su sede en este país. Comenzó a vivir en la Residencial Riverside, una de esas nuevas zonas residenciales del interior del país que está enclavada en medio de viviendas populares o campesinas: gente que posee trabajo precario, o simplemente no lo tienen.
La construcción de estas viviendas de clase media alta, en zonas de clases desposeídas es un misterio, es una especie quizás de castigo de los constructores a la nueva clase media surgida de las remesas para que no se olviden que a pesar de vivir en zonas urbanizadas o, de poder hacer turismo en Los Ángeles y NYC es posible que sigan estando más cerca de ser pobres que ricos o, que pretender ascender socialmente en una sociedad pigmento-jerarquizada les será del todo imposible. Quizás solo sea que les interese hacer dinero de las remesas, no se sabe.
En otros municipios del oriente, pero en este particular vecindario de San Miguel, en el diario de estas vidas demarcadas por un muro fue surgiendo una relación de curiosidad y dependencia mutua entre las dos clases de vecinos. Si, el servicio domestico de las zonas residenciales fue abastecido por las zonas marginales rurales que circundaban la colonia del muro: domésticas, jardineros, planchadoras, niñeras, vendedores de periódicos, recogedores de basura, cosas usadas y trabajadores eventuales encontraron una forma de subsistencia en las familias de las “casas ricas” del otro lado.
Recordaban, si se observaba con detenimiento, cualquier ciudad medieval europea, donde unos vivían al otro lado del muro, protegidos. Los otros a la orilla del muro del lado del peligro. Comenzó ala vez una deprimida economía entre los urbano-marginales dependiente de estos ingresos: pupuserias, tiendas, venta de artículos de primera necesidad y personales que estaban destinados a los pobres de estas zonas, disminuyendo aunque sea en apariencia su pobreza, introduciéndolos como parte de la ciudad de consumo.
En El Salvador, en estas zonas residenciales se suelen alojar igualmente extranjeros que encuentran a buen alquiler un apartamento civilizado. Fue esta la razón de instalarse allí de Mateusz, comenzar a gerenciar la distribuidora de productos alemanes para la zona oriental de El Salvador. Conoció a Conchita, chica de su edad: 25 años. Trabajaba de niñera, vivía en la marginal contigua. Conchita, una típica salvadoreña: baja de estatura, pelo negro colochita, cafecita-clara, ojos negros, culoncita, cara regular, no tenía hijos, no estaba casada, Mateusz se antojaba un buen partido. Salvación para cualquier salvadoreña deseosa de largarse al primer mundo.
Esto debido a que casi todos aquí son algo poetas simbolistas: La vida real siempre estará en otra parte. Para Mateusz cortejarla no fue difícil, si bien de las salvadoreñas decir no se puede que son fáciles, tampoco se puede negar que cuando es un alemán que las pretende no se lo piensan dos veces. Alemanes vienen uno entre un millón para una salvadoreña.
No es que la salvadoreña sea materialista, esta conducta digamos que puede interpretarse como viveza: particularidad latinoamericana que surge de que antes de pensar, la realidad demanda ser vivo, siendo esta una capacidad que a través del tiempo se pierde, entonces, para la única vez que los salvadoreños la poseen hay que aprovecharla, es algo que el sistema no ha podido hasta hoy arrebatarles o prohibirles, hasta se los estimula: su viveza, que no es más que el puente que separa a la tontería de la inteligencia.
Se hicieron novios. Ella con el tiempo se mudó al apartamento de Mateusz. Que no sospechaba que su buen noble amor primermundista solidario se tropezaría con el honor machista y las taimadas aspiraciones a jefe de marginal de un crápula. Según el raciocinio de macho migueleño herido, el germano representaba no solo el invasor roba-mujeres, sino que además introducía a Conchita en unas costumbres nocivas para las ideas del populacho: visitar teatros, ver películas del llamado cine independiente que además solo proyectaban en salas de ricos; leer, comida hindú o vegetariana, visitar cafés temáticos y no el Pollo Campestre como todos, todo eso eran cosas que rayaban la mariconería, insulto de las tradiciones salvadoreñas, es decir las de él, que en muchos casos vienen siendo las mismas.
Al principio ser objeto de burla no representaba mayores problemas, ya que el cacique gánster se defendía con el argumento de que su ex-novia hacia esto con la viva intención de sacarle dinero al alemán. Con el tiempo desafortunadamente tuvo que moverse a la idea de que su ex-chica era una grandísima puta, sumado a que el pandillero gozaba de la fama de tener el miembro pequeño, causa que según sus amigos provocó el abandono de su ex-chava, lo orillaron pues, a buscar una forma de callar a todos para siempre.
Esto era vital para ser considerado jefe, ya que dentro del imaginario migueleño, jamás dentro de los machos se le podrá confiar el mando a un cornudo, debido a que esto implica falta de hombría y autoridad. Se volvía asunto prioritario encontrarle solución a este dilema de psicología masculina.
Esto era científicamente comprobable: el alcalde de la ciudad, había ganado las elecciones acusando de infiel a la esposa del otro candidato. Líder comunal y alcalde pues no en mucho se diferenciaban, ambos por su viril pequeñez y origen necesitaban constantemente demostrar su poder.
Para Mateusz la violencia era algo que había visto, escuchado y vivido en casi un año en El Salvador. Estando en San Miguel la agresividad ocurre más fácil que cruzar una calle. Mateusz continuó sus planes, decidió ayudar a independizarse a Conchita, hizo un préstamo en Alemania, con ello compró para su novia una pupuseria que se encontraba en un local del Metrocentro migueleño -pensando- que el negocio de las pupusas en El Salvador está asegurado.
Acaso fuese esto el detonante final del empequeñecido machismo y descontrolado honor del cacique local. Junto a su banda allanó por la madrugada el apartamento de Mateusz y Conchita. Siete individuos se dirigieron hacia la habitación donde ellos dormían, despertaron a Mateusz. Él vio sus rostros y Chepe le disparó una sola vez en la frente.
Murió en el acto. Conchita enmudeció de miedo, no gritó, teniendo en medio de sus piernas, sobre la cama el cuerpo de Mateusz.
Tiró a Conchita al suelo de una fuerte, furiosa patada y ella desde allí miró a Chepe, él igualmente la vio, le dijo: ¿pelada duermes no? Comenzando a disparar contra la puta, traidora, aspirante a primermundista, ¡interesada! - gritaba- ¿creías que te ibas a ir a Alemania sin mi permiso? ¡Perra, zorra! si ni hablar alemán sabes, ya quemamos tu pupuseria ¡de mierda! Pero Conchita ya no le escuchaba, desde hacía 30 segundos, veinticinco balazos habían terminado con su vida.
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