Rodolfo Chang Peña.04 de Febrero. Tomado de El Diario de Hoy.
En estos dorados tiempos en que todo mundo pide más dinero aunque nadie ofrece trabajar y producir más, cada vez escuchamos con más frecuencia por la radio y televisión, antes, durante y después del desayuno, tozudas peroratas de políticos, personajes que manejan la cosa pública, profesionales diversos y particulares.
Los jóvenes se van a la escuela y uno al trabajo, pero ellos siguen con el "carburo" mañanero. En esta variada fauna de expositores es posible detectar consumados narcisistas que a menudo no opinan, sino pontifican sobre antropología, economía, estrategias electorales, deportes, religión, subsidios, sociología, cambio climático y salud, no sin antes hacer consideraciones filosóficas y en ocasiones etimológicas.
Si el interlocutor les plantea 10,000 problemas replican en forma instantánea con 20,000 soluciones, citan estadísticas, hacen forzadas comparaciones, manipulan parámetros y para explicar un sencillo concepto, se trasladan a la Grecia antigua e invocan las biografías de Winston Churchill y Ghandi. Si el tema es el futuro del país, describen múltiples escenarios y las diversas corrientes sociopolíticas como si fueran telenovelas de reir y llorar.
Hablan con aparente propiedad sobre quiénes saldrán victoriosos y quiénes derrotados y por supuesto no desaprovechan oportunidad para autoinflarse y salir como pioneros de cualquier cosa. De ahí la abundancia de frases como: "Yo se los dije", "Yo se los aconsejé", "Yo fui el cofundador" y "Yo trabajé en eso". No mencionan los cargos de los personajes sino se refieren a ellos citándolos por el primer nombre con la confianza del caso y hasta cuentan varias anécdotas. Un día que casualmente hablaron de salud, me tomé el trabajo de escuchar a uno de esos sabios de agua dulce y en verdad nunca antes había escuchado tantas medias verdades e inexactitudes expresadas con tanto aplomo.
En el mundillo cotidiano vemos otro tipo de narcisista, los que nunca se quedan atrás, nadie les gana y jamás dan su brazo a torcer porque eso significa ponerse en una posición inferior. Pululan en centros de educación superior, ciertas gremiales, organismos nacionales e internacionales, restaurantes de postín, algunos púlpitos y muchos bares.
Si alguien menciona que la fulana contrajo nupcias con un diplomático, inmediatamente replican que tienen varias primas y una tía casadas con diplomáticos que residen en Washington y París. Y si van a la playa, en lugar de disfrutar de la brisa y el mar, se dedican a relatar kilométricas historias sobre parientes que fueron dueños de esas playas y de casi todo el litoral de los departamentos de Sonsonate y Ahuachapán.
Los dos grupos anteriores están conformados por personas que tienen personalidad narcisista, casi siempre originada por un complejo de inferioridad de antigua data. Se reconocen fácilmente porque en la conversación constantemente usan el mecanismo de la compensación, una especie de defensa psicológica que les evita sentirse inferiores, por el contrario, les permite sentirse superiores al menos momentáneamente en cualquier tópico que se les aborde.
El narcisista no desaprovecha oportunidad para impresionar sea con su apariencia, atuendo o afeites, sea con su estilo de vida, el típico musicón o el escape abierto en el vehículo, sea con su aparente riqueza, al respecto nadie lo detiene contando historias de parientes ricachones, sea con su exagerada e inflada capacidad para seducir y coleccionar mujeres, sea con sus conexiones, amigos y compañeros de escuela que invariablemente ocupan puestos en la cúpula del gobierno de turno, sea con su amplio bagaje de conocimientos en determinadas áreas como la caficultura, los perros de raza o las armas de fuego.
Por lo general son personas insoportables y casi nadie conversa con ellas por más de cinco minutos. Inclusive sus familiares se vuelven a ver entre si y entornan los ojos hacia arriba cuando comienzan a argumentar.
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