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2010/02/20

LPG-Lo que necesitamos es “acción inteligente”

No hay cambio sostenible sin apego al desenvolvimiento de lo real. Ahí estuvo la falla básica de los impulsos revolucionarios que surgieron de las doctrinas obsesivamente racionalistas del siglo XIX.

Escrito por David Escobar Galindo.20 de Febrero. Tomado de La Prensa Grafica.

Hace muy poco hablábamos de “cambio” en este mismo espacio. El tema da para mucho, para mucho más que una reflexión sabatina. Hoy nos referiremos a una variante muy significativa del tema: la viabilización del “cambio”, que es cosa muy distinta a la proclamación del cambio. Es la diferencia que hay entre el compromiso efectivo y la expresión retórica. En la época anterior a ésta, que tuvo su primera frontera en 1989 y su segunda frontera en 2009 —cuando se desfondó el “comunismo” y cuando se desmanteló el “neoliberalismo—, había en pie fórmulas para el cambio, tanto revolucionario como evolutivo. Fueron esas fórmulas las que dejaron de servir. Y la lección son los porqués de tal fenómeno, que nos tomó desprevenidos a todos.

En el ensayo “Estructuras tradicionales, transformación y cambio”, de Warren G. Bennis, que por cierto no es una obra nueva, pues su primera edición se hizo en 1966, al referirse a lo que el autor llama “defecto racionalista” en los programas de cambio, se dice lo siguiente, que igual puede ser aplicado a las organizaciones y a la política: “El conocimiento acerca de algo no conduce automáticamente a la acción inteligente, no importa cuán acertada sea la idea. La acción inteligente requiere compromiso y programas, además de verdad”.

Esa “acción inteligente” debe ser, en primer término, una activación de convergencia entre dos componentes insoslayables: la voluntad y el realismo. No hay cambio sostenible sin apego al desenvolvimiento de lo real. Ahí estuvo la falla básica de los impulsos revolucionarios que surgieron de las doctrinas obsesivamente racionalistas del siglo XIX. La “revolución” como sustitución de lo real, ¡qué fantasía más fantasmagórica! Mucho de lo que decían aquellos teóricos decimonónicos sobre los dinamismos del ser social de su tiempo era sustancioso y sustantivo, pero fallaban las conclusiones sobre la acción correspondiente. Faltaba la “acción inteligente”; sobraba la acción pasional, centrada en la visceralidad reivindicativa. El tiempo, con todos sus arrastres incontenibles, vino poniéndolo en evidencia, lo que tuvo como efecto presuntamente defensivo la petrificación de la ceguera, aunque ésta tampoco tiene capacidad de supervivencia más allá de su escombro en vida.

En estos días, sobre todo en nuestra América, vemos rebrotes de esa acción visceral, que quiere sobreponerse de manera avasalladora a la necesaria“acción inteligente”, que es la que realmente puede generar modernización e ir formando cimientos de equidad estabilizadora; pero los tiempos son otros, y ya no hay espacios disponibles para la presunta “utopía” que impulsaba la sustitución de sistemas. Hoy estamos en el inicio de una era que desdibuja mesianismos, acorrala fundamentalismos y desanima espejismos.

Hay que reconocer, pues, para entender el movimiento sustentado de las cosas, que la “acción inteligente” es un producto elaborado, no una iluminación repentina. Requiere, como dice Bennis, compromiso y programas, además de verdad; pero en verdad ni siquiera eso basta. Hay dos componentes adicionales que no pueden faltar, so pena de que el “cambio” se quede en las superficialidades de lo intrascendente. Esos componentes son: análisis fino del fenómeno real y comprensión suficiente de las bases evolutivas del cambio.

En otras palabras, el cambio requiere elaboración acorde con la dinámica del tiempo. Sin esa elaboración es impracticable el ordenamiento necesario de las dinámicas que inevitablemente nos llevan consigo, como corriente natural de la vida. Tal ordenamiento es lo que podríamos también llamar de otra manera: planificación del avance. Esto indica que no basta la voluntad, la intención o el propósito de cambio para que éste se dé como tarea constructiva. La visión, la organización y la administración son componentes indispensables de la “acción inteligente”.

En nuestros días, de seguro más que nunca antes, se requiere reconocer y asimilar la virtud originaria de la “acción inteligente”, ya que al tratarse, como es el caso de nuestro mundo, de una realidad en construcción –mundo globalizado en proceso de autorreconocerse--, cualquier reduccionismo conceptual se vuelve una trampa verdaderamente peligrosa a la hora de enfrentar el fenómeno real. Y esta verdad también es aplicable al mundo propio de cada nación: el autorreconocimiento es inevitable, se trate de naciones “superdesarrolladas”, “desarrolladas” o “en vías de desarrollo”, expresiones bastante artificiosas pero aún no sustituidas por otras que sean más sinceras y funcionales.

Tal virtud originaria de la “acción inteligente” se centra en un nervio vivo: el que conecta la mente con el corazón. Hasta la fecha, la historia parece haber sido el largo ejercicio para mantener en compartimientos estancos tanto al corazón como a la mente. Y esto no es una imagen, sino una constatación fácil de hacer en los hechos. Y tal simplificación ha derivado en lo que bien podríamos llamar la polarización del ser histórico, que se grafica en esa especie de imagen doble y compulsiva que hemos dado en etiquetar como “derecha” e “izquierda”. La “acción inteligente” no surge sólo del corazón o sólo de la mente, sino que se conecta con ambos antes de salir a cumplir su función en el mundo. Entenderlo y asumirlo sería indispensable para recomponer la dinámica de los tiempos, a la luz del destino de la experiencia.

Este es un momento histórico que será memorable al máximo. La realidad vino a hacernos limpieza de habitación global, y ahora tenemos la tarea de reamueblar todo el espacio de convivencia, tanto teórica como práctica. Deberíamos sentirnos –los ciudadanos del mundo y entre ellos, nosotros, los salvadoreños de aquí y de allá— en posesión de una oportunidad sin igual. La oportunidad de fundir la inteligencia con la acción, para que lo humano se sienta a gusto consigo mismo

Lo que necesitamos es “acción inteligente”

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