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2010/02/23

EDH-Vendiendo la soga con que serán ahorcados

Escrito por Alejandro Alle. 23 de Febrero. Tomado de El Diario de Hoy.

En tiempos como los actuales, en que las primeras planas de los periódicos salvadoreños informan sobre temas tan álgidos como el apoyo del ejército a la policía, pudiera considerarse que es prematuro ocuparse de ciertas definiciones gubernamentales en materia de política económica. Muchas de las cuales todavía están pendientes.

Considerarlo prematuro sería, sin embargo, una postura errónea: se cometería el error de postergar lo importante por privilegiar lo urgente.

Cabe diferenciar el concepto de política económica de otros dos con los cuales se la suele confundir: tener una política económica no implica necesariamente definir unas siempre sospechosas políticas sectoriales. Tampoco consiste en publicar unos siempre grandilocuentes planes quinquenales.

A las políticas sectoriales ya las están pidiendo, como siempre, determinados sectores empresariales. Son los que pertenecen, ciertamente, a la misma especie de los que Lenin tenía en mente cuando dijo que "competirán por vender las sogas con que serán ahorcados". Cazadores de privilegios disfrazados de empresarios.

Ello no significa que todo incentivo empresarial, por definición, deba siempre ser abortardo. Sin embargo, para que no se transformen en privilegios, los incentivos deben cumplir con al menos cuatro condiciones básicas: a) no deben promover un sector específico, sino una actividad genérica (p. ej.: exportación); b) deben tener un período limitado de vida, incluyendo una clara cláusula de "ocaso"; c) no deben diseñarse con el "nombre y apellido" de nadie, y d) no deben comprometer la salud fiscal.

Cuando se olvidan algunas de dichas condiciones, cosa que lamentablemente ocurre con demasiada frecuencia, se le termina dando la razón a Frédéric Bastiat, economista francés del Siglo XIX, que con particular agudeza se ocupó de desenmascarar gran cantidad de falacias económicas.

Por ejemplo, de manera satírica Bastiat definió al Estado como "esa gran ficción mediante la cual cada quien busca vivir a expensas de los demás". Algunos siempre supieron muy bien cómo hacerlo. Y no me refiero sólo a los políticos, que lo hacen por definición.

Con respecto a los planes quinquenales, nombre (¿casualmente?) con reminiscencias soviéticas sobre los cuales se está hablando dada la duración del período presidencial, tienen las limitaciones propias de toda planificación central: es falso que un gobierno sepa más que los consumidores, quienes cuando existe real competencia..., premian a diario con sus compras a las empresas que mejor los sirven.

Asimismo, cualquier intento de planificación central, implícito en un proyecto denominado quinquenal, abre la puerta a que grupos empresariales salten del campo de batalla propio, que debería ser el mercado, al campo de batalla político. Para negociar prebendas.

Que esas cosas hayan ocurrido en el pasado no debiera ser argumento para promover que se sigan repitiendo, aun con otros actores. Frédéric Bastiat ya nos enseñó quiénes pagan las cuentas de tales fiestas: los ciudadanos de a pie.

Insistir con la planificación central sería cometer la arrogancia fatal de la cual hablaba otro Frédéric. Me refiero al austríaco Hayek, quien en su último libro (1988), que justamente llevó por título: "La arrogancia fatal", expresó con acierto que la mayor parte de los problemas sociales son consecuencia de la "presunción del conocimiento" que creen tener no sólo ciertos gobernantes, sino particularmente sus asesores económicos. No lo tienen.

Hay ideas que siguen presentando batalla aun cuando la evidencia histórica se haya encargado de demostrar sus errores: no son razonamientos honestos los que las mantienen artificialmente con vida. Son intereses creados, usualmente resultado de turbios contubernios.

La supuesta necesidad de que el Estado deba definir la dirección de la economía es una de esas ideas con vida artificial, promovida mediante intervenciones gubernamentales: permisos especiales, prohibiciones, subsidios, y demás elementos que alimentan la burocracia. Y abren la puerta a la corrupción.

Ante ello, algunos que se dicen partidarios de la libertad y del sistema de mercado debieran por estos días estar actuando con mucha más claridad: dejar de cometer torpezas legislativas sería un buen comienzo. La alternativa es transformarse en vendedores de sogas.

Hasta la próxima.

alejandro_alle@yahoo.com

http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_opinion.asp?idCat=6342&idArt=4543890

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