Recién había pasado la medianoche, cuando las carreras eróticas de los gatos hacían tronar las tejas y estremecían los enlaminados. “Oí, Chofo –le dijo la esposa a don Sofonías Pereira–. Estos mentados animales no nos van a dejar dormir”. “Perate. Ya les voy a tirar agua”.
Escrito por Francisco Andrés Escobar. 27 de Febrero. Tomado de La Prensa Grafica.“No, hombre. Dejalos. Más es lo que te podés resfriar y mañana vas a estar todo socoso”. El anciano perdió impulso y se envolvió en su cobija bataneca. Le gustaban esas cobijas de hilo: “Cuando hace calor, son fresquitas; y en tiempo de frío, calientan”. En los tejados, el lupanar establecido por los gatos fornicones era un éxito. Maullidos, revolcones, sospechosos silencios, carreras y grescas lúbricas tenían de fondo una luna plena que brillaba a toda luz y un cielo claveteado de lucerones ardidos.
“Pero por lo menos estos animales agarran brama cada cierto tiempo, igual que los chuchos –comentó el anciano–. El problema somos los humanos, que andamos birriondos todo el tiempo. Si no, mirá los bichos del Grupo Escolar. Ni han terminado de emplumar y ya andan viendo a ver cómo la meten. Si el paredón del solar de la Amalia Pino hablara, ¡ay, nanita de mi alma! Los monos y monas que son pareja, cuando salen del Grupo ya se van quedando atrasito, así como quien no quiere. Al llegar al paredón, los babosos contraminan a la bichas ¡y dicen a darle! Ellos empuja y puja, y las monas babosas con los ojos en blanco, como chivos ahorcados. Un día que pasé, me les quedé viendo. ¡Ni por eso pararon el oficio! Y yo creo... Teba, ¡ya te dormiste y yo hablando solo!” “No, hombre. Te estoy oyendo”.
“Y yo creo –prosiguió el jubilado– que todo este degenere va a seguir mientras quienes deben hacerlo no decidan darle educación para el amor y la reproducción a la cipotada. Te acordarás de que, hace un tiempo, el Gobierno anterior anunció con bombo y platillo que empezaba la educación sexual en colegios y escuelas. ¡Ay, Dios! ¡En este país, ni los tatas, ni las nanas, ni los curas o pastores, mucho menos las maistras y maistros se atreven a entrarle bien al tema! Ya salen con que ‘las partes ocultas’, que ‘ahí abajo’, que ‘el lugar del pecado original’; o salen con que ‘no estamos preparados para este conocimiento’, o con que ‘todo esto va en contra de nuestros valores culturales’. Y se les pone la cara roja de vergüenza al hablar de algo tan natural. ¡Ah, mi pueblo, digo yo: ignorante, y con la decisión de perseverar en la brutalidad! Porque decime, ¿quién lee sobre este tema antes de engendrar un bicho? Los escueleros no leen ni las obras que les piden los programas. Ponen a las nanas a que las lean ellas y a que después se las cuenten, para ellos solo hacer el examen. Las viejas orejonas, en vez de sentarlos a leer, medio revisan los libros y les hacen un resumen chancuto. ¡Así no vamos a llegar a ninguna parte!... Teba... Teba... Hoy sí ya te dormiste. ¿Veá?”
Y sí. La niña Teba había fondeado en el sueño. Un leve silbido indicaba que estaba por empezar a roncar. Don Sofonías se ovilló en su tijera de lona. Afuera, la luz nocturnal envolvía al pueblo. Los gatos persistían en su festín de achuches, y con maullidos apasionados rasguñaban la paz silente de la noche.
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