Escrito por Helga Cuéllar-Marchelli.26 de Febrero. Tomado de El Diario de Hoy.
Voy camino a mi oficina y, como todos los días, aprovecho este tiempo para reflexionar sobre un tema selecto. Como la criminalidad y el bajo crecimiento de la economía han inundado las noticias, muy poca atención se ha puesto en otros temas que nos deberían de interesar. ¡Ah! muy poco se ha dicho acerca de la destitución de Breni Cuenca, titular de la Secretaría de Cultura, y la renuncia de los directores y otro personal de dicha institución en su apoyo. Aquí hay un alto.
Siguiendo la marcha con el caso de la Sra. Cuenca, me pregunto por qué fue destituida. Mientras unos cuestionan su desempeño y otros creen que perdió la confianza del Presidente de la República, ella ha sugerido que la institucionalidad que vela por el desarrollo cultural del país está en peligro. Ciertamente, al estar bajo la Presidencia de la República, la Secretaría de Cultura corre el riesgo de perder la autonomía que necesita para realizar plenamente el mandato de propiciar una cultura de la creatividad y el conocimiento. Este riesgo es mayor si no hay claridad acerca de cómo el Estado puede volverse un catalizador del progreso cultural en una sociedad democrática en donde lo más importante es fortalecer la identidad nacional y los valores, como el respeto a las libertades individuales y la tolerancia a la diversidad.
No sé exactamente qué pasó. Pero la señal que emite tal controversia es que la política cultural está –-precisamente–- a la deriva, lo cual abona al reclamo de que hacen falta signos claros que contribuyan a aumentar la certidumbre y la confianza de los ciudadanos en las instituciones y el futuro del país. Ahora me encuentro un semáforo con luz roja y estoy como todos, atascada en el tráfico.
Desde la creación del Ministerio de Cultura y Comunicaciones en 1985, es evidente la ausencia de una política cultural consistente y con un horizonte definido.
Este Ministerio, en particular, es más recordado por su labor de propaganda gubernamental, que por haber protegido y difundido la riqueza artística, histórica y arqueológica nacional. Luego de su disolución, por decreto ejecutivo nació en 1991 el Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (Concultura) y se instaló al interior del Ministerio de Educación. Por dieciocho años, Concultura no sólo fue el máximo organismo rector y facilitador de la cultura, sino también se encargó de reorientar la institucionalidad existente y promover la descentralización del trabajo, mediante la transferencia de recursos a distintas entidades promotoras de la cultura; sin embargo, la tarea de definir una política cultural sigue pendiente.
Afortunadamente la luz verde, como la esperanza, permite la circulación vehicular y prosigo. La destitución de la titular de la Secretaría de Cultura ha causado preocupación entre los gestores culturales, los artistas y los ciudadanos que comprenden el papel que puede desempeñar la cultura en el desarrollo de las personas y la sociedad. Su fortalecimiento a través de la política cultural, puede contribuir en la promoción de valores para la convivencia, prevenir la violencia y fomentar la creatividad y la innovación, dos factores vitales para elevar la productividad y el crecimiento económico. La política cultural también puede ayudar a consolidar una identidad común, que albergue diferentes pensamientos y voces. Esto facilitaría el surgimiento de una visión de país, tan necesaria para enfrentar conjuntamente problemas como los que encabezan las noticias actualmente: la inseguridad ciudadana y la crisis económica.
Las expectativas positivas que generó la creación de la Secretaría de Cultura están en vilo. Espero que en el futuro la institución rectora de la cultura no siga hablando sola, al igual que yo cuando voy camino a mi oficina.
elsalvador.com :.: ¡Alto! La política cultural nacional no debe seguir a la deriva
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