El bufón en la corte, noble ocupación. Pero me temo que más le valía tener el don, el necesario don de hacer reír. Pues si hay algo peor que querer ser chistoso, quizás solo sea el tener que ser chistoso. (Y rey no viene de reír precisamente...) Tener que hacer ver las cosas de un modo diferente: ser bufón en la corte debe haber sido no muy sencillo. Imagine usted un stand-up comedian (pero enano y jorobado) ante una audiencia un tanto hostil: el monarca y sus ministros en pleno –después de haber perdido una batalla. ¡Más que bufón debió haber sido un mago!
Escrito por Alfredo Espino Arrieta.20 de Febrero. Tomado de La Prensa Grafica.
Mi reino, no por un caballo sino un chiste –dice el melancólico que somos, a veces. Todos nacemos con esa chispa, pero hay ratos, hay días, hay épocas en que sencillamente se apaga. Nos apagamos enteros. La vida se hace larga y es temible. La melancolía se ha instalado como el invierno.
Digamos que poder reír también es poder. Poder amable por sobre todos y bienvenido en todas partes. Poder que no tuvo nunca su Maquiavelo, de puro no necesitarlo. Persuasión que no echa mano de los métodos de la mafia. Seducción que no requiere ni de un pellizco. La risa se defiende sola. Y no le importa lo que pienso, lo que soy, lo que pretendo. El Universo está repleto de cáscaras de guineo.
Libertad, Igualdad, Fraternidad; la Gracia o la Iluminación; aquel “hágase la luz” –el humor aclara, generoso, todos los significados. Humor que está lleno de apartados, paréntesis y entrelíneas, además de complicidades, guiños de ojo y contubernios: es la Conspiración escrita en grande. Y es sabido, por ejemplo, que el poder teme a la risa como al diablo, actúa como onda sísmica que puede resquebrajarlo. Solo Dios sabe cuántos chistes habrán corrido de boca en boca, sobre césares y faraones, mandarines y sultanes –presidentes...
Por otra parte, la risa y la sabiduría parecen muy cercanas. Cuentos jasídicos, historias zen, relatos sufíes: es señal de refinamiento espiritual saber reír. Esta vida de la que morimos es demasiado absurda como para tomárnosla literal, para morirnos al pie de la letra.
¿Podemos reír después de Auschwitz? No nos queda más remedio. Hay que hacerlo. Mi panteón personal está lleno de valientes, mártires y bondadosos, pero también de irreverentes y chistosos, como Twain, Borges, Cortázar, Cabrera Infante, Woody Allen, Bryce Echenique, Wilde, Robin Williams.
El humor también a veces es endémico. Pensemos en la fina ironía inglesa, la algarabía andaluza y el ingenio cubano –lugares tan comunes como verdaderos. El humor es inequívoca expresión de la misma vitalidad de un pueblo, del verdadero nivel de vida. Resulta que hay naciones enteras que no pueden aspirar más que al estudio, seriesísimo, de los chistes...
Pero las cosas no son así de simples. Hay que decir que también existe una insoslayable relación entre melancolía y humor. Como lo dijera Wilde: “El mundo se ha reído siempre de sus propias tragedias, como único medio de soportarlas”. O Twain: “Algunas de las peores cosas en mi vida no sucedieron nunca”.
Sigmund Freud dijo que el humor es serio. Y así –y solo así– es como decimos ciertas cosas en la cara, solo así es como contamos intimidades en público, sin habernos echado un trago. Un mal chiste, definitivamente, es triste, produce el efecto inverso, causa malestar. Si usted quiere desconfíe de un hombre que no bebe. Yo mejor desconfío de alguien que no cuenta bien los chistes, y especialmente de aquel que no se ríe. Pero me fío, muy en serio, de todo ese que se ríe de sí mismo.
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