Escrito por Federico Hernández Aguilar.3 de Febrero. Tomado de El Diario de Hoy.
A partir de la segunda mitad del año pasado, las estadísticas criminales rompieron todos los termómetros en El Salvador. El número de homicidios trepó hasta alcanzar un récord histórico de 18 por día, lo que condujo a un cierre anual verdaderamente espeluznante: 12 crímenes diarios y un gran total de 4,365 muertes, una cifra sin precedentes desde que empezó a llevarse un registro del delito en el país. Comparado con el año inmediato anterior, 2009 incrementó en 37.3% los registros oficiales de asesinatos.
En su revelador informe de 2005, "Cuánto cuesta la violencia a El Salvador", el PNUD estimaba que las pérdidas económicas producidas por la inseguridad ciudadana rondaba los $1,717 millones, es decir, el 11.5% del Producto Interno Bruto. Por tanto, si los gastos en salud y educación equivalen, respectivamente, a 1.8% y 3.2% del PIB, un simple ejercicio aritmético arroja que los costos globales de la violencia no sólo anulan los beneficios de la educación y la salud, sino que todavía superan, en 6 puntos, la sumatoria del valor de todos los bienes y servicios producidos por el país en un año.
Lo peor de la violencia que vivimos en El Salvador, sin embargo, no está en las estadísticas. Es el costo humano lo que se vuelve incalculable: muerte, desintegración familiar, pérdida de arraigo social, desconfianza generalizada, abatimiento, paranoia colectiva… La permanente sensación de inseguridad termina condicionando, poco a poco, las decisiones más importantes del individuo, que muy pronto se convierte en reo de sus propios miedos. Los criminales, mientras tanto, van extendiendo sus dominios hasta límites inimaginables, en un esfuerzo cada vez más sistemático de aterrorizarnos.
Ante una situación tan alarmante como la descrita, los salvadoreños nos dirigimos a una encrucijada de proporciones históricas. O nos acobardamos y dejamos que nos quiten el país que amamos, o nos comprometemos activamente en la búsqueda de soluciones, demandando de nuestras autoridades, en todos los niveles, acciones firmes y concretas.
Una verdadera política de seguridad ciudadana es la que establece equilibrios realistas entre el control del delito y la prevención del mismo, pero tratando siempre de incorporar a nuevos actores sociales en el diseño y ejecución de las medidas. Ningún gobierno o partido, ningún sector o institución puede enfrentar el problema en solitario. Se necesitan ideas, recursos, criterios técnicos y medidas integrales. Pero es audacia y unidad lo que especialmente demanda la situación actual. Unidad madura y audacia reflexiva. Unidad que fortalezca la capacidad de respuesta de las instituciones, con el respaldo decidido de la ciudadanía organizada. Audacia que privilegie la creatividad y actúe con lucidez en el terreno, con temperamento y sin intemperancia.
Esta semana, la Cámara de Comercio e Industria presentó al país más de medio centenar de propuestas para hacer frente a la delincuencia y la violencia social. Inmersa en la trágica realidad de la tercera nación más insegura de Latinoamérica —sólo Venezuela y Honduras nos "ganan"—, esta gremial empresarial ha tomado la iniciativa de invitarnos a los salvadoreños a ejercer nuestro derecho a la paz, el trabajo y la prosperidad.
Las reacciones, claro, no se han hecho esperar. La campaña "Yo exijo vivir sin miedo", que empezó modestamente a través de las redes sociales en la Internet, ahora ha prendido fuego en la conciencia de miles de personas, entusiasmadas con la sola posibilidad de hacerse oír. Las autoridades gubernamentales, por su parte, tras un mohín de incomodidad inicial, se han abierto a escuchar las propuestas como lo que son: un aporte desinteresado a la gran cruzada nacional que debemos emprender, todos juntos, para vencer al crimen.
Aquí no caben mezquindades ni personalismos. Los salvadoreños conformamos un pueblo valiente, generoso y optimista, pero necesitamos sacudirnos ese derrotismo paralizante que ha comenzado a carcomernos por dentro.
En mayo de 1992, meses antes de morir víctima de un atentado dinamitero, Paolo Borsellino, el lugarteniente del juez antimafia Giovanni Falcone, despidió los restos mortales de su amigo con una frase conmovedora: "Los que tienen miedo mueren todos los días; los que no lo tienen, mueren sólo una vez".
Es importante que los salvadoreños reconozcamos que el único obstáculo verdadero en nuestra conquista de la paz social es el miedo. Los pandilleros y los criminales cuentan con nuestro temor, con nuestro agobio, con nuestra desesperación. Ellos saben perfectamente que una sociedad aterrorizada es una sociedad incapaz de reaccionar, incapaz de defenderse y de exigir respuestas a sus autoridades. Por eso es que debemos levantarnos e impedir que nos sigan matando a diario, robándonos la iniciativa, ganándonos la moral.
¡Reaccionemos, salvadoreños! ¡No permitamos que nos arrebaten el país que amamos!
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