Escrito por Beatriz Cortez. 20 de Febrero. Tomado de Contra Punto.
Es desde la cultura que debe recrearse, construirse, imaginarse un nuevo lugar para los migrantes.
LOS ANGELES-El sábado recién pasado al despertarme para leer el Suplemento cultural tres mil como cada sábado me enteré de que la nota que había enviado sobre el despido de Breni Cuenca había sido eliminada de la publicación. Me sorprendió todavía más darme cuenta de que en la edición entera estaba ausente el tema más importante del ámbito cultural de este país en estos momentos: el despido de la Directora de la Secretaría de Cultura y la subsecuente renuncia de los directores de las oficinas de cultura del país que se encontraban bajo su dirección. Esto incluía también la renuncia de Otoniel Guevara, Coordinador de Colecciones de la editorial nacional que había sido creada a partir de la reestructuración de la antigua Dirección de Publicaciones e Impresos de El Salvador.
Desde el 9 de abril de 2005 Otoniel había fungido como editor del Suplemento cultural tres mil. Estas ocho páginas—que en los últimos cinco años yo he considerado tan importantes en el devenir cultural del país por la calidad y variedad del material que en ellas se publica y por tratarse del único suplemento cultural que circula en edición de papel y en edición electrónica para la diáspora—amanecieron el sábado 13 de febrero cubiertas con poemas de amor en homenaje al día de San Valentín, y con fotografías de mujeres, aparentemente extranjeras, en ropa interior. No logré comprender este silencio hasta el día de ayer cuando Otoniel hizo pública la decisión de abandonar su cargo como editor del Suplemento cultural 3000 ante lo que él llama “la imposibilidad de seguir ejerciendo un periodismo cultural que responda eficientemente a una agenda ciudadana”.
En la nota que no fue publicada yo hablaba del preocupante trato que el gobierno del presidente Mauricio Funes ha dado al tema de la cultura. Desde la infame sesión en la que su oficina convocó a un duelo público para la elección del nuevo dirigente de la Secretaría de Cultura en un evento reprobable y vergonzoso, la presidencia no ha dado señales de comprender la importancia de tener un compromiso con la cultura. Es lamentable pues la cultura abriría la posibilidad de construir un legado capaz de marcar el espacio de nuestra historia que se inauguró con el cambio de gobierno. Desafortunadamente, para cuando Breni Cuenca fue nombrada Directora de la Secretaría de Cultura, la oficina de la presidencia ya la había humillado públicamente por vez primera en aquel infame evento. Su nombramiento contrasta en la memoria con la experiencia que tuvieron otros dirigentes de la cosa pública.
Este desdén por la cultura ha generado una pérdida para todos. La población inmigrante que hace contribuciones importantes al desarrollo económico del país por medio de sus remesas, es borrada del panorama nacional en el ámbito de la cultura. Somos representados por el símbolo vergonzoso del hermano lejano, cuyo monumento se menciona en algunos textos literarios como un enorme urinal. Es desde la cultura que debe recrearse, construirse, imaginarse un nuevo lugar para los migrantes en la nación.
Y en esta oportunidad, todo parecía indicar que este proceso iba a tener lugar. Tanto el Plan Nacional de Fomento de la Lectura como las nuevas colecciones de libros que se proyectaban desde la nueva Editorial Nacional se diseñaron con criterios amplios que incluían a los inmigrantes y que soñaban libros que hasta ahora no han existido en nuestro país: libros con los que se construiría un monumento de papel, un monumento para recordar, un monumento para ser leído.
Es así que el despido de Breni Cuenca no es un asunto personal. Es decir, no es un asunto que le compete solamente a ella. Su despido deja truncada la gestión de una decena de directores de las oficinas de cultura del país. Rompe además el acuerdo tácito que se había establecido desde antes del triunfo electoral de Mauricio Funes, de trabajar a partir de un Plan de Nación elaborado bajo consulta con los salvadoreños. Con el rompimiento de los procesos culturales que se habían venido forjando, atrás quedaron también los insumos de la población salvadoreña en el exterior.
Todo sigue como antes. El gobierno no ha sido en nuestro pasado el lugar desde el que se construye nuestra cultura. A pesar de ello, nuestra cultura vive y sobrevive en todos los ámbitos de la vida cotidiana de los salvadoreños. Tal vez sea desde las iniciativas de la sociedad civil donde tengamos las únicas posibilidades de construir proyectos participativos para celebrar esa producción cultural y para que tengan lugar los encuentros culturales que siguen pendientes entre los salvadoreños de dentro y los salvadoreños de fuera.
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