Escrito por Álvaro Darío Lara. 18 de Febrero. Tomado de Contra Punto.
“Yo el iluso no tengo patria, no tengo patria pero tengo terruño (de tierra, cosa palpable). No tengo El Salvador (catorce secciones en un trozo de papel satinado); tengo Cuscatlán, una región del mundo y no una nación (cosa vaga)”.
SALARRUÉ
(De: Mi respuesta a los patriotas, 21 de enero de 1932)
LA PASADA HISTORIA
No deseamos unirnos torpemente a la vocinglería desatada antes, durante y después del nombramiento, y luego despido, de la ex funcionaria de Cultura.
Aunque el hecho es –definitivamente- simbólico e ilustrativo, no deja de ser coyuntural, en términos, que hay un fondo más decisivo - medular- sobre el cual nos referiremos, sin desestimar el posterior análisis de los últimos acontecimientos.
El Estado –como bien ha señalado el sociólogo salvadoreño Luis González- no es un “productor” de cultura, en el sentido más pleno de la palabra. La cultura se produce en el día a día, en el accionar de los pueblos frente a su realidad, en el mundo de la cotidianidad, donde se crea, se sueña, y se destruye. El arte como tal, no es sino una -entre muchas- de las formas más trascendentes –si se quiere- de ese gran mosaico que es la cultura.
La realidad social y política que ahora denominamos El Salvador, pertenece, al igual que el resto de la región, a eso que la historia y la antropología llama: Mesoamérica. Pueblos de un talante distinto al de los barbados europeos que llegaron hacia el siglo XV y XVI. Pueblos prehispánicos admirables, pero no compuestos por dioses, sino por seres humanos, como el resto de los pueblos que han habitado el planeta. Y en esto, la vía de la exaltación ciega y fanática, que niega otras culturas e influencias, y que “sacraliza” absurdamente “lo propio”, como lo religiosamente puro e inmaculado, es una vía que se desvirtúa por su propio peso. Todas las culturas exhiben sus cumbres y sus abismos.
Por otra parte, ese proceso violento y traumático que supuso la implantación de la cultura occidental rabiosamente católica y mercantilista, incidió en la conformación de una identidad heterogénea marcada por el sello de un terrorismo (en tanto estado de terror, social e individual) patente y latente, que se evidencia en la antropología nacional hasta el día de hoy.
Luego, la llamada independencia, y la invención de una república afrancesada, instalada en el corazón del trópico, con sus elites y mayorías oprimidas, provista de una cultura europeizante y de una religión cívica. Posteriormente, la incursión de los norteamericanos, europeos, árabes, palestinos y judíos en los negocios agrícolas de los siglos XIX y XX, y la conformación de un Estado ad hoc a estos intereses, con la aparición represiva del ejército en la tercera década del siglo XX, y la articulación de la dictadura oligárquica-militar, que padecimos durante el resto de ese siglo.
A continuación, la guerra civil, los acuerdos de paz, los veinte años del saqueo y corrupción de ARENA, y el período actual, signado por una coyuntura de desesperanza frente a un ejecutivo que continúa pregonando una retórica de compromiso con las mayorías, pero que en la práctica se distancia de ellas, mostrando su dependencia y debilidad frente a los tradicionales grupos de poder locales e internacionales; y que al mismo tiempo, pareciera dirigirse a una lamentable fractura entre el círculo de gobierno y el partido que lo catapultó al ejercicio de la presidencia.
Formulado este necesario contexto, debemos aclarar que la cultura – entendida ahora, desde la concepción de un proyecto estatal-nacional- ha tenido escasísimas oportunidades de fomento, difusión y apoyo real, por parte del Estado salvadoreño, desde su fundación.
Posiblemente las administraciones de Barrios y de Menéndez en el siglo XIX, se aproximaron a la concepción de un proyecto educativo donde la cultura, tuviera un espacio, desde luego, a partir de las concepciones propias de la época.
En el siglo XX, son las administraciones de Hernández Martínez y la de Osorio, las que –más allá de sus concepciones de cultura ligadas al discurso de un “indigenismo ideologizado” y de un “autoritarismo-modernizante” (como lo tipificó Roberto Turcios) crean en efecto, un programa cultural que emana de los teóricos gubernamentales y del apoyo consciente o inconsciente, directo o indirecto, total o parcial, de algunos escritores, artistas e intelectuales salvadoreños. Sobre esto debe existir una investigación seria y no tan propensa a las extrapolaciones, ficciones y conclusiones subjetivistas propias de algunos de nuestros investigadores, y de cuyas aseveraciones, nos ocuparemos -con propiedad- en otra ocasión.
Indiscutible es, que estas administraciones, definen el papel de un Estado, a quien la cultura no le es indiferente. Al contrario, la visualizan como un instrumento ideológico de articulación de “una cultura oficial-nacional” que inventa una historia y legítima un proyecto político. En esto juega un papel muy importante –como modelo inspirador- la experiencia mexicana, que diseña una política cultural a partir de la revolución de 1910, de gran alcance no sólo nacional sino latinoamericano.
La educación, el estímulo en la producción artística, el empleo de los nuevos medios de comunicación (radio y después televisión) en la actividad educativa y cultural, son factores importantísimos que el Estado salvadoreño utiliza y potencia entre los años 30 y 70. Se fundan instituciones, dotándolas de valiosa infraestructura y recursos. El Estado asume un papel de mecenazgo. Sin embargo, las voces contestatarias y de resistencia, desde el ámbito de la cultura, se hacen presentes de manera más decisiva, sobre todo, participando activamente en el fin de la dictadura de Hernández Martínez; luego, durante la década del 50 y finalmente, en las décadas posteriores del siglo XX. El proyecto cultural- oficial corre paralelo al incremento de prácticas dictatoriales y excluyentes; y a un acelerado enfrentamiento de las fuerzas sociales y políticas prácticamente inevitable.
Esto representa un aspecto interesantísimo de nuestra historia, al convertirse los aparentes protagonistas culturales (delimitémoslos a los escritores, artistas e intelectuales) en referentes éticos y políticos de la lucha social. No hay que olvidar el papel que asume –buena parte de ellos y ellas- luego en los años del conflicto armado. Una función que en la posguerra se va desdibujando.
En el nuevo escenario, victorioso para la derecha económica y política, se crea CONCULTURA (un modelo ya ensayado en otros países de Latinoamérica, que favorece una visión elitista de la cultura y que va eliminando de forma sistemática, la acción protectora del Estado hacia ella, para potenciar la incursión de lo privado -como práctica totalizadora en todo el orden social- de la política neoliberal que se ejecutaba indiscriminadamente en la época) un ente que pretendía en su discurso constituirse como un auténtico consejo, pero que en la práctica continúa la herencia “presidencialista” que caracteriza tristemente la historia política del país.
Con sus aciertos y bemoles, las primeras tres presidencias de CONCULTURA, al menos ofrecían un consistente activismo cultural y algún cuestionado rumbo (lejos, por supuesto, de la vocación más plural y democrática de la cultura); por otra parte, se iba generando una gorda burocracia, que se alimentaba de su limitado presupuesto (respecto a otras instituciones del Estado) y que se alejaba aceleradamente de todo diálogo o consenso con los aparentes protagonistas del quehacer cultural.
La cuarta administración de CONCULTURA fue el acabose. Sin lugar a dudas, la mayor responsable, de la ineficiencia, corrupción, nepotismo y desnaturalización de esa institución nacional. Ya nos hemos referido, en otras oportunidades, a ese trágico capítulo.
LA HISTORIA RECIENTE
En la coyuntura pre-electoral y electoral de la contienda presidencial pasada, que llevó a Mauricio Funes y al FMLN al gane de marzo, el FMLN convocó a un esfuerzo ciudadano denominado “Diálogo social abierto”, que dio origen a diferentes “mesas” en muy variados temas de interés nacional.
La Mesa de la Cultura, contó desde el principio de una entusiasta participación. A lo largo de dos años, aproximadamente, se fue generando una amplia discusión, donde no faltó el cuestionamiento directo a los funcionarios del FMLN que ocasionalmente llegaron a las reuniones y asambleas, en el sentido de su abandono ya sea como gobierno (desde la Asamblea Legislativa y desde las municipalidades bajo su responsabilidad) del aspecto cultural; ya sea también como partido, y el reclamo histórico del utilitarismo político que sufrieron muchos compañeras y compañeros del sector cultural, durante la época de la guerra civil. El sector cultural servía, en muchas ocasiones, únicamente, como una especie de “espectáculo” que acompañaba la lucha y que formaba parte de los recursos propagandísticos e ideológicos que se desplegaban, sin justipreciar su identidad como creadores y generadores de una producción estética y cultural.
Esta mesa realizó a solicitud del FMLN un detallado diagnóstico y luego un plan operativo, del tema cultura. Insumo que en su síntesis, fue utilizado por el FMLN, como el texto-eje que se incorporó en el Programa de Gobierno, cuando hicieron referencia al área de cultura.
Nunca la Mesa de la Cultura, pudo ser atendida por el candidato Mauricio Funes. Jamás tuvo tiempo o voluntad política para reunirse con su directiva o asamblea. Esto lo afirmamos con toda propiedad, ya que acompañamos desde su inicio este proceso, y somos testigos de ello.
Una vez alcanzada la derrota de ARENA, el sector cultural amplio y diverso, generó excesivas ansiedades sobre el destino de la antigua CONCULTURA. Y en esto debemos ser críticos: algunos perdieron la perspectiva más genuina que animó la Mesa, esto es, la posibilidad de llevar todo el planteamiento generado a lo largo de dos años de consulta y de debate, a la realidad de políticas públicas que conformaran un proyecto serio de cultura; insistimos, en algunos afloró la ambición humana (probablemente explicable) de emplearse gubernamentalmente y/o de colaborar en un proyecto en el cual creyeron con sinceridad.
La Mesa insistió siempre que su misión no era “vaciarse en el gobierno”, aunque respetaba las decisiones individuales, sino más bien, constituirse como un ente consultor, dialogante y propositivo hacia la nueva administración cultural.
Por otra parte, algunas organizaciones culturales y grupos, se lanzaron incendiariamente, al penoso activismo a favor de “candidatos” a ocupar la presidencia de la antigua CONCULTURA. Se hicieron propuestas poco razonables –desde la opinión de los que animábamos la Mesa- de crear un Ministerio de Cultura. Los que sosteníamos lo contrario, nos inclinábamos por mantener la actual estructura, siendo realistas con las posibilidades presupuestarias de la administración que emergía, y esperando que fuera la dinámica del nuevo gobierno, la que pudiera ir sopesando decisiones más reales. No creíamos que un cambio de nombre, sin un efectivo respaldo, fuera una razonable alternativa.
En este sentido, debemos decir, que la Mesa pecó de ingenua, aunque al final fue conciente, en el sentido de reconocer, que la realidad saltaba a la vista: lo que pensáramos o dijéramos, en definitiva, nunca sería tomado en cuenta, como en verdad ocurrió.
Este era el escenario, cuando algunos grupos y organizaciones culturales, incluidos ciertos tránsfugas de la Mesa, comenzaron a lanzar, a la luz pública, de forma irresponsable, nombres de “candidatos” a ocupar la presidencia de CONCULTURA o el supuesto Ministerio de Cultura (del cual algún “candidato” recibió hasta “felicitaciones internacionales” anticipadas). Naturalmente detrás de cada “candidato” (como si fuera un proceso eleccionario) había un grueso círculo de lacayos que animaban el proselitismo. Debo decir que la ex funcionaria de Cultura, llegó –incluso- a una reunión de la directiva de la Mesa, en búsqueda de apoyos. Sin embargo, la Mesa como tal, nunca otorgó respaldos oficiales a nadie. Aunque luego, su coordinador, asumiría, por opción personal, un cargo dentro de las direcciones nacionales de la futura Secretaría de Cultura. Una decisión que se tradujo en la inanición de la Mesa –ahora- Permanente de Desarrollo Cultural, y en su actual carácter incondicional a la persona de la ex Secretaria de Cultura.
Ante este panorama, caracterizado, por la lucha de “candidatos”: un novelista y un poeta de la misma generación, apostaban “máscara contra cabellera” para la diversión de “chicos y grandes”. La Secretaría de Comunicaciones de la Presidencia, decide convocar a una reunión en un hotel capitalino (¿Por qué un hotel privado, pudiendo ser un lugar que no representará costos?), para “deliberar” o “consensuar” una propuesta.
Irresponsablemente, el funcionario que había convocado, delega en empleados de CONCULTURA -de tercera o cuarta categoría según el escalafón- (¿Qué representaban ellos en realidad?) y en el joven hijo del Presidente Funes (¿Por qué la familia Funes tenía participación en esta problemática?), la conducción del acto. El resultado: una verdadera vorágine de pasiones y de sinsentidos, de la peor vulgaridad nacional.
Extraño fue que medios periodísticos digitales, supuestamente serios, hicieran de esta burla a los trabajadores del arte y la cultura, un reportaje ofensivo e irrespetuoso, donde se enfatiza “lo carnavalesco” del asunto, sin ir a su dolorosa raíz: el desinterés total y torpísimo manejo del nuevo gobierno en el tema cultural; y las acciones infantiles de un inmaduro sector, incapaz de generar unidad y fijar posiciones más dignas, atrapados en capillas y en la defensa de falsos proyectos tras los cuales únicamente primaban (o priman) las ambiciones de dos o tres cuestionables figuras en sus sueños fantasmagóricos de verse sentados detrás de un escritorio.
Este es el teatro que antecede la llegada de la ex funcionaria de Cultura, cesada hace unos días, por el Presidente Funes.
¿Qué aprecio hizo el nuevo gobierno de los documentos, generados no sólo por la Mesa, sino por el resto de organizaciones y grupos que con entusiasmo creyeron –inicialmente- en las posibilidades de un auténtico cambio? ¿Se repitió nuevamente como -en el pasado- la utilización electoral del sector cultural? Por lo que luego fue -la temerosa y deslucida administración cultural que acaba de ser cesada- y el comportamiento del Ejecutivo ante el tema cultural desde la pasada candidatura, parece que la respuesta es evidente. Concluyendo:
- El actual mandatario desde su época de candidato, nunca demostró interés real, ni él, ni el partido político que representó (FMLN), en el tema cultural. Pareciera que la cultura no acaba de ser entendida ni dimensionada, efectivamente, desde las políticas públicas.
- Su administración es responsable de haber burlado a los trabajadores del arte y la cultura mediante la generación de un proceso, cuyos resultados nunca fueron tomados en cuenta.
- La creación de una Secretaría de Cultura, dependiente de la Presidencia de la República,
- contradice el vínculo natural y conveniente entre la ex CONCULTURA y el MINED. La rama cultural no debe estar supeditada a las directrices de esta ni de ninguna Presidencia, por los claros peligros ideológicos, políticos o de otra índole que conlleva.
- La designación de la ex funcionaria de Cultura y la manera cómo llegó a ocupar el cargo (con escasa idoneidad de perfil, representatividad y reconocimiento en el área cultural del país: todos se preguntaban ¿quién era?) fue una decisión desacertada del Ejecutivo, de la cual el mayor responsable es el mismo Ejecutivo.
- La administración de la ex funcionaria, se caracterizó por la generación de un equipo de trabajo, donde se continuaron repitiendo los vicios del pasado que no supera la clase política: el amiguismo y la ausencia de procesos claros y legítimos en la selección y contratación de nuevos empleados y funcionarios, naturalmente con las excepciones del caso. Una administración temerosa que eludió a la prensa constantemente, y que fue incapaz, al margen de su presunta buena voluntad, de aterrizar en objetivos y planes reales. Con escasísima capacidad en el manejo particular de la cosa pública. Muy tímida en los relevos direccionales, indispensables, en una nueva administración, y que marcaran la diferencia respecto a las roscas del nepotismo, la corrupción, y los privilegios que aún campean en los feudos y cortes burocráticas de la cultura. Los “resultados” de los siete meses que se han publicitado recientemente, en los medios de comunicación, no son más que un listado de eventos o de proyectos ni siquiera iniciados. Es risible el “proyecto” de “pensión vitalicia” a escritores como Matilde Elena López (ya de 91 años), cuando el Estado ni antes, ni esta administración cesada han tenido voluntad de publicar las dos fases pendientes de sus Obras Completas, trabajo ya concluido, y que duerme el sueño de los justos en las oficinas de la malograda Dirección de Publicaciones e Impresos de la Secretaría de Cultura.
Debemos recordar que es esta Secretaría la que suspendió respaldos al programa radial “En Voz Alta”, con fines de “reingeniería” donde campeó el absoluto desconocimiento de la tradición de este o de otros espacios o esfuerzos. La cultura no puede obedecer lineamientos gubernamentales, ni estar adscrita a los volubles caprichos personales.
- La decisión presidencial de remover a la ex secretaria de Cultura, al margen ya de las valoraciones (que deben ser objetivas, y no basadas en “la buena fe” o en el fugaz beneficio laboral que supuso para algunos o algunas) y sobre todo, el procedimiento autoritario y radical que se utilizó, no sólo evidencia un peligroso comportamiento autocrático por parte del Ejecutivo, sino revela su incapacidad de enfrentar políticamente las problemáticas nacionales. Si este proceder continúa acentuándose, como ya se ha manifestado en otras áreas y coyunturas, seguirá perjudicando gravemente la misma gestión presidencial. El presidente debe rectificar. No sólo en la recomposición, democrática y efectiva de un verdadero equipo cultural que asuma el ente estatal (que llegará entre malestares, recelos y desconfianzas justificables) sino en su propio comportamiento. Si el apoyo del presidente no reside en la población y en el FMLN, ¿cuál es entonces, la fuente que sustenta su poder? ¿El círculo de cuestionables intereses conformado por los “Amigos de Mauricio” o lo que es ahora, “Los amigos del cambio”? ¿Los Salume, los Cáceres y otros apellidos similares? ¿La burguesía y oligarquía salvadoreña? ¿Y qué de los amplios sectores populares y medios -desencantados por la realidad- que lo llevaron al poder?
Mientras el Estado como tal, y naturalmente, este gobierno u otros, no vayan a la historia pasada, no escudriñen en los aciertos y desaciertos de la política cultural pública, y no se abran en verdad al diálogo y a la inclusión que tanto enfatizan, seguiremos reproduciendo lamentablemente lo que heredamos. Mientras no se convenzan de los enormes beneficios y alcances que una política cultural puede generar en el país, podrán llegar o irse -sin ni siquiera música de despedida- Zutana, Mengano o Perencejo, y la situación continuará exactamente igual. Porque no es un problema que ataña exclusivamente a Zutana, Mengano o Perencejo, es un problema de convicción, compromiso y voluntad política.
Hay que examinar, reflexionar y recapacitar más profundamente, por parte del Estado, y por parte de los aparentes protagonistas de la cultura (y decimos aparentes, porque es el pueblo, en realidad, el gran artífice cultural, siempre negado) sobre sus vínculos, alcances, limitaciones y potencialidades. Los trabajadores del arte y la cultura deben entender que si bien el Estado tiene serias responsabilidades en estas áreas, no es ni es Dios, ni supermercado, ni agencia de empleos.
El debate y la presión de la ciudadanía debe orientarse a la puesta en marcha de un proyecto, que tenga como eje principal: el beneficio popular, la democratización de la cultura. Y esto sólo será posible si tenemos una política cultural estatal, inteligente y respetuosa, proclive a las alianzas estratégicas, que supere las nefastas prácticas autoritarias; y unos aparentes protagonistas, creativos, trabajadores, verdaderos productores de obra (no sólo de discursos) que tengan visión y lucha unitaria por sus propuestas, más allá de las efímeras capillas. Al final, el eje primordial es la democratización de la cultura: el derecho que todas y todos tenemos del acceso y disfrute de los bienes culturales.
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