Carlos Abrego.01 de Febrero. Tomado de Raices.
El confuso e incompleto reportaje que trae el sitio web de un rotativo salvadoreño sobre la reunión en Washington, sobre el tema "¿Democracia Representativa o Democracia Participativa?", me ofrece la oportunidad de contrastar algunos puntos sobre lo que se ha venido hablando sobre esto. La Mesa Redonda en cuestión fue organizada por la OEA. No era pues un foro de investigación, sino que una tribuna política.
De entrada debo señalar que en este evento se ignoró por completo un lugar primordial sobre este asunto, me refiero a la ciudad brasileña de Puerto Alegre. Los diferentes panelistas hacen despuntar el concepto de democracia participativa en los discursos de algunos líderes de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de las Américas (ALBA). A mediados de la última década del siglo XX, en esa ciudad surgió un movimiento en torno a una práctica participativa que fue llamada por Tarso Genro, entonces el recién electo nuevo alcalde del Partido de los Trabajadores (PT), como “el presupuesto participativo”. Esta práctica se ha ido extendiendo hacia otras ciudades, tanto del Brasil, como afuera, por ejemplo, España, India, Senegal, Francia, etc.
La práctica participativa ha sido analizada en muchos coloquios, mesas redondas, seminarios, etc., un funcionario del gobierno de Mauricio Funes, representó en 1999 al FMLN en uno de ellos, me refiero a Héctor Silva, entonces alcalde de San Salvador. Se trataba del primer “Seminario sobre el Presupuesto Participativo”. En Francia fueron tres altos dirigentes del FMLN que estuvieron presentes en Saint-Denis participando en otro seminario. En ambos estuve presente, como en otros a los que fui invitado, en tanto que uno de los fundadores de la “Red Internacional Democratizar Radicalmente la Democracia”.
Como lo podrán constatar ustedes mismos, si buscan en la web, esta práctica participativa es mucho anterior a ALBA y ha sido objeto de muchos estudios teóricos y que se ha tratado de introducir en muchas ciudades del mundo.
La caricatura de Castañeda
El concepto de “democracia participativa” no es la caricatura que expone el excanciller mexicano, Jorge Castañeda, cuyo objetivo no era estudiar, ni mucho menos profundizar en el tema, sino atacar las experiencias que tienen lugar en algunos países de Sudamérica. El concepto es mucho más profundo que lo que algunos pretender reducir a la simple práctica de referendos y grandes movilizaciones públicas.
Las deficiencias, las fallas y las carencias de la democracia representativa fueron ya expuestas en muchas ocasiones, incluso parcos años después de la Revolución Francesa, en donde ya la usurpación de la voluntad popular por el mandatario (delegado) fue denunciada como su tara principal. Los parisinos durante las heroicas jornadas de la Comuna de París trataron de subsanar las carencias de la democracia representativa. Los revolucionarios parisinos convocaron a elecciones por barrios de delegados a consejos y obligaban a los delegados a dar cuenta pública a sus electores de su actuación y del cumplimiento de su mandato. Los electores tenían derecho de sancionar a sus delegados, es decir, tenían el derecho de revocación. Se sabe que la burguesía francesa, asistida por toda la reacción europea, aplastó al proletariado parisino en las faldas de Belleville, en donde se dieron los últimos combates. La burguesía francesa aterrorizada por la pujanza del movimiento obrero procedió a una represión inaudita y edictó leyes y procedió de tal manera que como lo dijera uno de sus representantes, “para que esto no se vuelva a repitir por lo menos durante un siglo”. Tal fue el miedo que hasta se ha practicado un ostracismo universitario hacia el mismo Hegel, este ostracismo reina hasta el día de hoy. No se hable del pensamiento de Marx y Engels. La universidad francesa ignora a estos pensadores alemanes, los mienta en el mayor de los casos para atacarlos o para deformar su pensamiento. Pensadores menores de Alemania han sido objeto de estudios para la “agregation” (título prestigioso en el sistema de estudios superiores de Francia), pero nunca las obras de Marx fueron usadas para el tema de esta carrera.
El principio de la democracia representativa es la delegación del poder. Los enunciados de este principio son múltiples. Todos insisten en que la soberanía reside en el pueblo y que este la delega a los órganos del Estado. Las distintas estructuras de la organización de los Estados burgueses reposa en tradiciones nacionales, no obstante el principio es que el pueblo no ejerce directamente su voluntad, su soberanía. Poco a poco se ha ido estableciendo que el pueblo no es lo suficientemente adulto, ni está preparado para ejercer su poder sin la mediación de expertos o de delegados. Esto se repite en nuestro país en donde se le niega la capacidad de gobernar a los partidos de izquierda, aunque hayamos tenido presidentes de derecha con poca o nula preparación, como es el caso del semi-bachiller Antonio Saca.
La burguesía siempre alega la tecnicidad necesaria para el gobierno. Esto se hace muy sensible en el enrevesado lenguaje jurídico y legislativo. Pero todo se puede expresar de manera sencilla y accesible a todos. Pero además de la patente mentira que encierra el principio de la tecnicidad del mando, lo que falla es que una vez electo un representante, éste olvida precisamente su función. En algunas constituciones, como la nuestra, consagra el poder del presidente, que de mandatario (que asume un mandato popular) se vuelve en un simple mandamás. Hoy lo estamos viviendo de manera visible con Mauricio Funes, que holgadamente se ha merecido el mote de “el-presidente-soy-yo”.
La esperanza matada en el huevo
El proceso mismo del nombramiento del delegado es complicado. Pues no se presenta individualmente como un ciudadano más, sino como representante primero de un partido político. Para romper con esto los magistrados de la Sala de lo Constitucional fallaron en favor de las candidaturas individuales y sin partido, pero ya vimos cual fue la reacción de la Asamblea y en particular de los partidos mayoritarios, ARENA Y FMLN, que dejaron de lado su ancestral antagonismo, para mancomunar sus votos y engendrar un monstruo legislativo, que en vez de propiciar las candidaturas individuales, es un recetario de obstáculos.
Estos candidatos partidarios se presentan al electorado no para recoger sus sentimientos, voluntades y deseos, sino que con un programa preelaborado por la dirección de los partidos, cuando este programa existe. A veces simplemente se trata de meras promesas y de atraer, seducir con la apariencia o con regalitos distribuidos a la garduña (arrebatiña). En las últimas elecciones el FMLN organizó “mesas de consulta popular” a la que acudió buena cantidad de gente, que opinó y manifestó su voluntad y deseos. No obstante el candidato del Frente, ahora presidente, declaró entonces que el resultado de esas consultas iba a ser “insumo para sus expertos”. Esta aberración no causó la protesta de nadie en el país. Esto lo señalé durante la campaña electoral. Esto lo pasaron por alto los dirigentes del FMLN, como otras declaraciones autoritarias del entonces candidato, incluso algunos abandonos de lo que habían constituido sus caballitos de batalla, volver al Colón, abolir la ley de Amnistía, etc.
Esto significa claramente que en la democracia representativa salvadoreña la voluntad popular, la soberanía popular se traslada sin más a la voluntad de una sola persona. Este aberrante presidencialismo ha sido consagrado por las precedentes constituciones, no se trata de algo nuevo, tampoco se trata de algo particular a nuestra institución presidencial. Existen otros país con el mismo principio, algunas veces amenguado por algunas prerrogativas parlamentarias.
La frase consagrada es que las personas elegidas por el sufragio ejercen el poder en representación del pueblo. La realidad no corresponde a este enunciado, incluso no se refleja en las leyes. Los candidatos aspiran a ejercer el poder, a secas, no a representar en el poder al pueblo. Incluso en su lenguaje se manifiesta este aspecto de la democracia representativa. Es menester reconocer que no es ni siquiera representativa, pues los electores no expresan su voluntad política, es decir no tienen la posibilidad de enunciar sus propios deseos, pueden elegir entre personas. Es en esto que reside el sufragio en la actualidad. El electorado tiene la opción entre candidatos que aspiran al poder de decidir, en ningún momento se le permite al pueblo derimir, deliberar, proponer.
La realidad de la democracia representativa está muy lejos de ser lo que pretende, no es ni siquiera representativa. El sufragio sirve para legitimar la delegación de la soberanía popular. No obstante esta legitimación es falsa, pues el pueblo en el sufragio se despoja por completo de su voluntad, incluso las opciones no constituyen sus propias opciones, sino que opciones ajenas, las opciones de partidos o de personas particulares.
En nuestro país, el fallo de la Sala de lo Constitucional ha causado una esperanza de mejoramiento de nuestra democracia. Esta esperanza ha sido matada en el huevo. Pero esta esperanza, creo, era exagerada, pues la simple posibilidad de postularse como candidato que adquiere una persona, no transforma el sistema. Algunos llegaron a la exageración de pensar que en eso consiste la democracia participativa. De alguna manera podemos decir que algunas de esas candidaturas podrían convertirse en embriones de la democracia participativa, pero nada más que eso.
La realidad del sistema es que los diputados, en menor grado que el presidente, asumen su mandato como una propiedad. En ningún caso consultan a sus electores, ni antes, ni después del sufragio. Nunca dan cuenta del ejercicio de su mandato, pueden perfectamente cambiar de opinión, cambiar de partido político y lo que sucede por lo general olvidar todas las promesas.
Al elector le queda como recurso ante las políticas gubernamentales y las decisiones legislativas la protesta callejera. Pero en nuestro país, estas protestas sufren de un desprestigio abundantemente sembrado y alimentado por la prensa nacional. Una protesta callejera es sinónimo de disturbio, de molestia, de obstáculo, por no decir posibilidad de rebelión, de revoltosa insumisión.
El Estado burgués
La distancia real que existe entre estos órganos del Estado y el pueblo es escamoteada por los simulacros electivos. El Estado que se supone emana de la sociedad entera y que expresa su voluntad, sabemos que es el instrumento de dominación de una clase sobre toda la sociedad. Esta dominación se ejerce por la fuerza, por la fuerza bruta. Cada vez que es necesario el poder estatal no vacila en poner en acción a las fuerzas represivas, la policía o el ejército. El Estado no pertenece a toda la sociedad, sino que a una parte de ella, la dueña del poder económico y la que ha impuesto a toda la sociedad su ideología.
Es por ello que el Estado actual no es simplemente eso, sino que el Estado burgués. Los mecanismos de su funcionamiento, de todo su funcionamiento, consisten en tener a distancia a las clases populares, a las clases de los trabajadores. La cuestión de la democracia no es pues un asunto de mejoramiento del sistema electoral, que de por sí es defectuoso, sino de su abolición, de su superación. Cuando digo abolición y superación me refiero a una total transformación. ¿Esta transformación anula la delegación del poder, la designación de delegados? No lo creo, se trata de transformar, ofreciendo la información, la educación necesaria para que las opciones que se presentan sean optadas concientemente, usando la inteligencia y comprensión de los problemas. Es cierto que la complicación de la sociedad y de los problemas que surgen, se necesita con frecuencia la advertencia y la explicación de un experto, pero la decisión final no puede constituir simplemente una opción técnica, sino que tomar en cuenta ciertos valores sociales, cierta visión del interés común.
La democracia participativa
La democracia participativa es la puesta en movimiento real de la voluntad popular en el ejercicio del poder. No se trata de que todos seamos presidentes, lo que es imposible, sino de darnos cuenta que no es necesario que una sola persona concentre tanto poder. Es necesario también tomar conciencia de la necesidad de elevar el nivel cultural de todos los ciudadanos, de la urgente necesidad de la participación de todos en los asuntos públicos, de la “res pública”. La delegación siempre va a existir, pero ésta debe acompañarse de una previa deliberación común, debe comportar limitaciones. La delegación implica volver responsable al delegado, responsable ante los mandantes, los electores. El electo debe rendir cuenta, debe saber que su decisión tiene que corresponder a la voluntad e interés comunes.
Estos son principios generales que coinciden de alguna manera con los que han sido expuestos por los ideólogos de la democracia representativa. La gran diferencia es que la democracia representativa adolece de la falta de instituciones deliberativas populares. Se trata pues de crear estas instancias de deliberación y de decisión popular, en las que el mando proceda directamente de las personas concernidas por este u otro problema concreto.
Este mando directo de las personas concernidas merma el poder del Estado, este último tiende a ser o es un poder total, omniscio. Es por eso que en la ideología dominante el Estado surge como un ente puesto sobre la sociedad, con la capacidad de decidir por la sociedad y poseer todo el conocimiento necesario para la toma de decisiones. Este Estado dominador y totalizador usurpa la voluntad y la capacidad de discernir, deliberar y decidir de los trabajadores. El Estado se vuelve un ente abstracto, como si no respondiera a los intereses de una clase y como si no estuviera compuesto por personas, que obedecen a intereses de una clase social, la clase dominante.
En la democracia participativa, por el hecho mismo de la posibilidad de deliberar y de decidir que obtienen las personas directamente concernidas, el poder del Estado, el poder soberano reside realmente en la sociedad, en las personas. Se trata pues de una nueva correlación con el Estado.
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