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2010/02/06

LPG-La crisis exige serenidad

En un régimen eminentemente presidencialista como el nuestro, el Presidente de la República tiene un gran poder y, a la vez, por contrapartida natural, una responsabilidad de las mismas proporciones. Voy a referirme, pues, con todo respeto y consideración, al señor Presidente de la República.

Escrito por David Escobar Galindo. 06 de Febrero. Tomado de La Prensa Grafica.

Es sobradamente sabido que nuestro país atraviesa un período cargado y erizado de dificultades. Muchas de éstas son deudas heredadas, y, por consiguiente, su lastre acumulativo habría que rastrearlo en el tiempo. Mucha irresponsabilidad, mucha desidia, mucha incompetencia se pueden sumar en ese recuento retrospectivo, si es que hubiera tiempo para dedicarse a un trabajo semejante; pero los apremios del momento son tan exigentes que no dan respiro para casi nada más que la atención a lo que ahora mismo está pasando. En áreas de actividad como la económica los problemas son evidentes, y algunas de sus causas más devastadoras nos vienen de afuera, de la crisis global, que sigue dando coletazos mientras se insinúan algunas señales de recuperación. En el plano de la demanda social insatisfecha hay mucha im paciencia apelmazada, que se hace sentir cada vez más, aunque por ahora —hay que reconocerlo, en abono al buen sentido de la población— sin amenazas explosivas. Y en el ámbito de la seguridad ciudadana es donde los clamores más se sienten, porque si algo pone al ser humano al filo de lo incontrolable es perder las bases de la seguridad personal.

Pero vamos al punto. La crisis —siempre y en cualquier parte— exige en primer término serenidad, por la sencilla razón de que si no se tiene serenidad para enfrentarla las posibilidades de que lo engulla y lo arrase todo se multiplican. Hay tramos del proceso real dentro de una sociedad determinada en los que todo parece recrudecerse y alborotarse, y es evidente que nosotros, los salvadoreños, nos hallamos en uno de esos tramos. Y esto no se produce sólo por voluntarismos concretos o por culpas especificas, aunque unos y otras puedan haber complicado el camino del proceso nacional: son más bien nudos que se presentan en el recorrido de las energías históricas, y que hay que ir desatando inteligentemente, para que no obstruyan de modo irreparable el flujo de lo real.

Cuando las cosas son más difíciles y espinosas mayor responsabilidad hay de generar atmósferas de ecuanimidad y respeto interactivo. Yo soy un creyente fervoroso en las virtudes del trato respetuoso, independientemente de las condiciones en que los hechos se produzcan. Y que conste, para dejar claro el pensamiento: serenidad no implica debilidad, como muchos parecen creer; por el contrario, la serenidad, el equilibrio, el respeto, son expresiones del autocontrol, que hace posible el eficaz manejo de los desafíos que la realidad nos va poniendo a cada paso, y ya no se diga en épocas especialmente críticas como la actual.

Pongo un ejemplo vivido y vívido: la negociación de la paz, que se hizo en medio de la guerra. En aquella mesa donde estábamos sentados los representantes de ambos bandos enzarzados en una lucha feroz y prolongada nunca se rompió la norma no escrita del trato respetuoso y amigable, pese a las tensiones que había que enfrentar a diario. Había posiciones con frecuencia muy enfrentadas, y si a eso se le hubiera agregado el pimpón de las descalificaciones y, peor aún, de las acusaciones ofensivas, ¿creen ustedes que hubiéramos podido llegar a algo?

Hoy enfrentamos desafíos diferentes, que reclaman tratamientos distintos. Ya no es la guerra política, es la inseguridad instalada. Y ante eso hay angustia, cólera, impaciencia y desesperación en la ciudadanía; y desconcierto, crispación y temor en las autoridades. El ambiente se halla cada vez más atosigado por todas esas reacciones, mientras la criminalidad y la peligrosidad hacen de las suyas. Pero esa no es la única problemática palpitante: lo económico agobia, lo social presiona, lo institucional apremia. ¿Será posible la serenidad entre tal rafagueo? Pues, aunque suene paradójico, hoy es más necesaria que nunca, y, por ende, debe manifestarse como tal, aunque requiera apelar a disciplinas personales e institucionales heroicas.

Y los primeros llamados a dar el ejemplo son los que ejercen liderazgo. En un régimen eminentemente presidencialista como el nuestro, el Presidente de la República tiene un gran poder y, a la vez, por contrapartida natural, una responsabilidad de las mismas proporciones. Voy a referirme, pues, con todo respeto y consideración , al señor Presidente de la República. Es de reconocer y encomiar la sensatez básica de sus decisiones y la valentía de algunos de sus postulados como gobernante que busca desempeñarse dentro de un concepto de unidad nacional; pero al mismo tiempo hay que decir que el talante y las palabras podrían socavar su propio esfuerzo. Calificar por reacción siempre es peligroso, porque de la calificación a la descalificación sólo hay un pequeño paso. “Irresponsables”. “Actúan con doble moral”. “Cacarean”… Frases hirientes, perfectamente evitables. Y más si son dirigidas a aquellos con los que se tiene que interactuar. Sobre todo si tenemos en cuenta que las palabras nunca se recogen. No en vano dice la sabiduría popular que “la mejor palabra es la que no se dice”, “piensa dos veces antes de hablar una vez” y “lo cortés no quita lo valiente”…

Lo que necesitamos todos, ahora mismo, es apaciguar los ánimos, porque las tareas por hacer son enormemente complejas y requieren voluntades armonizadas. Eso sólo puede lograrse en una atmósfera sin rayos ni centellas. La política tiende, por su propia naturaleza, a encender los ánimos; pero ahí es donde debe imponerse la disciplina del buen gobierno de todas las emociones. Uno no les puede pedir a los políticos que sean amigos de veras, porque eso podría ser hasta contraproducente, pues el fantasma de la complicidad siempre está al acecho; pero sí puede demandarles que actúen con la disciplina indispensable para garantizar la armonía básica en función de la tarea vital a la que se han comprometido con todos nosotros, los ciudadanos que les hemos dado el mandato.

La crisis exige serenidad

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