Durante mucho tiempo, la Asamblea fue simple receptora de iniciativas surgidas del Ejecutivo, lo cual no corresponde a su verdadera función. El Legislativo tiene perfecto derecho a tomar sus propias iniciativas, como también desde luego lo tiene el Ejecutivo.
Escrito por Editorial.18 de Febrero. Tomado de La Prensa Grafica.El caso reciente de ANDA revela varias cosas: que no hay que tomar decisiones a la ligera, por arrebato o por inexperiencia, que pueden acarrear efectos muy perjuiciosos; que cuando se dan errores lo más conveniente es aceptarlos e implementar las medidas correctivas; que lo más sano siempre es hacer consultas interinstitucionales para que nadie se dispare por su cuenta. Todo esto forma parte de una saludable disciplina administrativa, cuya real vigencia tanta falta nos está haciendo en el país.
Las condiciones actuales de la relación Gobierno-partido de gobierno y de las distintas fuerzas políticas entre sí han sacado a la luz algunas realidades que estaban cubiertas por el imperio presidencialista que funcionó por bastante tiempo antes de que llegara la alternancia en el ejercicio del poder. Ésta de por sí es ventiladora del ejercicio democrático en el área política, pero las condiciones actuales aludidas a la vez que tienden a destapar situaciones que estaban en la sombra, son proclives a generar desencuentros de opiniones y aun de decisiones. Es lo que pasó en la ANDA y es lo que, en otro ámbito de interacción, estamos viendo entre la Asamblea Legislativa y el Ejecutivo.
Sin embargo, tampoco hay que dramatizar las cosas. El fenómeno desatado por la alternancia viene a demostrar que urge establecer una verdadera disciplina en el trabajo institucional, que no puede moverse por impulsos ni por mandatos personalizados. Tal disciplina implica reconocer los propios límites, lo cual induce a colaborar para que las tareas decisorias y administrativas se vayan dando sin traumatismos, roces ni quiebres perfectamente evitables. Es, en primer lugar, una disciplina de las conductas.
CADA QUIEN DEBE EJERCER SU FUNCIÓN
Cuando se viene de una tan prolongada experiencia autoritaria como la que vivimos los salvadoreños durante muchas décadas antes del fin de la guerra, es inevitable ir aprendiendo paso a paso la lógica democrática del balance constante de poderes. Hemos avanzado bastante en esa ruta, pero aún nos queda buen camino por recorrer para que los equilibrios sustituyan naturalmente a los apetitos de imposición y de dominio. Este aprendizaje lo vamos viendo en el día a día, y muchos de los tropiezos que surgen en el desenvolvimiento de los hechos reales derivan de las resistencias a reconocer que los límites respectivos que impone la democracia están ahí, y que querer saltárselos –sea quien fuere el que pretenda hacerlo– no sólo no es admisible sino que es cada vez más insostenible.
En el caso de la relación entre poderes superiores del Estado, y básicamente entre el Ejecutivo y el Legislativo, lo que hay que implantar como normalidad incuestionable es que cada quien desarrolla su propia función, y que éstas son complementarias, no jerarquizadas. Durante mucho tiempo, la Asamblea fue simple receptora de iniciativas surgidas del Ejecutivo, lo cual no corresponde a su verdadera función. El Legislativo tiene perfecto derecho a tomar sus propias iniciativas, como también desde luego lo tiene el Ejecutivo. La sabiduría funcional está en interactuar abiertamente y a tiempo.
Pese a los traumatismos de ocasión, parece que el proceso se desenvuelve con normalidad suficiente para esperar que siga así. Y eso es responsabilidad de todos.
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