Escrito por Enrique Gomáriz Moraga. 02 de Febrero. Tomado de Contra Punto.
En realidad, el problema de fondo consiste en que hay dos proyectos políticos en el seno de la izquierda
SAN SALVADOR-Tal y como apuntamos en una nota anterior, la crisis política prevista en El Salvador, lejos de remitir, va adquiriendo mayores niveles de beligerancia a ambos lados del espectro político.
En el ámbito de la izquierda, la expresión más clara de la crisis tiene lugar en la relación entre el Gobierno y el FMLN, que está adquiriendo una dimensión desproporcionada por la intención del FMLN de realizar una demostración de fuerza institucional, cuyo ejemplo más reciente refiere al asunto del decreto sobre telefonía fija. Que nadie se pierda: la cuestión del pago básico de la telefonía fija no es ningún asunto de fondo; es sólo una herramienta para demostrar que también se puede gobernar desde la Asamblea (inmediatamente después de que el presidente Funes mostrara que puede cambiar responsables gubernamentales, sean del partido que sean).
En realidad, el problema de fondo consiste en que hay dos proyectos políticos en el seno de la izquierda: uno, que busca enfrentar en lo inmediato los problemas del país, tal y como se plantean actualmente; y otro que persigue transformaciones sistémicas, tanto mediante la resolución de los problemas, como a partir de su agudización. El primero está representado por el presidente Funes y su equipo de gobierno, que se inscribe en una perspectiva reformista de largo plazo. El segundo, por la dirección actual del FMLN, que se encuentra a medio camino entre una perspectiva populista (de ahí su adhesión a la V Internacional de Chávez) y una reformista, similar a la del equipo gubernamental.
Por el lado de la derecha, la pronta crisis de representación, que implicó la ruptura de ARENA, ha entrado ya en una fase de decantación, a partir de los dos proyectos políticos en presencia. De un lado, una derecha que busca re-situarse como centroderecha en el corto plazo, pero que si no se nuclea en torno a alguna formación partidaria (por ejemplo GANA) presenta alto riesgo de atomización (PCN, PP, Maná, GANA). Del otro lado, una derecha (ARENA) que se encuentra a medio camino entre una sensibilidad partidaria de mantener los viejos principios de combatiente anticomunista, y otra más moderna que se orientaría hacia el centroderecha, como la mencionada anteriormente. Como en el caso de la izquierda, todo depende de los ritmos: si ARENA se reconvierte rápidamente, podrá abrirse en el futuro un reagrupamiento de la derecha (transformada en centroderecha), en caso contrario, puede mantenerse por mucho tiempo una división de la derecha o incluso una descomposición por un periodo prolongado.
Como he insistido, el hecho de que la crisis partidaria abierta haya empezado por la derecha, ofrece una oportunidad histórica a la izquierda para atraer sectores de clase media (profesional y de la pequeña empresa) además de mucha gente de bajos recursos, hacia su perspectiva de cambio estructural. Ello no se hace de un día para el otro, sobre todo si se descarta la vía violenta. Significa, entre otras cosas, lograr atraer voto políticamente de centro, actualmente desconcertado por la crisis de la derecha. Cuando se dice, desde el FMLN, que el partido de izquierda no “pesca en las mismas aguas” se está cometiendo un error de juicio o peor aun, una apuesta política no democrática. En realidad, no parece claro en que otras “aguas” podría pescarse para ampliar las alianzas sociales para el cambio.
Todo indica que es necesario profundizar sobre las dos opciones que tiene por delante la izquierda salvadoreña, siempre partiendo de que ha descartado la vía político-militar, como acaba de repetir en el aniversario de los Acuerdos de Paz. Parece relevante una reflexión seria al respecto; entre otras razones, porque al elegir una de estas opciones se estará aprovechando o dejando pasar la oportunidad histórica que mencionamos.
Una opción consiste en mantener el viejo horizonte ideológico, pero sin clarificar realmente; es decir, hablar de que el objetivo sigue siendo el socialismo, pero sin precisar a cabalidad qué significa eso (¿significa eliminar el mercado?, ¿significa un sistema de partido único?). A partir de esa imagen (difusa pero antisistémica), buscar el cambio de las reglas del juego, tanto político como económico, que incluye la propia Constitución, sobre la base del argumento de la democracia participativa, aunque no se aclare bien si se trata de una sustitución de la democracia representativa. Todo se opera sobre una base social militante, que refleja bien el voto duro, que es lo realmente importa: es decir, sin necesidad de plantearse con rigor cómo ampliar las alianzas sociales. Todo ello conduce a acompañar el actual Gobierno lo mejor que se pueda, pero en la perspectiva de volver a colocar en el 2014 un candidato “verdaderamente rojo”.
La otra opción consiste en concentrarse en apoyar una buena gestión gubernamental que enfrente los problemas sociales y económicos del país, con las reglas del juego actuales, al menos durante el presente mandato presidencial. Los buenos resultados de la presente gestión gubernamental serían la base para aumentar las alianzas sociales y la atracción del voto actualmente desconcertado por la crisis de la derecha. Paralelamente, iniciar un proceso de clarificación ideológica, que implique saber cual es el horizonte que se plantea, incluyendo la precisión sobre el socialismo que se pretende. Desde luego, ello implica pensar en un candidato que represente bien esa alianza social; es decir, una personalidad que permita ampliar el voto necesario para ganar de forma segura las próximas elecciones, como sucedió en esta oportunidad.
Optar por esta segunda alternativa permite la oportunidad histórica de aprovechar la crisis de la derecha, para lograr una serie de gobiernos de izquierda, que significaran un período prolongado (veinte años, por comparar con el caso de ARENA), que lograrían transformar profundamente el país. Dado que el proceso se haría en sucesivos pasos programáticos y su consecuente ejecución, ello significaría cambiar la estructura productiva del país, reducir dramáticamente la pobreza (sin sustituir la pobreza de unos, por el empobrecimiento general de todos), y aumentar drásticamente los niveles educativos, de salud, ambiental y de equidad de género. Desde luego, este proceso se hace factible si se acepta plantearse seriamente el desarrollo del socialismo democrático, lo que significa ocupar decididamente el espacio de centroizquierda, desde donde la izquierda sería vista sucesivamente como el mejor gobierno para el país. Mientras tanto, la derecha estaría enfrentando su necesaria transformación a profundidad, para convertirse en un centro-derecha moderno, como ha sucedido en Chile o en España. Si mas adelante, realizada esa transformación, el centroderecha se perfila como alternativa de gobierno, ello tendría lugar en un contexto nacional completamente distinto, con una ciudadanía que ya no aceptaría un retroceso del Estado social de derecho, solidamente cimentado.
Ahora bien, como suele suceder, las oportunidades tienen un tiempo limitado. Si la izquierda no opta de forma decidida por la segunda opción, la derecha aprovechará la ocasión para acelerar su recomposición, e incluso sin haberlo logrado plenamente puede reunirse en una alianza que derrote a un “verdadero candidato rojo” en las próximas elecciones. Pero con ello se habrá confirmado la idea de que el FMLN tiene más interés en su acuartelamiento propio que en salir a dar la lucha por la transformación efectiva del país. Lo paradójico del caso es que eso tampoco evitará su propia crisis, ni el avance de la crisis política nacional, sino que sólo se habrá perdido la dimensión de oportunidad que suelen tener las crisis de la realidad social.
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