Escrito por Rafael Lara-Martínez. 20 de Febrero. Tomado de Contra Punto.
El dilema entre el compromiso con un presunto cambio político o la defensa de posiciones críticas autónomas, lo invito a reflexionar sobre el objetivo de toda creatividad escrita u otra.
DESDE COMALA SIEMPRE… En este instante de desconcierto ante la situación cultural, la enseñanza de la historia ayudaría a orientarse. La instrumentalización del arte para fines políticos es un legado legendario. El valor ancestral lo mide el servicio que el arte le presta al “poder” o al “capital”, diría David J. Guzmán. “Todo lo supera el capital y la ciencia [el poder político y las artes]”, asegura en 1903 el fundador del Museo Nacional en El Salvador.
Tanto es así que las mayores figuras de la cultura salvadoreña se hallan ligadas a un proyecto de nación que obedece estrictamente a un régimen gubernamental específico. En 1933, luego de forjar un término tan contemporáneo como “política de la cultura”, la mayoría de nuestros insignes clásicos se comprometen con el ideario político del general Maximiliano Hernández Martínez (1931-1934, 1935-1944). Me permito una larga cita que ilustra cómo el arte indigenista salvadoreño que la actualidad celebra por su neutralidad, por su distancia política con el poder, y por su revalorización de lo popular, se exhibe en Guatemala en 1937 junto a las efigies en seda del poder en turno.
Durante la Gran Exposición Centroamericana que mezcla industria, artes y comercio (Guatemala, noviembre/1937), el poeta Julio Enrique Ávila es el “enviado del gobierno” para presentar la cultura salvadoreña en todos sus ramos materiales y creativos. El Imparcial elogia la plástica indigenista de “Pedro Ángel Espinoza, José Mejía Vides, Miguel Ortiz Villacorta y “los estilizados motivos mayas de gran valor decorativo” de Salarrué” (La República, Año V, No. 1436, 26/noviembre/1937). La magna obra nacional se exhibe en “el rincón del arte en cuya “pared sur” ondean “en arco fraterno las banderas de Guatemala y El Salvador […] sobre los retratos de los presidentes general Jorge Ubico y general Maximiliano H. Martínez […] bordados en seda” (junto al Duce Mussolini). A esta muestra pictórica oficial se agrega la “vida intelectual del vecino país” cuyas letras las auspician dos editoriales: “la Universidad y el Gobierno”. Ejemplos de literatura nacional “correctamente empastados” son “Francisco Gavidia […] Alberto Masferrer, Manuel Castro Ramírez, Salarrué, Max P. Brannon, Claudia Lars […] Hugo Lindo, Alfredo Espino, T. P. Mechín” (nótese presencia de escritores fallecidos, Masferrer y Espino, cuya obra el gobierno la vuelve oficial bajo auspicio de la viuda de Masferrer y sus seguidores masferrerianos y, quizás, de Espino-padre y de su hermano, Miguel Ángel, el segundo).
Más asombroso, al lado de “los bordados en seda” de los generales Ubico y Martínez, se alza el presidente italiano, Benito Mussolini, acaso el modelo ideal de los centroamericanos. A semejanza del apoyo que el fascismo mediterráneo recibe de la vanguardia artística, del futurismo meridional, en El Salvador, los indigenistas y los teósofos avalan la obra del recién ungido “Benemérito de la Patria” (La República, 15/septiembre/1937).
Como esta exhibición, hay muchas que anteceden y se prosiguen durante el mandato del general Martínez. Los intelectuales a su discreto servicio viajan al extranjero o, en su defecto, sus obras alcanzan el rango de ser representativas de la identidad nacional. El estado y sus ideólogos se identifica a la nación en su conjunto; incluso esa parte estatalmente sancionada sustituye al todo nacional. El gobierno disemina las obras de sus allegados al interior del país a través de la enseñanza, tal cual el libro Lectura nacionales de Saúl Flores, con dedicatoria a la autoridad, al general José Tomás Calderón (1938, fecha de su aprobación oficial por Salarrué y Salvador Calderón Ramírez). Y hacia el extranjero el gobierno también las disemina por medio de revistas bilingües, inglés-español, que distribuyen las embajadas y consulados. A la vez, patrocina exhibiciones del arte nacional en el extranjero, como la de 1937.
Al presente que vive el dilema entre el compromiso con un presunto cambio político o la defensa de posiciones críticas autónomas, lo invito a reflexionar sobre el objetivo de toda creatividad escrita u otra. Si anhelara glorias mundanas y canonización futura, desde Guatemala en 1937, los clásicos me indican el camino a seguir. El arte que se halla al servicio del poder me asegura alabanzas imperecederas, inmediatas y por venir.
No obstante, como mi condición terrenal me resulta secundaria —porque “el mundo es un país extranjero”— me interesa mantener una posición crítica frente al poder y toda creación cultural que se declare neutra. Por ello, por esta actitud de análisis que no doblego ante la lisonja ni la ternura, permaneceré en el desierto de Aztlán siempre, al lado de los habitantes de Comala…
“En el desarraigo de lo real [banish from the matrix]”, transcribo “lo inútil”, lo que “no sirve a nadie de escabel apologético”... Gilberto González y Contreras (1946).
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