Escrito por Eduardo Badía Serra. 16 de Febrero. Tomado de Diario Co Latino.
Es esta condición de querer ser lo que no somos, de querer aparentar lo que no tenemos, de querer vivir como no podemos vivir, lo que nos ha llevado a la situación de convertir las familias en eso que se ha dado en llamar, muy precisa y formalmente, la “familia presurosa”.
Es el efecto del consumismo, del privilegiar el tener sobre el ser, de convertirnos en meros existenciales. Existimos, pero no vivimos, (al igual que votamos pero no elegimos); hemos entificado nuestra realidad y nos hemos convertido en justamente eso, entes, dejando para un segundo término, para el si-acaso, nuestra condición de ser. En la “familia presurosa”, la existencia precede a la esencia.
Así, nuestro existir se da en un mundo de agitaciones materiales, de preocupaciones, de aflicciones, de urgencias. ¿Los hijos, los padres, los nietos, la comunidad, los amigos? ¡No! ¡No hay tiempo para vivir! ¡Hay el justo tiempo para existir! No hay tiempo para los celajes ni para los ocasos; tampoco para las noches estrelladas y para los amaneceres; menos para una buena lectura o el disfrute de la buena música. Hay que correr, tras la necesidad de la satisfacción de lo inmediato, de lo perentorio, de lo fugaz, de lo volátil. No hay pausas ni para la meditación y la reflexión…
Es, mis caros lectores de Opinando sin Política, este querido espacio del Co Latino, el mejor periódico del país, la “familia presurosa”, producto del simbolismo, de lo post-moderno, del individua-lismo voraz, del afán de acumulación, de esos seres hipotecados que somos, atados a la cadena del celular, de iPod, de la cámara digital, del ordenador, del coche, siempre viendo al vecino como un estorbo, como un competidor, como un reflejo, y ansiando superarlo en la capacidad de tener cosas.
A eso hemos llevado el mundo, nosotros, los hombres, con todo y que somos el homo sapiens, la conciencia, el espíritu, personas... A eso conducimos a las nuevas generaciones, entram-padas en un mundo de ofrecimientos inmediatos, sin visión de futuro, sin aspiraciones lejanas. ¿Qué será de los poetas, y de los buenos músicos, y de los artistas? ¿Quién los leerá, quién los escuchará, quién admirará sus cuadros?
El Papa Juan Pablo II, en su Encíclica Evangelium vitae, señalaba con fuerza la necesaria relación entre la ética de la vida y la ética social. No puede, decía el Papa, tener bases sólidas una sociedad que, mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz, se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada. Evangelizar es liberar, decía el Pontífice.
Y realmente, eso es lo que sucede con nuestra sociedad: Habla de los valores y los niega en la práctica, con lo cual niega la vida porque no hay vida en esclavitud sino sólo en liberación. El cosismo es, precisamente, esa nueva forma de esclavitud, que aliena al hombre en la cosa que él mismo ha creado. Esa funesta post-moderna forma de sumisión nos lleva, siguiendo al Papa, a una sociedad sin bases sólidas, precisamente. No lo dude, amigo lector: El cosismo esclaviza, aliena, y hace infeliz al hombre, porque, como digo, le niega la vida y le deja en la nuda existencia, le niega el ser y le deja el justo tener.
No hay lugar, entonces, para la queja. Si así deseamos existir, así existamos, pero no nos quejemos. ¡A correr el nuevo día! ¿El niño? ¡Que espere! ¡A guardarlo en la guardería, claro que en una guardería de fino nombre y de amplio y elegante edificio! Luego llamaremos a media mañana, utilizando el celular, para ver si aun está vivo, y ya le recogeremos cuando hayamos logrado cumplir todas las obligaciones que nos hemos impuesto para poder tener todo lo que queremos y todo lo que deseamos tener... con el objeto de superar al vecino…….
Lo grave del caso es que esa forma de existir va progresivamente agotando la aparente comodidad de la “familia presurosa”, y comienzan a aparecer las insuficiencias.
Al final de todo, la “familia presurosa” resulta que no es sustentable, y provoca la insatisfacción, la frustración, la depresión, destruyendo la autoestima, (curioso término este en el cual pareciera agotarse ahora toda la ciencia psicológica). Vamos perdiendo la forma física y nos volvemos amorfos; vamos perdiendo el lugar y nos volvemos utópicos; vamos perdiendo el orgullo y nos volvemos vulgares; vamos perdiendo el sentido y nos volvemos salvajes.
Bien, pues. La existencia precede a la esencia, decían los grandes existencialistas del siglo pasado, Heidegger, Sartre, Camus, Marcel, Jaspers y otros. Es lo que ellos llamaban “la angustia del ser”. Ciertamente, tan malo es entificar la realidad como logificarla, pero entre el ente y la esencia, y aquí Santo Tomás, hay para caminar un buen trecho. Mientras no logremos superar esa realidad de la “familia presurosa”, mientras privilegiemos el tener sobre el ser, mientras asumamos que somos individuos y no partes integrantes de una sociedad, mientras persistamos en aparentar lo que no somos e insistamos en vivir como no podemos, no habrá solución posible.
Pasó el día de los enamorados, el día de la amistad, inventos del cosismo, del consumismo. ¿Qué regaló? ¿Una flor, un beso, un abrazo, un saludo fraterno? ¡No, hombre! ¿Qué le pasa? ¡Hay que estar en la jugada! ¡Regalé un celular, un iPod, y una cámara digital! ¿Qué con qué? ¿Y con qué? ¡Con la tarjeta! ¿Entonces?
Por eso, yo digo: Pueblo, ¡Rechaza las discusiones ligeras!Pueblo, ¡Cuidado con los cantos de sirena! Pueblo, ¡Levántate y anda!
Pueblo, ¡Decídete por el cambio! ¡Anida la esperanza!
¿De política? ¡Nooooooooooooooooooooooooo ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo-ooooooooooooooooooooooooooooooooooooo-ooooooooooooooooooooooooooooooooo-oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo-oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo ooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!
¿Para qué?
De estas, y de otras cosas, seguiremos hablando, si Diario Co Latino me lo permite.
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