Escrito por Leonel Flores. 02 de Febrero. Tomado de Diario Colatino.
Según los últimos datos manejados por diferentes instituciones, los salvadoreños sumamos ya, tres millones viviendo en el exterior y de estos, el 90%, se dice, vivimos en Estados Unidos (1.1 millones registrado y el resto quizá en la oscuridad).
Desde los inicios del éxodo salvadoreño, la diáspora –término cuestionable- ha demostrado su compromiso social con su país de origen. Solo para tener una idea, las remesas incrementaron dramáticamente desde 1993 con $750 millones a más de 3 mil 500 millones en el 2008, esto significa más del 18% del Producto Interno Bruto (PIB) de nuestro país. El compromiso social y económico de la diáspora es indiscutible.
Con la creación del Viceministerio para los Salvadoreños en el Exterior, nació la esperanza de pasar de “remeseros” a incidir en la política y decisiones de vital importancia para el país, sin embargo, sin descalificar los buenos programas implementados desde esa dependencia del estado, no pasó de ser lo mismo, una estrategia de mejorar las formas de contribuciones económicas y sociales de la diáspora a su país de origen, sin incluir en su misión y objetivos, su participación política.
Sin voto en el exterior, es imposible medir el impacto político de la diáspora, peor aún ¿Cómo medir en términos estadísticos la influencia de la diáspora en la decisión de voto de las familias que reciben remesas? Eso es algo subjetivo y no da lugar siquiera a comentar que se pueden cambiar actores políticos con voluntades originadas desde la diáspora. El voto en el exterior se convierte así, en un fantasma para los políticos locales y en arma de inclusión política para la diáspora salvadoreña.
En las pasadas elecciones se dieron importantes avances, el candidato presidencial del FMLN realizó numerosas visitas al exterior y mantuvo en su discurso palabras de aliento como: “Algo importante, en cuanto a la diáspora es fortalecer su participación política”. Además, en sus intervenciones apuntó: “porque no es justo que la diáspora con sus remesas representa el 19% del Producto Interno Bruto (PIB) y que no tenga el derecho a participación política en el destino del país”. Es muy prematuro evaluar si se ha hecho eco de estas buenas intenciones.
En el padrón electoral solo aparecemos registrados no más de 40,000 salvadoreños que vivimos en el exterior y que podríamos votar. En las pasadas elecciones el porcentaje de votos ejercidos, según la Iniciativa Social para la Democracia fue de 0.7% del total de votos. A pesar de esta mínima participación cívica, gran parte de la campaña electoral se trasladó a las comunidades de EE.UU. donde se concentra la mayor cantidad de salvadoreños.
Los comités de bases del FMLN, el Movimiento Ciudadano Amigos de Mauricio, Movimientos Norteamericanos de solidaridad con el pueblo de El Salvador y personas sin afiliación política, pero con deseo de alternancia en el poder, activaron todo tipo de estrategias para incidir en la decisión de voto de sus compatriotas.
Se pueden enumerar, campañas masivas de información, recaudación de fondos o campañas estratégicas como “una llamada por el cambio” que tenía como objetivo que los salvadoreños residentes en USA convencieran a sus familiares en El Salvador a votar por el candidato que representó la alternancia democrática.
Para algunos políticos y analistas esto no recalca importancia alguna, por supuesto, no hay forma de medir dicha influencia en la toma de decisiones. Sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta si en las pasadas elecciones, la movilización de la diáspora del área metropolitana, cuyo origen es en su totalidad casi de oriente del país, incidió en la destrucción del caudillismo en la zona oriental, territorios ultra conservadores que dieron un giro sorprendente a la izquierda.
Por todo, lo anterior es urgente y de vital importancia, el voto en el exterior, a partir de aquí surgiría la participación política directa, el derecho a gozar de los beneficios sociales, el tener un diálogo abierto con la administración de turno y que esta responda en forma seria y responsable a las demandas y preocupaciones de la diáspora.
De no ser así, la relación diáspora-país de origen seguirá siendo una relación de intereses unilaterales, o sea, los salvadoreños en el exterior, presentes en los discursos electorales, pero invisibles en las tomas de decisiones.
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