Recuperar la seguridad pública, dar fuerza a las normas y usos de la convivencia social, cuidar las libertades y derechos de la persona, es la gran tarea del momento.
Editorial. 16 de Febrero. Tomado de El Diario de Hoy.
Las pandillas, al igual que gran parte del crimen organizado, son no sólo producto de la desmoralización que llevó al país al horror de los Ochenta, sino de leyes como la del "menor infractor", de la discrecionalidad con que proceden muchos jueces y de las prohibiciones al aprendizaje y trabajo de jóvenes, prohibiciones impuestas desde el exterior. Desmoralización es igual que perversión, el resultado de socavar los principios morales y de convivencia de la cultura occidental. Al mismo tiempo que las leyes prohiben a un taller tomar aprendices de diez o doce años, el crimen organizado usa a los niños y jóvenes para perpetrar delitos, vender droga, extorsionar. No sólo los usa, sino que los mata cuando se niegan a participar, como el caso de Estrellita, la jovencita de dieciséis años asesinada por sujetos que fueron puestos en libertad casi de inmediato.
Es aberrante que por efecto de malas leyes y políticas se empuje a nuestros jóvenes a la calle y al vicio, en vez de fomentar el aprendizaje y el trabajo. Oficialmente se prefiere que un joven se integre a las pandillas, a que lo tome un artesano o taller bajo su tutela.
Un maestro ebanista, a quien apreciamos mucho, nos cuenta que al sobrino tiene que enseñarle el oficio a puertas cerradas, "no sea que los inspectores de Trabajo vean lo que hago y me multen".
Los inspectores de Trabajo, conjuntamente con delegados de la OIT, recorren los barrios y pueblos de El Salvador asegurándose de que no haya jóvenes laborando. Que anden de mareros no sólo no es de su incumbencia, sino que son incapaces de comprender la relación de causa (las prohibiciones) y efecto (las pandillas) que hay entre ambos.
¿Guerra? Miren la última cosecha
Recuperar la seguridad pública, dar fuerza a las normas y usos de la convivencia social, cuidar las libertades y derechos de la persona, es la gran tarea del momento, el cometido esencial de la gente de bien en nuestra tierra.
Los principios, usos, valores e ideas de una democracia, de lo que son pueblos pacíficos y progresistas, no son un invento del capitalismo o del mundo industrial, sino su fruto. Lo inverso es el oscurantismo, las dictaduras y teocracias, los regímenes totalitarios, aberrantes esquemas que se sostienen por la fuerza, la persecución policial, los campos de concentración y las ejecuciones sumarias, como las que se dieron en Cuba a los pocos meses de la llegada de los hermanos Castro al poder.
Las grandes democracias se asientan, lo dijo Winston Churchill en su hermoso discurso de "La Cortina de Hierro", en la devoción por la libertad y los derechos del hombre. La veneración por la libertad y la protección de nuestros derechos son, a su vez, producto del pensamiento, de las luchas y de la inspiración de pensadores, santos y mártires a lo largo de milenios.
Se construyeron sobre los Diez Mandamientos, el Sermón de la Montaña, la filosofía de los estoicos, el Derecho Romano, la Carta Magna y la declaración de los Derechos del Hombre, de la Revolución Francesa. Hay en la actualidad, por desgracia, corrientes que quieren echar marcha atrás, devolvernos a la opresión y a la barbarie.
El horror ya ha hecho presa de nuestro país, como lo demuestran los macabros hallazgos del fin de semana.
elsalvador.com :.: Los vientos de antaño y huracanes de hogaño
Hay un parrafo arriba( el sexto creo) que describe El Salvador de los años setenta y ochenta. Cinico eso de hablar de los estados totalitaristas como si fuese algo ajeno a los sangrientos gobiernos que este diario con tanto animo y compromiso contribuyo a sostener en las decadas pasadas.
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