Escrito por Joaquín Samayoa.Publicado en LA PRENSA GRÁFICA. Miércoles, 06 mayo 2009.
Si alguien pensaba que nuestra clase política había evolucionado siquiera un poco, los sucesos del 1.º de mayo obligan a revisar esa apreciación. Parece que los principales partidos siguen comportándose exactamente de la misma forma como siempre lo han hecho. Y lo hacen con total desfachatez, sin esmerarse siquiera en guardar las apariencias.
Los últimos días de la legislatura anterior habían marcado la pauta. Las cosas realmente importantes quedaron sin resolver; algunas de ellas ni se discutieron. En el primer día de sesiones de la nueva legislatura, la atención se concentró en el reparto de cargos de la junta directiva, entre los cuales, la presidencia era el único que estaba en disputa, el único que requería un esfuerzo de entendimiento, una pequeña muestra de buena disposición para concertar. Lejos de eso, los partidos repitieron las peores prácticas del pasado.
Sin darle muchas vueltas al asunto, la derecha votó en bloque para agenciarse la presidencia. Aunque a algunos no les guste, no hay falta ni problema en esa decisión política. En ninguna parte está escrito que el partido con más diputados debe dirigir el primer órgano del Estado, o que deban compartir la presidencia los dos partidos que obtuvieron mayor número de votos. Las elecciones legislativas siempre arrojan como resultado una determinada correlación de fuerzas políticas, las cuales tienen entera libertad para pactar en defensa de los intereses que ellas representan.
La presidencia de la Asamblea no tiene tanta relevancia ni concentra tanto poder como algunos piensan, pero si los partidos de derecha querían apropiársela, no había nada que se los impidiera. Era legal y también legítimo, porque juntos, el PDC, PCN y ARENA sumaron más votos que el FMLN en las elecciones legislativas.
Lo objetable está en comenzar una nueva legislatura pasando la aplanadora de la mayoría cuando bien podrían haberse esforzado un poco más para encontrar una solución más acorde con las expectativas ciudadanas, y si ello no resultaba posible, al menos podrían haber mostrado un poco más de tacto para no ofender la sensibilidad del sufrido pueblo encumbrando a un personaje que, para ponerlo suavemente, no tiene muy buena imagen en la conciencia colectiva de los salvadoreños.
Tal vez Ciro Cruz tenga la experiencia y las cualidades que hacen falta para ayudar a superar el antagonismo congénito que prevalece entre ARENA y el FMLN; tal vez su expediente no sea tan negro como algunos lo hacen parecer; pero ese no es el punto. Lo que la gente percibe y objeta es el significado y las probables implicaciones políticas de la elección: Un PCN cobrando por adelantado las adhesiones que necesitará ARENA para anular al FMLN.
Si esa es la lógica subyacente a la elección de Ciro Cruz Zepeda, queda muy comprometida la búsqueda de consensos para las elecciones de segundo grado que aun están pendientes y queda comprometida también la relación constructiva que los partidos de diferente signo ideológico deben conseguir en aras de la gobernabilidad democrática en tiempos de recesión económica.
Pero el desatino de los partidos de derecha no justifica en modo alguno la invasión de militantes y simpatizantes del FMLN al recinto legislativo. Esa acción pone en evidencia la intolerancia de algunos sectores de izquierda y su escasa disposición a aceptar las reglas de juego de la democracia representativa cuando de ellas resulta un hecho político que no es de su agrado. Tanto más grave e inaceptable ha sido esa muestra de anarquía si, como se sospecha, fue orquestada por el propio FMLN como señal de lo que les espera a los partidos de derecha y también al presidente electo si intentan prescindir del FMLN.
La invasión del Salón Azul de la Asamblea y todos los discursos del “movimiento social”, especialmente el del Ayatola Chamagua y los de otros pastores del culto religioso a la izquierda radical, tuvieron un propósito claramente intimidatorio, con dedicatoria especial al presidente electo. Eso es lo que ellos entienden por democracia directa.
Las diferencias y tensiones entre el presidente Funes y los sectores más intransigentes de la izquierda no son un invento de la derecha para dividir. Son reales. Es comprensible que no quieran reconocerlo públicamente, pero deben manejarlo privadamente de manera más dialógica y constructiva, restaurando la mutua confianza que obviamente se ha deteriorado en los últimos meses.
Mauricio Funes necesita al FMLN para hacer buen gobierno, pero el FMLN debe buscar mejores formas de hacerse oír y respetar, abandonando la pretensión de imponer en todo y de cualquier forma su voluntad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.