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2009/05/17

Portada de Los Angeles Times, El Salvador: “La muerte hecha natural”

Por Tracy Wilkinson, Los Angeles Times – Traducción José Manuel Ortiz Benítez. Publicado en  Salvadoreños en el Mundo.

Drogas, corrupción, mareros deportados, y un historial de violencia y abuso policial hacen que El Salvador tenga una tasa de homicidios per cápita 10 veces mayor que la de los EE.UU. En los tres primeros meses de 2009, 12 personas fueron asesinadas cada día, un asesinato de media cada dos horas, uno de los niveles más altos del mundo.
El padre Antonio Rodríguez mantiene la imagen en su teléfono celular: un joven de 12 años de edad, sin cabeza. Sus asesinos: jóvenes probablemente no mucho mayor que él -el decapitado en la fotografía.
Cuando Josué desapareció, su frenética abuela solicitó la ayuda del sacerdote. Rodríguez fue a buscarlo y encontró el cuerpo de Josué tirado cerca de un barranco. El crimen sacudió su conciencia y casi lo hizo vomitar.
Después de ver aquel espanto y del temblor que le provocó en su interior, el cura sintió la necesidad de documentar la pérdida del joven, una más, en la vertiginosa gira de la muerte en las calles salvadoreñas. Por esa razón la foto borrosa, del cuerpo delgado, sin vida, de canto en un barranco, en vaqueros rotos y camisa roja, con la cabeza a un lado desunida del resto del cadáver, permanece en la memoria del teléfono celular del sacerdote.
"Es la historia de miles de personas", dice Rodríguez, apenado.
Aunque México acapara buena parte de las terribles noticias por su cuenta particular de cadáveres en su guerra contra la droga, El Salvador sufre una tasa de homicidios mucho peor, una de las más altas del planeta.
Hace dos décadas, fue la guerra civil, con soldados, guerrilleros y escuadrones, la responsable del derrame de sangre. Ahora son las bandas (con miles de miembros originarios de Los Ángeles), el narcocrimen, y una policía abusiva y corrupta los que forman parte del nuevo derramamiento de sangre que aterroriza a la población.
En los tres primeros meses de 2009, según las cifras oficiales del Gobierno, en promedio, han muerto casi 12 personas por día. Ésta es una pequeña nación, densamente poblada, con casi 6 millones de habitantes. La tasa de homicidios es aproximadamente cinco veces mayor que la de México y 10 veces mayor que la de los Estados Unidos.
La vida es barata en El Salvador. El problema se autoalimenta de las drogas, de la impunidad y de un sistema judicial deficiente donde muy pocos o ninguno de los asesinatos se resuelven con sentencias y condenas para los verdugos y criminales. Tristemente, el número de muertos parece querer seguir aumentando. En un ambiente sin ley, las disputas ciudadanas, los “business” ordinarios en los barrios y las venganzas personales son fácilmente resueltas por la vía de la agresión física, muchas veces, a punta de pistola y aparatos automáticos de alto calibre.
Tiendas de armas, que apenas existían hace una década, se han vuelto comunes en el país. Usted puede contratar a alguien para matar a un rival por $50, por $100, si desea la prueba del cadáver.
"Es una epidemia", dice el padre Rodríguez.
La parroquia de Rodríguez se encuentra en el barrio de Mejicanos en San Salvador, una zona humilde de la clase obrera, donde las mujeres mayores caminan con gallinas vivas bajo el brazo y canastos de tortillas en sus cabezas, lugar donde guardias privados custodian con escopeta en mano las farmacias y las panaderías.
El sacerdote lleva a cabo un programa de prevención de la violencia en su iglesia. Ha ayudado a unos 1,800 jóvenes, la mayoría de ellos activos o ex miembros de pandillas. El sacerdote les da formación profesional, asesoramiento psicológico y con suerte la posibilidad de que sus tatuajes sean eliminados de sus carnes (Foto Tracy Wilkinson / Los Angeles Times).
Rodríguez dice que las bandas antes protegían sus barrios, sus territorios, y atacaban solo a forasteros. Pero con más y más miembros en la cárcel, y con la táctica del "puño de hierro" por parte del gobierno, ahora las maras responden contra cualquiera en cualquier lugar y situación –atacando, robando, extorsionando, matando- porque necesitan dinero para mantener a flote a sus socios encarcelados.
No hace mucho, Rodríguez presidió el funeral de cinco víctimas de homicidio en un solo día: dos jóvenes que fueron encontrados medio enterrados en sepulcros improvisados -parte de la costilla de uno de ellos asomaba por encima del polvo - dice, otras dos víctimas, dos hermanos, de 26 y 28 años, quienes estaban visitando a su madre cuando fueron abatidos por hombres encapuchados; el hermano de 28 había salido recientemente de la cárcel.
Y la quinta víctima, Josué Pintin, el joven de 12 años decapitado que aparece en la pantalla del celular de Rodríguez.
Como tantos jóvenes salvadoreños, con padres que trabajan, que han emigrado o que han muerto, Josué se crió con su abuela. Perdieron su casa en un terremoto y el niño nunca fue realmente a la escuela.
"Fue un poco rebelde, siempre vagando por las calles, en busca de problemas", dice su abuela, Hetelvina Clara, de 75 años de edad.
Enviudada, la abuela Hetelvina vive con algunos de sus 20 nietos en una colección de habitaciones hechas de bloques de ceniza que desembocan en un camino de piedra y tierra. De las húmedas paredes cuelga una foto de Josué, cerca de otra de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el que fuera una vez arzobispo de San Salvador, amado por los pobres y masacrado por los escuadrones de la muerte en la fase inicial de la guerra.
Bajo la foto de Josué, cuelga una medalla de metal que ganó en una competición de atletismo infantil, la única prueba de normalidad que tuvo Josué en su corta vida.
Josué estaba predispuesto a unirse a una pandilla, dice su familia. Fue un cortejo peligroso, dice Hetelvina. Ella le advirtió de alejarse de un muchacho mayor que de vez en cuando merodeaba por el barrio, llegaba con un silbido, como si se tratara de una señal secreta.
"Él no tenía ninguna perspectiva", dice Rodríguez. Por último, Josué salió una tarde y ya no volvió, recuerda la abuela.
El rumor en el Barrio era que Josué estaba tratando de utilizar la información sobre una banda determinada para congraciarse con otra, esa misión le habría costado la vida. Peligrosas maniobras para un joven de tan solo 12 años de edad.
Sin embargo, Rodríguez y otros dicen que es fácil culpar a las bandas de toda la violencia nacional, y, de hecho, un gran porcentaje de los homicidios del país es cometido por otros.
Una de las principales organizaciones de derechos humanos de El Salvador, afiliada a la Iglesia Católica Romana, ha analizado los homicidios cada año desde 2004 y llegó a la conclusión de que cientos de ellos fueron cometidos por policías delincuentes, guardias de seguridad privada y por personas contratadas para llevar a cabo prácticas de "limpieza social" -la eliminación de los indeseables a través de ejecuciones extrajudiciales.
Quien sea que esté haciendo la matanza, a los jóvenes les afecta desproporcionadamente. La mitad de los homicidios el año pasado fue realizada por personas de 18 a 30 años, según la Policía Nacional Civil, y el 70% de las víctimas masacradas estaba en edades comprendidas entre los 15 y 39 años.
Casi dos décadas después de la guerra civil en El Salvador, una nueva generación está experimentando lo que Rodríguez llama una “naturalización de la muerte”. Él dice que ha visto el cambio en su propia evolución espiritual desde que llegó aquí desde España en 2000.
"La muerte se ha convertido en algo natural para mí. Hace diez años, este tipo de cosas era un escándalo inconcebible para mí. Ahora vivo con la muerte de una forma muy natural. Si me pasa a mí, imaginaros a los que han nacido y están naciendo en esta cultura de violencia”, dice Rodríguez mientras se guarda el teléfono celular en el bolsillo de su chaqueta.

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