Por Editorial de La Prensa Grafica. Miércoles, 20 mayo 2009.
Las exigencias de la coyuntura actual no dan para atrincheramientos, populismos ni improvisaciones peligrosas, ni tampoco para ningún tipo de guerra partidaria.
En un momento de grandes dificultades financieras, el gasto público se ha incrementado en el primer trimestre del año. El nuevo Gobierno recibirá arcas prácticamente vacías, y con compromisos apremiantes, derivados en buena medida de sus compromisos de campaña. En tales condiciones, se hace imperativo no solo redefinir el gasto presupuestario, de lo que ya se está hablando con insistencia, sino también adecuar el programa de cumplimiento posible de ofrecimientos electorales a la realidad fiscal del país, de lo que aún no se habla. Es momento, pues, para entrar en una vía de orden con austeridad, en la que se privilegie decididamente lo esencial sobre lo que pudiera ser superfluo o aplazable sin mayores perjuicios.
Se está hablando también de un pacto fiscal, que es un tema que, de diversas maneras, viene ya rodando en el ambiente desde hace tiempo. Y, desde luego, dadas las condiciones del fenómeno económico tanto nacional como internacional, se afirma que esto no implicará aumento de impuestos. Al comienzo de la Administración Saca hubo un esfuerzo importante en dicha dirección, que quedó inconcluso. Por ahí podría ir la línea en estos momentos, lo cual se vuelve más verosímil por el acercamiento público que tiene el ministro de Hacienda que renunció cuando su apuesta fiscal fue dejada a medias con los personeros económicos del Gobierno entrante.
En todo caso, ante una situación financiera y fiscal tan complicada como la que se tiene, será inevitable tomar medidas que no sólo enfrenten las emergencias de la crisis sino que apunten hacia lo más estructural de la problemática. Actuar bien en ambas direcciones es crucial.
La sensatez es la clave
Las distintas señales que vienen sucediéndose en el ambiente desde que se conocieron los resultados de la elección presidencial dan un buen margen para confiar en que, ya en el ejercicio de la responsabilidad gubernamental, la nueva Administración actuará con la sensatez realista que las circunstancias reclaman. En realidad, cuando hay una crisis de las dimensiones y efectos de ésta, no hay espacio disponible para salirse del realismo que impone la situación; y, en ese sentido, las posibilidades de entendimientos razonables entre fuerzas e intereses diferentes ganan terreno, más allá de los prejuicios y los recelos ideológicos o sectoriales.
Precisamente las condiciones en que nos movemos hacen que se enfatice una verdad que es propia del sano ejercicio de la democracia: a todos nos conviene que los gobiernos tengan éxito, independientemente de las simpatías partidarias y de las ideas que se profesen. La democracia, cuando es bien vivida y ha alcanzado una significativa madurez, se va volviendo cada vez más transideológica; y esto lo vemos de manera patente en las democracias más desarrolladas del mundo.
Las exigencias de la coyuntura actual no dan para atrincheramientos, populismos ni improvisaciones peligrosas, ni tampoco para ningún tipo de guerra partidaria. Por el contrario, estamos en la hora de la armonía forzosa, que, de ser manejada inteligentemente por todos, asegurará las bases nacionales del futuro.
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