Viernes, 01 mayo 2009. Editorial de La Prensa Grafica.
El logro de importantísimos acuerdos por consenso en los momentos finales de la legislatura cuyo período concluyó hace sólo unas horas ha mostrado que el entendimiento partidario puede ser ahora mucho más fluido que antes, aun en temas y puntos que mantenían enfrentados a los partidos políticos más fuertes, que de ponerse de acuerdo en cuestiones verdaderamente sensibles podrían desactivar la llamada “polarización”. A nadie debería escapar que de aquí en adelante el proceso nacional necesitará, para mantenerse sano y funcional, de un esquema de acercamientos básicos entre las dos fuerzas políticas principales: el FMLN y ARENA.
Es cierto que en la Asamblea Legislativa, dada la configuración de fuerzas que resultó de las elecciones del 18 de enero, es posible, tanto para ARENA como para el FMLN, hacer sumas de apoyos que lleven a la mayoría simple; pero eso sería repetir a secas un esquema que ya dio de sí. Y no es que no sea factible y sustentable, en casos específicos, acudir a la mayoría simple, tal como lo permite la ley; pero aquí de lo que hablamos es de gobernabilidad real, no de acomodos inestables permanentes como los que hemos tenido.
El hecho de que ARENA todavía no tenga definido su liderazgo definitivo después de la necesaria reestructuración poselectoral podría dificultar el esfuerzo en lo inmediato, y por eso es determinante que en dicho partido se definan lo más pronto posible las cosas, y no provisionalmente, sino con verdadera capacidad de permanencia. Como hemos repetido tantas veces, al juego democrático lo que le conviene es que los dos partidos en verdadera competencia sean fuertes, sólidos y confiables. Eso está más allá de las ideologías.
Nadie puede por su cuenta
El país está en situación difícil y apretada, sobre todo en el plano financiero, en buena medida a causa de que en años anteriores no se logró concretar una plataforma de entendimiento político básico para dar respuesta oportuna a los retos estratégicos de la realidad nacional. A falta de dicha plataforma, se recurrió a soluciones alternativas, ingeniosas pero limitadas y polémicas, como los fideicomisos. Ahora, lo que se impone es la sinceración, tanto de necesidades como de soluciones. El margen de acción fuera de ese acuerdo básico se estrecha cada vez más, hasta casi ser inexistente.
Y esto implica entrar en una fase de negociación política abierta y responsable, en la que nadie pretenda obtener “la tajada del león”. En otras palabras hay que volver a entender y a reconocer que negociar no es decirle al adversario “mire qué buena propuesta estoy haciendo, acéptela”, sino asumir el hecho natural de que una buena negociación produce un resultado favorable para todos, del que todos puedan salir con la cara salvada. Fue la lógica que acabó imperando en la negociación de la paz, y por eso el Acuerdo fue exitoso y sostenible en el tiempo, como está comprobado.
Nos hallamos, desde luego, en otro momento nacional e internacional. La dinámica democrática debería facilitar las cosas, porque ya no se trata de resolver un conflicto, sino de facilitar el funcionamiento normal. Si todos lo aceptamos en esta forma, de seguro la puesta en práctica del empeño traerá beneficios compartidos y compartibles.
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