Escrito por Óscar Picardo Joao.03 de Marzo. Tomado de La Prensa Grafica.
Hasta ahora, solo hemos escuchado dos versiones de solución: una, centrada en medidas poco creativas –más policías, más soldados, más cárceles, leyes más drásticas, etc.–; y otra ingenua –leer la biblia en las escuelas, transformar las iglesias en centros de readaptación y terapia, etc.–. Así, ni el pragmatismo político, ni las acciones soteriológicas podrán detener la ola de violencia que vivimos.
A priori, el gobierno tiene dos caminos –posiblemente ninguno de los dos sea lo indicado–: un modelo de “disciplinamiento social” de corto plazo; y un modelo “socio-educativo” de largo plazo. Aparentemente, ante el caos, la anarquía, la violencia o el desconocimiento socio-cultural, la receta a implementar es el “disciplinamiento social”; se trata de un mecanismo hiper-autoritario basado en la violencia, el miedo y la represión para domesticar. A la base de esta hipótesis se encuentra la visión antropológica de tipo freudiana: el niño es un perverso polimorfo, que ante instituciones débiles crece y se educa sin valores, sin respeto a la autoridad... y se debe reprimir. Por otro lado se puede construir una apuesta de largo plazo para formar a la generación de relevo, con un nuevo modelo socio-educativo, profundizando en la educación axiológica, en la formación de la familia y creando nuevos espacios de articulación entre las instituciones educativas y las comunidades. Este modelo demanda paciencia y esperanza, los frutos se verían a mediano y largo plazo, y nos preguntamos ¿y mientras se forma esta nueva generación qué hacemos?
Llegamos a la conclusión de que el gobierno en sí mismo no tiene la solución, y se debe recurrir a otros mecanismos, diseñando un nuevo modelo que integre efectiva y realmente el aparato productivo y empresarial, ONG, universidades, iglesias, etc. Pero no se trata de diseñar un plan y compartirlo.
¿Cómo cambió Rudolph Giuliani a la violenta ciudad de Nueva York? Lo logró con el plan “Tolerancia cero”: se puso énfasis en la prevención de crímenes, se multiplicó la presencia de policías en las calles, se restableció el vínculo entre la autoridad pública y la comunidad, y se puso especial énfasis en prevenir y perseguir determinados delitos; entre 1994 y 2007 se bajó los índices de criminalidad en un 77%.
Giuliani basó su plan “en la teoría de las ‘ventanas rotas’ del profesor de la Universidad de Harvard James Q. Wilson, quien expuso la idea de que si en un edificio abandonado hay una ventana rota y no es arreglada rápidamente, los vecinos apedrearán el resto de las ventanas y, eventualmente, será destruida la propiedad entera. En efecto, según esta teoría la policía debe sancionar ‘todas’ las infracciones, por más insignificantes que parezcan, porque la sumatoria de esas pequeñas faltas crea un clima de desorden e inseguridad que favorece la irrupción del delito” (William Bratton, jefe de policía de Nueva York).
Giuliani descentralizó la policía, dándoles más recursos, responsabilidades y poder; creó un sistema informático y estadístico eficiente (Compstat) para generar mapas de delitos y tendencias criminales en tiempo real; e involucró a la empresa privada en los circuitos educativos más problemáticos, llevando allí a los mejores maestros con los mejores salarios.
Estoy convencido de que hay salida, que podemos cambiar, pero comencemos a reparar las ventanas rotas de nuestra realidad cotidiana.
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