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2010/03/31

Contra Punto-Sociología y cambio político en El Salvador

Escrito por Luis Armando González.31 de Marzo. Tomado de Contra Punto.

Hay un cambio político lento que no se está convirtiendo en dinamizador de los cambios que se están fraguando

SAN SALVADOR

- Para abordar la temática “Sociología y cambio político en El Salvador” es pertinente dar un rodeo que supone, ante todo, hacer un planteamiento general en torno a la constitución de la sociología como ciencia, así como en torno a las problemáticas asociadas a esa constitución.

Dicho lo anterior, lo primero que se tiene que apuntar es que la sociología como ciencia surge en un contexto de cambios no sólo políticos, sino también económicos, sociales y culturales. Estos cambios se articulan alrededor de la revolución industrial y la consolidación del capitalismo de libre competencia propiciado por aquélla. Estamos situados en la segunda mitad del siglo XIX, que es cuando el capitalismo está a las puertas de irrumpir en el escenario mundial en lo que Vladimir Ilich Lenin llamó su fase imperialista.

La sociología se constituye en ese escenario de auge capitalista; y surge para intervenir –como potenciadora de los mismos— en esos cambios. Es decir, la sociología, en su constitución como disciplina científica, es un saber transformador. Sin embargo, lo es como un saber científico. Lo cual quiere decir que busca articular en su quehacer las dos exigencias que, desde Kant, se consideran imprescindibles para cualquier ciencia: (a) las formulaciones teóricas (con un conjunto de conjeturas e hipótesis sobre la realidad social) y (b) criterios experimentales específicos para lo social, siempre difíciles de establecer y de poner en práctica.

De esta doble exigencia de cientificidad se derivará una primera línea de clasificación entre autores y corrientes de la sociología: los teóricos, con sus contribuciones –no exentas muchas veces de una enorme carga especulativa— sobre la naturaleza de lo social y los experimentadores, con sus afanes de diseñar pruebas y mediciones sujetas a revisión y previsión cuantitativa. Y, entre unos y otros, el quehacer sociológico cotidiano, con sus contribuciones más inclinadas hacia lo teórico o hacia lo experimental, sin abandonar completamente –como debe ser— ninguno de los dos terrenos. Asimismo, en esta convergencia (o divergencia) entre teoría y experimentación radica una de las líneas centrales de los debates que han caracterizado a la sociología desde siempre.

Ahora bien, como ya se dijo, la sociología pretende intervenir en la realidad social, potenciando los cambios que en esta realidad se van fraguando. Hay dos caminos de intervención posibles: la reforma social y la transformación revolucionaria. Y los sociólogos y las sociólogas más conscientes de las opciones y compromisos de su profesión van a insertar su quehacer en una u otro camino. Habrá quienes, no obstante, presumirán de una neutralidad (y objetividad) a toda prueba, pero incluso éstos terminarán asumiendo un compromiso con una determinada forma de intervención social.

Asimismo, esta es otra línea de separación (y de clasificación) de autores y corrientes en la sociología: la que separa a reformadores y revolucionarios –y, junto a ella, la que separa a “comprometidos” y “neutrales”—. Su punto de encuentro es la convicción de que el saber sociológico debe servir para potenciar o promover cambios en la realidad social. Su descuerdo obvio apunta a la profundidad o no (a la mayor o menor radicalidad) de esos cambios.

Eso no quiere decir que el sociólogo o la socióloga “inventa” la necesidad del cambio social, ya sea revolucionario o reformista. La tarea del profesional de sociología es identificar –a partir de un uso adecuado de los recursos conceptuales y analíticos de la disciplina— esa necesidad en la realidad social. Una vez hecha esa identificación, el sociólogo o la socióloga no se opone a ella, sino que la potencia. Este es el ethos sociológico: el modo de ser esencial del sociólogo o la socióloga.

Obviamente, en la práctica ese ethos se ha traicionado de muchas maneras. Básicamente, se pueden señalar tres formas de traición: (a) el sociólogo (o la socióloga) no ha sabido identificar la necesidad (condiciones o posibilidad) de un cambio en una determinada realidad social, y ello debido a la pobreza de sus herramientas teóricas; (b) el sociólogo (o la socióloga) se ha opuesto al cambio social o no ha hecho nada para promoverlo; y (c) el sociólogo (o la socióloga) ha “inventado” la necesidad del cambio ahí donde el mismo no era posible, convirtiéndose en el promotor de programas de trasformación social irrealizables en la práctica. Esta es, sin duda alguna, una tercera línea de demarcación (y clasificación tripartita) de las corrientes y autores en la sociología.

Veamos ahora de forma muy somera la situación de cambio político en El Salvador y el aporte de la sociología a ese cambio.

Hay razones para sostener –aunque habrá quienes estén en desacuerdo— que en nuestro país se está viviendo un cambio político importante, pero que no se corresponde a –que va a la zaga de— las necesidades de cambio social y económico que exige la realidad salvadoreña en estos momentos.

Es decir, lo que tenemos es un cambio político lento, que como tal no se está convirtiendo en dinamizador de los cambios que se están fraguando –con una lógica propia— en otras esferas de la realidad social. Se trata de cambios que, por otra parte, amenazan con desbordarse fuera de los cauces institucionales-legales establecidos. Seguimos atrapados en la visión –discutible en muchos sentidos— de que es la esfera política la que debe servir de remolque para las dinámicas sociales, económicas y culturales. Esto es, la idea de que lo primero y más importante es el cambio político: lo demás vendrá por añadidura. Quizá haya que darle vuelta a esta formulación y reflexionar seriamente si acaso no son los cambios sociales, económicos y culturales los que deben empujar a la esfera política más allá del punto de inercia en el que se encuentra.

¿Y la sociología? Por lo menos es una primera mirada –que habrá que profundizar más— no está aportando nada (o está aportando muy poco) a la identificación de los procesos reales de cambio que se están generando en la sociedad salvadoreña. No se ve a los sociólogos como opuestos a esos procesos; tampoco se los ve como “inventores” de necesidades de cambio: se los ve como no presentes en la generación de conocimientos sobre la realidad social, económica y política salvadoreña. Lo cual, de ser cierto, es grave, porque ello supone una traición radical al ethos sociológico.

Esa “no presencia” merece una explicación que apuntaría, entre otros factores, a la debilidad de la profesión; a la inexistencia del ethos sociológico, a la discontinuidad generacional y la vigencia de una cultura sociológica que menosprecia el rigor teórico y la investigación de mediano y largo plazo. A esto se suman las rivalidades menores, los pequeños (pero cotidianos) conflictos entre colegas, las ambiciones de poder, las ansias de conservar (o conseguir privilegios)… En fin, lo que de humano hay en toda profesión, por más excelsa que sea.

Poner a la sociología a la altura de las necesidades de cambio que se están gestando en El Salvador pasa por recuperar la potencialidad teórica de la disciplina y por poner esa potencialidad al servicio de investigaciones de mediano y largo plazo. Sin embargo, ambas cosas exigen un sostén institucional que hoy por hoy adolece de severas debilidades. Exigen también fortalecer a la profesión y dignificar a quienes se dedican a ella.

Sociología y cambio político en El Salvador

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