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2010/03/26

LPG-La palestra

Las celebraciones del trigésimo aniversarios de Monseñor Romero han sido numerosas, masivas y con muy diversas facetas. También han tenido una mayor difusión mediática. Bueno es reflexionar sobre el sentido actual de algunos aspectos de su mensaje. Y para ello el tema de las idolatrías es interesante.

Escrito por José M. Tojeira.26 de Marzo. Tomado de La Prensa Grafica. 

 

Óscar Romero decía que los males de El Salvador en aquellos días aciagos previos a la guerra tenían como causa principal tres idolatrías. La primera la del dinero. Hoy, cuando las diferencias en el ingreso entre salvadoreños siguen siendo escandalosas; cuando derechos básicos como la salud y la pensión se le dan en forma adecuada únicamente al que tiene dinero, cuando el lujo sigue conviviendo con la extrema pobreza, bueno sería preguntarse si nos va calando el mensaje romeriano. Después de Romero Juan Pablo II hablaría al mundo sobre la “prioridad del trabajo sobre el capital” y de la “guerra de los poderosos contra los débiles”. Revisar la idolatría actual de la riqueza puede iluminarnos a la hora de buscar soluciones para nuestro pueblo.

La segunda la idolatría del poder. Esta adoración del poder está ahora más difuminada que en los años en los que el poder tenía el asesinato de la disidencia como instrumento habitual. Pero el afán de dominar sigue motivando a demasiados desaforadamente. El poder, que como realidad humana puede utilizarse para el bien público, se convierte con demasiada frecuencia en amparo y protección de privilegios personales, en maniobras para permanecer en puestos y posiciones de predominio, en fuente de egoísmo que olvida el bien común. Trabajar desde situaciones de excesivo privilegio aleja de los más pobres y de sus preocupaciones.

La tercera es la idolatría de la organización. Si bien el arzobispo reconocía que la organización para defender y conseguir los propios derechos era positiva, condenaba que algunas organizaciones se arrogaran desde la facultad de violar derechos inalienables de la persona. Secuestrar, matar, utilizar la violencia como elemento de cambio social significaba endiosar la organización y causar víctimas. Hoy las organizaciones políticas continúan con demasiada frecuencia contemplando sus intereses antes que los de las mayorías empobrecidas. Hablan de corregir efectos sin profundizar en causas. Viven más de la apariencia y la propaganda que de la realidad. Buscan cámara como si en ello les fuera la vida.

Cuando hoy sufrimos una plaga de violencia, bueno es preguntarnos por sus causas. Y aunque no sean las únicas, sin duda tiene algo que ver con la brutalidad imperante la convivencia cercana entre la riqueza extrema idolatrizada y la pobreza extrema que causa víctimas, apretadas en este nuestro pequeño y denso territorio. El uso irresponsable del poder, como fuente de privilegios, las negociaciones turbias y la búsqueda del bien de las propias organizaciones por encima del bien común pueden ser otras causas.

Festejar y recordar a esta personalidad única del siglo XX que es Monseñor Romero es también una oportunidad de retomar y actualizar su mensaje. Pasar de lo masivo y de la emoción, a la reflexión y el compromiso permanece como desafío.

La palestra

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