En las semanas venideras se requerirán algunas definiciones que, por conflictivas, se han venido postergando o se han manejado con calculada ambigüedad.
Escrito por Joaquín Samayoa.03 de Marzo. Tomado de La Prensa Grafica.El presidente Funes tiene una agenda inusualmente cargada de importantes acciones y decisiones de política exterior para los próximos días. El viernes acompañará al resto de presidentes centroamericanos en una reunión con la señora Clinton en la ciudad de Guatemala. El lunes será recibido en la Casa Blanca por el presidente Obama y anunciará, con varios meses de retraso, el nombre de nuestro nuevo embajador en Washington. Continuará sus gestiones de respaldo a la reincorporación de Honduras en los organismos regionales y, aunque ya comprometió públicamente su apoyo a la reelección de Insulza, tendrá que mantenerse atento a los cabildeos para la elección del próximo secretario general de la OEA.
Es una agenda en la que los aspectos substantivos de política exterior predominan claramente sobre las acciones simbólicas o meramente protocolarias. Aunque las relaciones exteriores han sido manejadas casi impecablemente por el presidente Funes y el canciller Martínez en lo que va de su gestión, en las semanas venideras se requerirán algunas definiciones que, por conflictivas, se han venido postergando o se han manejado con calculada ambigüedad.
En la primera de esas definiciones, el gobierno de Funes suma un punto a favor. Por diversas razones, me parece atinada la decisión de tomar iniciativa para acelerar la reincorporación de Honduras al SICA y la OEA, organismos de los que el vecino país había quedado excluido como consecuencia de la controversial destitución del ex presidente Zelaya.
El liderazgo regional que ahora asume el gobierno de Funes en el tema de Honduras ha sido posible gracias a la actitud prudente que mantuvo durante la crisis interna de ese país. Por convicción o por conveniencia, el gobierno de Funes conceptualizó y condenó la destitución de Zelaya como un golpe de Estado, pero evitó caer en la trampa de condicionar su reconocimiento del gobierno que surgiera de las elecciones de noviembre a una restitución, aunque fuera breve y simbólica, del destituido mandatario.
La segunda definición es una que ha sido bastante postergada y que implica la conjunción de la política interna y la política exterior. Han transcurrido poco más de nueve meses sin que El Salvador designe a su nuevo embajador en Washington. En algún momento pudo haberse esgrimido el argumento de la reciprocidad, ya que Obama también tardó varios meses para designar a su embajadora en nuestro país, pero esa designación, pendiente todavía de confirmación del Congreso estadounidense se hizo ya hace tiempo, mientras que la de nuestro embajador sigue aún pendiente.
A pocas semanas de haber asumido la presidencia, Funes nombró a Francisco Altschul como encargado de Negocios en Washington. La formación y la amplia experiencia de Altschul, precisamente como representante diplomático del FMLN-FDR en Washington durante los años del conflicto, hacían de él un candidato idóneo para el nombramiento como embajador; sin embargo una decisión que parecía inminente se fue postergando y, a esta hora, no sabemos quién será nuestro nuevo embajador.
Cabe especular, y eso es lo que vuelve significativa esa decisión, que la confirmación de Altschul como embajador ha encontrado fuertes resistencias en sectores políticos que no ven con buenos ojos la moderación y el pragmatismo de Funes en la conducción de la política exterior. De cualquier forma, el próximo lunes sabremos a qué atenernos, en consonancia o en discrepancia con los valores que impregnan el discurso de Funes en materia de política exterior. A mi juicio, tanto Robert Blau, actual encargado de Negocios de Estados Unidos en El Salvador, como Francisco Altschul, su homólogo a la inversa, habrían sido excelentes embajadores, pero sabemos que al menos uno de esos nombramientos no ocurrirá.
En otro orden de cosas, la reunión del viernes en Guatemala podría ser ocasión para que la secretaria de Estado Clinton inicie una discusión con los países centroamericanos sobre las posibles implicaciones de sus relaciones con países como Irán, que mantiene posturas amenazantes contra Israel, país históricamente amigo de El Salvador. En la eventualidad de una escalada de ciertos conflictos internacionales, lejanos geográficamente pero no ajenos políticamente a nuestra región, El Salvador tendrá que ir definiendo con mayor claridad una posición en la que seguramente aflorarán nuestros conflictos ideológicos internos.
Finalmente, aunque ya tenemos definición en apoyo a la reelección de Miguel Insulza al frente de la OEA, la justificación expresada por nuestro canciller es muy discutible. Para decirlo suavemente, los méritos de Insulza en defensa de la democracia en América Latina son débiles y su conducción de ese organismo en momentos críticos, como la crisis hondureña, fue poco ecuánime y evidentemente ineficaz.
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